Toreros

Navarra, origen del toreo a pie

Francisco Marco y otros toreros estelleses

 

En diciembre de 2006 Francisco Marco fue elegido "Estellés del año 2006". Aprovechando el hecho, y animado por la aceptación que en esta web tiene el reportaje dedicado a los toros, lo voy a ampliar y dividir dando paso a una nueva sección dedicada a las Fiestas de Estella y a lo que con ellas se relaciona.

En este reportaje hago una reseña de los toreros estelleses y navarros, trato de las suertes antiguas, y repaso el origen y la evolución del toreo y del traje de torear. Como la historia de los toreros locales está por realizar, he tenido que echar mano de la bibliografía dedicada a Navarra y a Pamplona, por lo que este reportaje sirve tanto para el ámbito local como autonómico.

Por la relación que este reportaje tiene con el "Estellés del año", siento decir que 2008 está siendo el Annus Horribilis de la cultura estellesa. A lo largo de los pocos meses que median de la entrega del citado galardón, tres de los presentes en el acto han fallecido. Luis Tobes, uno de los creadores e impulsores del galardón, falleció el 26 de abril de 2008. Y entre los nominados, Antonio Roa, ex presidente de los "Amigos del Camino de Santiago de Estella", iniciador de la peregrinación a Compostela en tiempos modernos, y creador y director del coro "Los LX de Santiago", nos dejó el 31 de enero, y Antonio Jordana, que con sus ocurrencias y su participación en los Inocentes, Carnavales y Fiestas era capaz de animar la vida de toda la ciudad, murió el 29 de julio. Vaya a todos ellos mi reconocimiento y aprecio.


En diciembre de 2007, con motivo de la elección del "Estellés del año", como viene siendo habitual Yolanda Urrea obsequia con un retrato al galardonado el año anterior. En la foto, Francisco Marco (de perfil a la derecha) sonríe al contemplarse retratado. Al fondo, miembros de la prensa y Antonio Jordana con un puro en la boca; a la izquierda, el presentador del acto y la Alcaldesa de la ciudad.

Dice Cossío que «la cuna del toreo a pie fue Navarra (...) pero su trasformación en arte se debe a Andalucía. Aquí (en Andalucía) el toreo pierde su condición de ejercicio gimnástico en el que la fuerza y la agilidad son lo esencial en él, y pasa a una actividad artística en la que el ritmo impone su son; en la que la lentitud sustituye a la rapidez, y la gracia andaluza a los rudos diestros del norte (...). El quiebro, la carrera, el salto, el recorte, son ardides del toreo más primitivo en el que el burlar al toro y pudiéramos decir que "equivocarle", más que torearle, era el fin principal del toreo. Estos ardides, de origen tan claramente campero, son el fundamento de la lidia tal como debía ser en los albores del toreo moderno a pie».

Para R. Cabrera Bonet, Madrid, Sevilla y Pamplona son las ciudades más importantes para la tauromaquia del siglo XVIII: «Pamplona es quizás más importante que las otras dos ciudades por cuanto es allí donde surge el toreo de a pie con más fuerza y con mayor anticipación, aunque luego, en la segunda mitad del siglo, sea Sevilla la que depura el estilo, modos y maneras del espectáculo».


Primer paseíllo, con trece años, de Francisco Marco Oyarzábal (Estella 16-04-78). Niño que se introdujo en el mundo de los toros de la mano de su padre, Félix Marco Roldán, alias Marquitos, novillero en la década de los 60.

La importancia de Navarra como impulsora del toreo es tal, que mientras en Castilla Alfonso X el Sabio autorizaba a que los padres desheredaran a los hijos que torearan mediante remuneración, y durante centurias no existió allende el Ebro gente dedicada a matar toros, en nuestra tierra eran famosos los matatoros profesionales.

Por citar uno de los primeros documentos referentes al tema, Carlos II de Navarra, en 1385, «mandó pagar cincuenta libras a dos homes de Aragón, uno cristiano et el otro moro, que Nos habemos fecho venir de Zaragoza por matar dos toros en nuestra presencia, en la nuestra ciudad de Pamplona».

El que esos espectáculos fueran presididos y organizados por la realeza navarra, supone un reconocimiento regio a los profesionales del toreo en la tierra. Y como señala Cossío: «De ninguna otra parte de España conozco testimonio de que existieran estos «matatoros» norteños, que aunque ignoremos sus procedimientos taurinos es seguro que disponían de una técnica y proseguían una tradición de toreo a pie de la que no conozco rastro en el resto de la Península».


Marco ingresó de muy niño en la Escuela Taurina de Mendavia (Navarra). En las fotos, con 13 años le vemos pasaportando a su primer becerro, y con los primeros trofeos que consiguió a tan tierna edad.

Según Moratín, en Navarra prácticamente no se estilaron las corridas de toros con nobles alanceadores y rejoneadores (base y origen de la tauromaquia castellana y andaluza), sino que fue la gente del pueblo la que se enfrentó a ellos a pie, contando, a veces, con la ayuda de algún matatoros que se encargaba de rematar el ganado cuando éste había alcanzado una peligrosidad extrema.

Cossío añade que Navarra es importante en la historia del toreo porque en ella nacieron el recorte y las banderillas y, sobre todo, porque aquí se profesionalizó y surgió la noción de cuadrilla. Según él, los toreros ajustados por el Ayuntamiento de Madrid durante el siglo XVII eran generalmente navarros, riojanos o aragoneses. Es decir, navarros para la mentalidad de la época.

Las corridas de toros celebradas en Madrid el 30 de junio de 1674 inspiraron la siguiente copla:

                             «Y los toreros de a pie,
                             de Talavera y Navarra,
                             todos rompen garrochones,
                             desjarretan, hienden, rajan...
                             En los toreros de a pie
                             hubo muy buenos toreros.
                             Veinticinco toros justos
                             en dos corridas murieron...»



Francisco Marco toreó 46 novilladas sin picadores, debutando con caballos el 6 de julio de 1996 en Pamplona, a los 18 años. En la composición, distintos momentos de recibir al toro a «porta gayola», suerte que Marco utiliza mucho. Esta suerte consiste en situarse delante del toril y esperar de rodillas la salida del astado sujetando con ambas manos el capote y llamando su atención. Cuando ve por qué lado embiste, suelta esa mano y con la otra describe con la capa un giro sobre su cabeza. Es una suerte peligrosa y de gran efecto, también llamada «larga cambiada recibiendo de rodillas». Las fotos corresponden a la Feria de Pamplona, y son de Silvia Ollo (feriadeltoro.net), Getti y Susana Vera.

También el toreo con capa es de origen navarro, y suertes como las verónicas (debe su nombre a que la capa se sujeta como el velo con que enjuagó el rostro de Jesús), las navarras (muy utilizada por Pedro Romero, y favorita de Cúchares, es una verónica que al llegar el toro se quita la capa de su cara y el torero gira una vuelta completa quedando preparado para volver a ejecutar la suerte) y las chicuelinas (popularizada por Chicuelo y conocida hasta entonces como navarrilla, se cita como para una verónica, pero cuando el toro mete al cabeza el diestro gira en sentido contrario) son el fundamento de la lidia.

Repasando la historia, hasta el siglo XVIII existían dos clases de espectáculos taurinos: los protagonizados por gente vulgar y plebeya, cuya única indumentaria era el humilde harapo con que habitualmente cubrían sus carnes, y los desempeñados por nobles y caballeros castellanos y andaluces, que sobre magnificas monturas alanceaban toros y ocasionalmente eran ayudados por la gente del pueblo para deshacerse de la res cuando se entableraba o el caballo era alcanzado.


Después de torear 70 novilladas con picadores a lo largo de tres años, el 26 de julio de 1999 tomó Marco la alternativa en Santander (su familia se afincó en Santoña, aunque él reside en el pueblo navarro de Rada) con toros de Sánchez Arjona, siendo apadrinado por Curro Romero, y con José Tomás por testigo. En las fotos (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), tomadas en la Feria de Estella de este año, lo vemos ejecutando una "larga cambiada recibiendo de rodillas", que también se practica en el tercio.

Cuando en 1701 se dispone a entrar en España el nuevo rey, Felipe V de Borbón, de origen francés, los españoles le obsequian en Bayona (Francia) con una corrida que le desagrada profundamente y resulta repulsiva para el séquito galo que le acompaña.

Esta repulsa consigue crear en la Corte un movimiento profundamente antitaurino que, si no logra erradicar las corridas de a pie, hace que la nobleza abandone los cosos y se dedique al llamado «juego de las armas» que tanto gustaba al rey.

A partir de entonces el jinete pasó a ser simple garrochista, varilarguero o picador, generalmente de origen campero, que como sucesor de los caballeros mantuvo su preponderancia sobre los toreros, considerados como simples subalternos incluso cuando la primacía del espectáculo había recaído en ellos.

Esa subordinación se mantuvo hasta que Joaquín Rodríguez Costillares (1748-1800) exigió en 1793 a la Maestranza de Sevilla el uso del galón de plata para los toreros de a pie para igualar su categoría a los montados, y Francisco Montes Paquiro estableció para siempre la subordinación del varilarguero al jefe de cuadrilla. Como resultado de ese cambio formal, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla comenzó a anunciar las corridas de forma parecida a la actual.


Marco fue declarado triunfador de los Sanfermines del 2000, de la feria de Santander de 2002, y de la de Tafalla (Navarra) de 2007. En las fotografías (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor) le vemos toreando con la capa en la Feria de Estella de este año.

Algo de razón tenía Felipe V en su rechazo a la fiesta. En Castilla los espectáculos plebeyos se habían masificado, y eran tan peligrosos que en 1597 un médico elevó a Felipe II un informe que decía que cada año morían en España «más de trescientos hombres en cuernos de toros», a los que había que añadir los que quedaban heridos y lisiados. Para poner remedio a esa sangría sugería que se impidiera torear a los espontáneos, y limitar el acceso a los cosos a la gente experta, a la que se distinguiría con alguna señal especial como un bonete colorado.

La propuesta no fue aceptada, pero con el paso del tiempo comenzaron a recorrer Castilla cuadrillas de matatoros navarros cuyas habilidades les permitían eludir al toro y dar espectáculo a cambio de una remuneración.

Matatoros profesionales que para distinguirse de los toreros ventureros (estos salían sin contrato y recibían una gratificación si su trabajo resultaba satisfactorio) llevaban una banda de ancho tafetán de colores alegres y vistosos que colgaba del hombro derecho y anudaban con amplia lazada en el costado izquierdo. De este distintivo tomaron nombre, siendo conocidos los matadores como toreros de banda y estoque, y como toreros de banda los subalternos.


En las fotografías (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), Marco torea por alto en la Feria de Estella de este año.

Los primeros toreros de a pie, para protegerse de las astas utilizaban traje de cuero o ante con mangas acuchilladas (como la temible infantería española), y correón de ancho cuero (parecido al que han llevado los pastores de Salamanca, que llaman mediavaca y tiene unos treinta y cinco centímetros de anchura) que con el tiempo fue sustituido por una ancha faja de unos cinco metros de largo, de seda natural y generalmente de color rojo, que daba varias vueltas a la cintura permitiendo flexionarla (es de origen vasco-navarro, parecida a la que actualmente se utiliza en el deporte rural, si bien esta es de algodón, y pervive en la fiesta convertida en el cinto rojo que forma parte del traje festivo en Navarra) a la vez que la protegía de posibles cornadas.

Ancha faja (en la primera mitad del siglo XVIII la usó el rondeño Francisco Romero, carpintero de profesión y ayudante de los nobles cuando alanceaban toros) que, como con frecuencia se desacomodaba, la cambiaron por la fina y estrecha que después han utilizado.


Al ver torear a aquel niño de 13 años, pocos pensarían que podría llegar tan alto. Francisco Marco y Pablo Simón son los únicos matadores de toros en activo con que cuenta Navarra, y, a mi juicio, Marco es el torero navarro de más categoría de los últimos cien años. Es, también, uno de los primeros en el escalafón nacional. En las fotografías (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), toreando de rodillas en la Feria de Estella de este año.

Hasta el siglo XVIII los toreros navarros (este nombre se daba a los oriundos de Navarra, La Rioja, Aragón y las Vascongadas) no sufren competencia en los ruedos.

Habiendo pastoreado a pie vacadas bravas por montes y sotos, son toreros «difíciles de emular en las suertes de mancornar toros, saltar al trascuerno, parchear, recortar, quebrar, dar la lanzada a pie, saltar con la garrocha, esperar la acometida de la res para arrojarse al suelo por debajo de su hocico y taparle los ojos, entrar a matar con machete, sin engaño y con grillos en los pies, matar con puñal cara a cara, fingir una conversación continuándola sin mover los pies tras las repetidas embestidas del codicioso astado...».

Suertes que entonces se utilizaban, y que alguna de ellas hoy podemos ver en las vaquillas que se corren en Navarra, los espectáculos de recortes, y las corridas landesas. Eran toreros bregados en espectáculos de pueblos en los que no participaba la nobleza, no se ejecutaban suertes a caballo, y su pelea con los toros era de tú a tú.

Los primeros toreros andaluces, por el contrario, (incluido Pepe-Hillo), salen de los mataderos, donde se han familiarizado con los toros (hasta la Escuela de Tauromaquia fundada por Fernando VII tuvo su sede en el matadero sevillano), y su primera función consiste en ayudar a los caballeros en la lidia, «preparándoles la res, haciendo el quite al caballo, llevando los perros alanos útiles para la hora de matar el toro, portando la media luna...».


En las fotos (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), Marco torea por bajo en la Feria de Estella de este año.

Pasada la fiebre antitaurina del primer Borbón, sus seguidores fomentan la fiesta y Fernando VI construye a sus expensas la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, en cuya inauguración, el 30 de mayo de 1749, intervienen tres espadas, uno de ellos navarro.

A partir de ese momento Madrid se convierte en la Meca del toreo: en el lugar donde los diestros tienen que confirmar la alternativa, y crisol en que se funde el modo de torear navarro y andaluz dando paso al toreo moderno.

Actuar en la capital de las Españas les impulsa a vestirse a tono, adoptando el atuendo de los majos, manolos y chisperos madrileños de su tiempo, con la particularidad de que el recamado de oro lo usaba el espada, y el de plata el subalterno.


Marco en el momento de meter la estocada a uno de los astados que toreó en la Feria de Estella de este año. Fotos Raúl Vergarachea, de Calle Mayor.

Para entonces el toreo a pie había alcanzado gran popularidad y prestigio, y los nobles pasan a ser espectadores cualificados que agasajan a los diestros y les obsequian con lujosos y costosos trajes.

Así, la Duquesa de Osuna regaló en 1778 un rico traje a Pepe-Hillo, y la Duquesa de Alba dio al rondeño José Romero el vestido con el que fue pintado por Goya, al que el diestro añadió capote jerezano, pañuelo rondeño al cuello, y faja a la sevillana, para así denotar las proezas que hizo en esas ciudades.

A partir de esos años se abandona el traje tradicional, y el gaditano Lorenzo Martínez, llamado Lorencillo por su baja estatura, cambia el cuero por la más vistosa, cómoda y fresca seda que empezó a utilizar en Andalucía e impuso en toda España.

Ese diestro (1737) vistió en Madrid «calzón y coleto de ante, largo y ajustado, atacado aquél por la espalda con trencilla, y el segundo a los costados, con botones y ojales en su parte alta y baja, cinturón ancho de cuero con gran hebilla delante, mangas de terciopelo muy acolchadas, medias blancas y zapatos con hebillas».


En la primera foto (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), Marco con uno de los trofeos conseguidos en la Feria de Estella de este año. En la segunda (Yolanda Urrea), brindando en la Feria de Tafalla de este año.

Conforme avanza el siglo XVIII el toreo a pie recibe cada vez mayores emolumentos, y los diestros, en sintonía con el estilo barroco y rococó que dominaba el arte, adoptan materiales más costosos, decorados, y mejores. Pepe-Hillo vestía tela de gusanillo tornasolado, batido, dorado y color de botella.

Joaquín Rodríguez Costillares, primer torero nacional no regionalista, e ídolo indiscutible de su tiempo, con personalidad y gusto sentó el patrón de las actuales corridas, estableciendo el traje que básicamente se sigue utilizando. Ese diestro vestía  «tela de gusanillo verde celedón (...) guarnecido de galón de plata brillante, ancho, con ojuela de plata por las costuras y rapacejo de plata por los cantos».


En estas fotos, Marco saliendo a hombros en la Feria de Estella (Raúl Vergarachea, de Calle Mayor), y presenciando la lidia en la Feria de Tafalla (Yolanda Urrea). Al final de este reportaje se puede ver un vídeo (para verlo en "alta calidad" será conveniente pinchar en el enlace que figura sobre él, y activar esa posibilidad) de su actuación en esta última feria.

Volviendo la vista a los toreros navarros, en el siglo XVII era famoso Bernardo Alcalde, conocido como el Licenciado de Falces. Ejecutaba diversas suertes de recortes o cuarteos, incluso sin desembarazarse de la capa con la que se cubría (todo apunta a que en los primeros tiempos del toreo se utilizaba como engaño la capa que utilizaban en la vida diaria).

Otras veces, unos embozados simulaban cuchichear entre sí, y al embestir el astado se separaban y lo tocaban al pasar. O un individuo, con apariencia de lisiado, parecía caminar distraído mirando a los tendidos, reaccionando al embestir el toro, al que quebraba y tocaba en alguna parte de la cabeza.

Suertes que ahora nos pueden parecer propias del circo, pero que con toros de seis años, con frecuencia avisados, y a la salida del toril, eran sumamente arriesgadas.

Respecto a las banderillas, Premin de Iruña (seudónimo de Ignacio Baleztena), en la revista Pregón del año 1943, cuenta que a mediados del siglo XVIII, en Pamplona, se ejecutaban de la siguiente manera: «Colocábase en la plaza, frente al toril, una maroma tirante entre dos pies derechos, y poniéndose en ella el diestro ejecutaba varios ejercicios acrobáticos mientras los demás toreros realizaban con el toro una de fechorías que no tenían fin.

Cuando el toro pasaba bajo la maroma, el diestro, ¡cataplúm!, se dejaba caer, quedando (...) colgado por los pies de la cuerda, y ¡riás!, le colocaba las banderillas donde podía» . 


El Licenciado de Falces, inmortalizado por Goya en sus aguafuertes, es el diestro más famoso de los primeros tiempos del toreo. José Gomarusa dijo de él (1793): «Hizo varias veces rendir al toro sin salir del recinto de un pequeño círculo, marcado por él mismo en la arena, sin desembozarse siguiera de la capa. Saltó por encima de él, poniendo el pie derecho sobre su testuz, cuando lo inclinaba para herirle. Le cubría con parches de pez los ojos estando tendido en el suelo, e hizo otras mil cosas que hoy no se hacen porque no hay quién las sepa».  Y el duque de Vanci, describiendo una corrida en Bayona (Francia), dice que «Durante todo el espectáculo se paseaba seriamente un español embozado en su capa por medio de la plaza, y cuando algún toro llegaba a sus alcances la desplegaba muy pausadamente, daba al animal con un extremo en el hocico, y seguía su camino al tiempo que con aspecto tranquilo y satisfecho volvía a colocársela sobre los hombros».

Otro diestro famoso en la época era José Leguregui el Pamplonés (1725-1785), discípulo del diestro navarro Pascual Zaracondegui.

Leguregui inauguró en 1754 la Plaza Vieja de Madrid, y destacó en la suerte del parcheo, consistente en colocar al toro vistosos parches, untados con pez u otra sustancia adherente, que como si fueran banderillas quedaban pegados a su piel (los de más lucimiento eran los colocados en la cara de la res), y en la lanzada a pie.

Para ejecutar esta suerte se esperaba la salida del toro, rodilla en tierra, con una lanza que se sujetaba con las manos y se apoyaba en la arena. El torero aguantaba la acometida y, aunque la mayoría de las veces era arrollado, si conseguía matarlo recibía el cuerpo del toro como premio.


La escuela de los toreros navarros fue el campo; el contacto diario con los toros en su pastoreo. Un ejemplo de la capacidad de los pastores para dominar a las fieras lo vemos en estas fotografías de un encierro en los Sanfermines de 1923. En ellas, Geminiano Moncayola, mayoral de la ganadería navarra de Alaiza, se dispone a colear  (el rabo de los toros, en su nacimiento, es muy sensible, y si se retuerce provoca agudos dolores que dejan al animal a meced del coleador) un toro que ha cogido a un pastor (abajo), y lo lleva a la plaza citándolo con su blusa y vara (fotos Galle).

También era famoso Martín Barcáiztegui, natural de Oyarzun (Guipúzcoa), llamado Martincho (diminutivo de Martín). Había sido pastor de ganado bravo en la ganadería tudelana de Ambrosio de Mendialdúa, y allí lo encontró Leguregui, quien se convirtió en su mentor y lo incorporó a su cuadrilla.

Con un valor que rayaba la temeridad, ejecutaba «suertes hasta entonces nunca vistas». En aquella época gozó de gran popularidad, siendo inmortalizado por Goya en cinco de sus aguafuertes. Murió en Deva, de calenturas, el 13 de febrero de 1800, y se le atribuye la creación del lance la navarra.

Por aquella época existía otro Martincho, natural de Ejea de los Caballeros (Zaragoza), pero de origen bajonavarro, lo que ha creado cierta confusión (hay quién piensa que hubo tres Martinchos: el de Oyarzun, el de Ejea, y el pastor de Mendialdúa, que sería el inmortalizado por Goya). Éste ejeano, llamado Antonio Bassún, o Ebassún, a partir de 1739 toreó a caballo en Pamplona.


Aguafuertes de Goya con Martincho como protagonista. Arriba, a la izquierda, agarra con su mano diestra el cuerno derecho del toro, mientras que con la izquierda colea al animal para tumbarlo; a la derecha, sobre una mesa, sujetos los pies con grillos, se dispone a saltar por encima del toro. Abajo, a la izquierda, se enfrenta al toro con rehiletes cortos que sujeta encima de los arponcillos; a la derecha, sentado en el extremo de una silla, con los pies sujetos con grillos y un estoque en la mano diestra, cita a la res con un sobrero de alas anchas (otras veces usaba un pequeño escudo de madera o corcho).

A partir de estas fechas desaparecen los toreros navarros (Joaquín Antonio Lapuya, de Peralta, fue el último importante), eclipsados por la nueva forma de torear que impusieron diestros andaluces como Francisco Romero, creador de la muleta y el primero que estoqueó de frente (hasta entonces, cuando tocaban a matar, salían los diestros y acuchillaban a la res en cualquier parte del cuerpo), o Costillares (suyo es el volapié).

Posteriormente, fue el gran Mazzantini, nacido en Elgoibar el 10 de octubre de 1856, y sucesor en cuanto a nación de los toreros navarros, quien revolucionó el arte del toreo.

Diestros notables de origen navarro fueron Diego Mazquiarán, alias Fortuna, nacido en Sestao (Vizcaya), en 1895, de padres navarros.

Su sobrino Juan Mazquiarán (Fortuna chico), Sestao, 1908, también torero, participó en la Guerra Civil como afiliado al Partido Comunista, alcanzado el grado de Mayor. Hecho preso, permaneció en la cárcel hasta 1946, por lo que su vida taurina fue corta.

El también torero Jaime Noáin (Gallarta 1901), de origen navarro, permaneció fiel a la República, toreando en las plazas por ella controladas, hasta que pasó a Francia y se enroló en el Movimiento. Franco lo premió facilitando su contratación, lo que lo convirtió en una pequeña celebridad de la época.

Y puesto que bajo el paraguas de navarros se incluía a todos los toreros del norte de España, podemos incluir en este grupo a Ion Idígoras, novillero de cierto éxito antes de entregarse en cuerpo y alma a su militancia en el entorno etarra.


Grabado de Doré que recrea una capea. En él no se ven jinetes, sino personas que se enfrentan al toro a cuerpo limpio o ayudados de una tela o una vara.

Saturio Torón, nacido en 1898, de gran fortaleza física, después de practicar el boxeo se introdujo en el mundo del toro actuando de banderillero. En Madrid llamó la atención por su decisión e inteligencia, siendo contratado para lidiar una novillada. Tuvo éxito, y en lo que resta de temporada toreó 10 veces en plazas importantes. El 8 de julio de 1930 tomo la alternativa en Pamplona apadrinado por Marcial Lalanda.

Con más valor que destreza, las temporadas que estuvo activo sufrió numerosos percances, lo que le hizo descender a su primitiva categoría de banderillero, cortándose la coleta el 29 de septiembre de1935 en Zaragoza.

Al llegar la Guerra Civil se alistó en las milicias republicanas, y, ascendido a capitán murió en el frente de Somosierra.


Saturio Torón, uno de los pocos toreros navarros de principios del siglo XX, en fotografía fechada en 1929.

El falangista pamplonés Rafael García Serrano, en su obra La gran esperanza, dice de él: «me fijé que cerca de nosotros estaba, brazo en alto, un matador de toros, de Estella, de nombre Saturio Torón, que lucía una corbata roja cuajada de pequeños yugos y flechas en negro, o al revés (...). Por razones de paisanaje yo había sido un entusiasta de aquel diestro, arrolladoramente valeroso, seco y poco artista, comedor de toros, porque es que se los tragaba, pero capaz de anegar de emoción una plaza hasta la fatiga del respetable, que llegaba a sentir miedo físico en la (su) apacible seguridad (...). Le vi tomar la alternativa en los sanfermines inmediatamente anteriores a la proclamación de la República...»

«Se transfiguraba en banderillas. Andaba siempre cogido y no dominaba los secretos de la lidia, pero era valiente hasta la temeridad, y después de renunciar a la alternativa y trabajar nuevamente de banderillero, ingresó en la Escuela de Periodismo de El Debate (...). Saturio Torón moriría unos meses después, de capitán rojo, frente a nosotros, en Somosierra. La definición geográfica pudo en este y en otros casos, lo mismo en zona roja que en nacional, más que la definición espiritual, lo cual resulta a un tiempo harto explicable y triste...»

«Murió, según se cuenta, al explotarle un mortero. Al mirar las posiciones enemigas acaso las viera como un tendido abarrotado por aficionados de Olite, de Tafalla, de Tudela, de toda Navarra, que unos años antes le habían aplaudido en Pamplona. Puede que esto le sirviera de consuelo al terminar la lidia por siempre jamás».


Florencio Lizasoáin (el año 1943, un tal Florencio Lizasoáin Lucea, de origen navarro, residía en La Habana) fue otro de los escasos diestros de nuestra tierra en tiempos recientes.

Mediado el siglo XX alcanzaron fama los hermanos Isidro (Tudela 1926) y Julián Marín (Tudela 1919). En 1957 Isidro salió de Pamplona, andando y en compañía de su perro, para torear en Valencia una corrida en apoyo a las víctimas de la riada que asoló la ciudad, lo que le granjeó la simpatía de todo el país .

En fechas más recientes, José Mª Díaz de Cerio Albéniz, alias Navarrito, con escasa suerte intentó hacer fortuna en el toreo, y subsistió a base de becerradas y trabajos de apoyo en las plazas de la zona.

Mayor notabilidad alcanzó Félix Marco Roldán Marquitos (1943-2004), novillero de cierta entidad que llegó a matar toros en la década de los 60. Su estela es seguida por su hijo Francisco Marco, importante torero en el escalafón actual.


Marquitos, y José Mª Díaz de Cerio, alias Navarrito, son llevados a hombros en la plaza de Estella el 06-09-64 (foto Domingo Llauró).

En el siglo XVII y XVIII se contrataron en Pamplona numerosos diestros procedentes de nuestra merindad, como Andrés López de Alda, Juan Joseph Arroyabe, Juan Larraya y Manuel Urra, alias Levadura, todos ellos de Los Arcos, o el vianés Gregorio San Millán.

Procedentes de Estella torearon Juan de Mauleón, Joseph de Mendoza, diestro notable y apodado Lolo, y Juan de Morales. Este último es el mejor pagado de las ferias de San Fermín de 1676 y 1679.


Félix Marco Roldán (1943-2004), alias Marquitos, padre del torero Francisco Marco y, en su época, novillero de renombre en Navarra. Un desgraciado accidente, que lo dejó tuerto, le obligó a retirarse de los ruedos. En la foto, con Jacinto Osés Cambra.

En 1661 se registra en Pamplona el dato más antiguo sobre la suerte del toreo a lomos de toro. Se trata de Martín de Ibiricu, del pueblo navarro de Caparroso, y uno de los diestros más famosos de su tiempo. Le abonaron «doscientos cincuenta reales por torear y haberse puesto a caballo en un toro ensillado y enfrenado, con ánimo de dar la lanzada a otro».

Si mantenerse sobre el toro es difícil, aún lo era más cuando se hacía a lomos de una res enfrentada a otra, generalmente de distinta ganadería. Tenían que ser jinetes inigualables para torear sobre animales que corcoveaban, corrían violentamente y se enfrentaban entre sí.


Ilustración de Perea conocida como "Los indios bravos".

Fue una suerte que no se practicó mucho, y tardó noventa y un años en repetirse en Pamplona. En 1854 actuaron tres compañías (indiana, española y portuguesa). El 2º y 4º  toro fue toreado y muerto por la Española. El 1º, 3º, 5º y 6º, después de ser esperado a la salida por la cuadrilla Indiana, de rodillas y con rejoncillos «al son del tango, que es la música turística de su país», actuó la Portuguesa con sus forçados, para ser rematado por el espada de la Española.

En los últimos toros -añade el programa-, después de la actuación de los Indios, «los forzudos Portugueses cogerán al toro a brazo partido, ya sujeto le pondrán silla y fierros como a un caballo y montará en él uno de los Portugueses. Estando ya sobre el toro se soltará el sexto que será banderilleado por el jinete», y tras ser apuntillado el toro ensillado, se capeará y matará al que queda.


Aguafuertes de Goya. Arriba, a la izquierda, una muestra de la afición a enfrentarse a los toros; a la derecha, el Yndio Zeballos descabella al toro desde su montura. Abajo, Zeballos se enfrenta a un toro montado en otro. Esta suerte la practicó el estellés Aramburu Iznaga, alias El Judío (los de Estella tenemos ese apelativo), del que hablo en el reportaje.

En esta suerte destacó el Yndio Zeballos, o Ceballos, inmortalizado por Goya. Actuó en San Fermín de 1775, y en carta sin fecha se presentaba así: «siendo el suplicante matador de Toros, Banderillero de a pie, y a caballo con la singularidad de entrar en la Plaza en un arrogante Caballo desde el que enlazará, amarrará y ensillará un Toro, y montado en él tocará una Guitarra, y con bara larga picará a otro que se le sacará, y después de matar al en que ba montado hará lo mismo al otro». El informe del Ayuntamiento dice que todo lo hizo bien, cobró la extraordinaria cantidad de mil reales de vellón, y vendió en cuarenta reales la res que le correspondió.

En los Sanfermines de 1779 Zeballos ensogó en la Taconera un toro que se había escapado del coso, y a principios del siglo XIX murió en la plaza de Tudela. Era sudamericano, probablemente de Buenos Aires, y practicaba una suerte bastante común en aquellas tierras.


Aguafuertes de Goya. En los primeros tiempos de las corridas en Castilla, los caballeros recibían al toro, y tras cansarlo daban paso a los toreros de a pie, quienes lo remataban. Permanecían en el ruedo hasta el final, dispuestos a socorrer a sus pedestres compañeros, como se muestra la cogida de Pepe-Hillo por el toro Barbudo (arriba a la derecha). Arriba a la izquierda, Pepe-Hillo quiebra al toro con la montera; abajo, a la izquierda, Pedro Romero matando a toro parado; a la derecha, los picadores son arrollados a la salida del toro.

En esa difícil suerte destacó Jaime Aramburu Iznaga, alias El Judío, nacido en Estella el 21 de marzo de 1751, quien en 1798 se anunciaba de esta guisa en Pamplona: «montar un toro en pelo, sólo con una cinta maestra, sin más arreo, merendar encima del toro y después cantaré, tocaré y haré que baile un muñeco encima del toro».

Según Cossío, en la plaza de Valencia, al pasar de muleta a un toro de la ganadería navarra de Francisco Javier Guenduláin, fue cogido, sufriendo heridas a consecuencia de las cuales murió en Pamplona el 16 de octubre de 1786.

Félix Cariñanos, investigador vianés, afirma que en 1779 lo mató en Valencia un toro de la ganadería navarra de Zalduendo.

Esta disparidad de fechas puede indicar que se refieren a distintos toreros de Estella, llamados judíos, como todos los estelleses.


Aguafuertes de Goya. Diversas suertes del toreo en sus primeros tiempos. Arriba, a la izquierda, dos personas alancean un toro en el campo; a la derecha, un picador, montado sobre una persona, se dispone a picar un toro. Abajo, a la izquierda, varias personas con medias lunas se enfrentan a un toro; a la derecha, moros en «palenque» mientras que el toro arremete contra los burros.

Cuando se alanceaban los toros, éstos quedaban tan maltrechos que apenas se podía aprovechar la carne [«No se podrá vender la carne (...) por estar tan agarrucheado y alanceado», dice en 1589, Joan de Montalvo, arrendador de la carnicería de Pamplona], razón por la cual se evitaba en la ciudad el alanceamiento de las reses.

Otra razón era que si la suerte se practicaba a la salida del toro, con frecuencia el espectáculo terminaba en el mismo momento en que comenzaba.

Más corriente era el uso de garruchas, o garrochas (similares a lo que en Navarra se denomina pérticas o puyas que se utilizaban para el manejo de los bueyes en las labores del campo, y consistentes en una vara de avellano, de algo más de metro y medio de longitud, con un clavo afilado en la punta). Casi todo el mundo las utilizaba, y a mediados del siglo XVII se empleaban en Pamplona una media de 600 por corrida.


Otro aguafuerte de la Tauromaquia de Goya. En el, Juanito Apiñari practica el salto de garrocha, suerte que también utilizó Paquiro. En la primera etapa del toreo navarro las suertes eran casi incruentas. Sólo cuando el toro se fatigaba y perdía fiereza se le animaba con útiles «alegradores» como arponcillos, azagayas y banderillas.

Los toreros utilizaban otras garrochas, más largas y potentes (ver el aguafuerte de Goya), con cierto parecido a las que ahora utilizan los atletas en los saltos de altura con pértiga, que les servían para impulsarse y saltar sobre los toros. Con frecuencia el palo se afirmaba en el suelo, pero otros lo apoyaban sobre el testuz del toro, lo que hacía a la suerte extremadamente peligrosa.

En este lance sobresalió la familia Apiñari, Apináriz o Apillániz, de Calahorra (formaron la familia de toreros más extensa de su tiempo, y seis de ellos torearon en Pamplona a lo largo de más de veinte años), cuyos miembros fueron de los primeros en utilizarlo. Destaca Juanito, inmortalizado por Goya.

Manuel Apiñari, llamado el Tuerto, o el Navarrito, fue uno de los toreros más famosos de su tiempo. Pendenciero y de licenciosa vida, fue llevado a la cárcel de Orán, y allí murió hacia 1772 en las astas de un toro.


En tiempos pasados, más que el arte se valoraba la temeridad y el valor. En los grabados vemos al Gordito (mediados del siglo XIX) esperar la salida del toro montado sobre un subalterno, y colocando banderillas al quiebro sentado en una silla. Algunos dicen que fue el creador de la suerte, pero las banderillas fueron una invención de los toreros navarros.

El garrochón (parecido a la vara que actualmente usan los picadores), usado en la suerte del palenque (grupo de personas, en formación cerrada, y armados de alabardas o garrochones, que no retrocedían ante la embestida del toro, y a veces lo elevaban ensartado sobre las picas), apenas se usó en Pamplona.

Lo utilizó una cuadrilla de aragoneses en 1604, y no se volvió a ver hasta que en 1650 se consideró normal matar el toro en el ruedo (con frecuencia los toros volvían al campo para ser utilizados en otras fiestas, o eran llevados al matadero para proveer la carnicería local).


Cuando la lidia adoptó las formas actuales, ofrecía imágenes como ésta de julio de 1897 en la plaza de Pamplona. Reverte, con el traje desgarrado, intenta apuntillar a la «ballestilla» a un toro de la ganadería navarra de Espoz y Mina. Sobre la arena se ve un caballo muerto.

Los dominguillos se utilizaron mucho en el siglo XVII, y aún se usa una variante en el pueblo de Iturgoyen (Tierra Estella). Eran muñecos vestidos o pintados, formados generalmente por un odre de cuero que se hinchaba, y al que se le colocaba un peso en la base para que se irguiera después de haber sido embestido.

Otra variante eran los figurones, consistentes en dominguillos en cuyo interior tenían animales que escapaban al romper el toro el cuero, quedando en propiedad del que los cogiera.

En ocasiones se utilizaba un estafermo (muñeco giratorio que golpea a quién lo empuja) que enloquecía al toro.

Otra suerte era la de la tinaja. Para ejecutarla se practicaba un hoyo en el suelo, en el que se introducía una tinaja, cesto, comporta, u otro recipiente, desde cuyo interior se hostigaba al toro.

El despeñar toros y el desjarrete (inmovilizar al toro cortándole el tendón de las piernas con una medialuna afilada, era de uso corriente en los mataderos, y la utilizaban en América para capturar toros cimarrones) nunca contaron con el favor de la afición navarra.

Esta segunda salvajada, el desjarrete, se comenzó a practicar a partir de la Guerra de la Independencia, y, rechazada por su crueldad, duró poco tiempo.


Fotografía tomada por Julio Altadill en la plaza de Pamplona. Un picador, sobre un caballo esquelético (con frecuencia, al ser corneados, les salía el paquete intestinal, que se les colocaba en su sitio cosiéndoles la piel para volverlos a exponer al toro, y como pocos salían vivos y enteros, se utilizaban los peores jamelgos), trata de picar al toro. Al fondo se ve un equino muerto. Hasta que en 1929 se implantó el peto protector, era normal que en cada toro matara hasta seis o más caballos.

En Azpeitia, con motivo de la canonización de San Ignacio de Loyola (7 de agosto de 1622) hubo doce hombres, montados en caballitos de cartón, que hicieron «suertes de grandes risas».

Torear desde un caballito de cartón  (parecido a los Caballicos Chepes de Estella y los Zaldiko-Maldikos de Pamplona) era suerte bastante corriente en nuestra tierra, en contraste con sacar burros al ruedo y barbaridades semejantes que se estilaban en otras partes.


Fotografías de la feria de Pamplona. Arriba, en 1900, el toro Cuervo, de la ganadería de Lizaso, con su bella estampa de casta navarra (obsérvese la elevada cornamenta), toreado por Lagartijo. Abajo, el año 1919  Juan Belmonte en un desplante.

Repasando la evolución del traje del torero, al inicio del toreo a pie se estilaba el cabello largo, recogido sobre la nuca por medio de una redecilla tejida de cintas que terminaba con un lazo sobre la cabeza. Usada desde fecha antigua por los ampurdaneses, era similar a la que llevaban majos y manolas, y su origen está en la antigua Grecia.

La redecilla pendía libremente por detrás, se sujetaba a la parte superior de la cabeza mediante peinetilla y atado de las cuerdas terminales, se reforzada con una cinta que la bordeaba y, en ocasiones, con un pañuelo adicional. Surtía el efecto de una almohadilla que protegía la nuca de los golpes producidos en las frecuentes caídas.

Los toreros andaluces no llevaban coleta, apéndice capilar que al parecer era privativo de los toreros navarros (la usan los kilikis o Zaldiko-Maldikos de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona, los cuales visten indumentaria del citado siglo).

Al ponerse de moda el pelo corto, los toreros pasaron a utilizar una especie de gran moña formada por lazos y sedas, sujeta a un mechón de pelo trenzado de más de un palmo, que descendía desde la coronilla y que en la vida normal enrollaban y sujetaban sobre los restantes cabellos. Esta moña fue reemplazada por un casquete (la castañeta) semiesférico atado a una coleta que llegaba hasta la parte posterior del cuello.


José Mª Díaz de Cerio, alias Navarrito, con Isaac Lisarri, Emilio Basarte, Jesús Soravilla y Julián Goicoechea.

Cuando Belmonte introdujo una nueva forma de torear, al resultarle incómodas la castañeta y la coleta, cierto día, paseando por Madrid, entró en la primera peluquería que encontró, y ante el escándalo de peluquero y público (era considerada parte consustancial del toreo, y sólo se la cortaban en ceremonioso acto cuando se retiraban; de ahí la frase «cortarse la coleta») se la cortó, siendo imitado por todos excepto por Joselito, que fue enterrado con ella.

Después volvió a ponerse de moda la castañeta, a la que hoy se añade un postizo de pelo. Pero con frecuencia los toreros prescinden de ella y sujetan el postizo a la montera.

Con el correr del tiempo se dejaron crecer las patillas, y al adoptar la montera (atuendo del que no existían precedentes, y que en su origen parece una especie de peluca rizosa, de color similar al del cabello, de la que penden borlas) se rasuraron completamente el rostro (los toreros nunca utilizaron arquetipos varoniles, como barba o bigote, y con frecuencia el traje de toreo adoptó formas femeninas).

Más adelante adoptaron el sombrero de dos picos, atravesado para dejar despejada la frente.


Juan Etchebarne, aficionado estellés, entre Marquitos y Navarrito. Éste último no tuvo fortuna en los ruedos. Se escapó de la mili para venir a torear a fiestas de Estella, fue detenido, y pasó muchos años en el presidio de Mahón. A partir de entonces toreó poco, pero siempre estuvo ligado al mundo del toro, actuando en sus últimos años como Director de Lidia en las plazas de la merindad de Estella.

Al menos a partir de Paquiro los toreros usaron camisa (prenda costosa en aquella época y, por tanto, poco común), siempre de color blanco, de amplio cuello, que con el paso del tiempo se estrechó y almidonó. Colocaron sobre ella pasadores de oro, y llenaron la pechera de chorreras y guarniciones de encaje; aditamentos, todos ellos, más bien propios del sur de España.

El torero navarro, más austero, siguió llevando un simple pañuelo anudado al cuello, al estilo de los antiguos segadores.

Cuando los militares de los siglos XVII y XVIII adoptaron la corbata (prenda de origen balcánico utilizada por tropas mercenarias del mismo origen), pronto pasó a formar parte del atuendo de los toreros.


Florencio Lizasoáin, alias Navarrito, estellés prácticamente desconocido, que practicó el arte de Cúchares a principios del siglo XX.

Avanzado el siglo XVIII el torero viste con casaca o chaquetilla, con el añadido del chaleco desde principios del siglo XIX.

A partir de Paquiro el chaleco es siempre vistoso y de seda, de colores vivos y alegres, ceñido y abotonado, con caireles y alamares. Tan recargado de raso y tafetán, que es difícil ver un centímetro cuadrado libre de galones y cordones, borlas y flecos, luces y reflejos.

Las chaquetillas de tiempos de Paquiro apenas tienen delantera, permitiendo exhibir la camisa y el chaleco. Pero poco a poco se fueron cerrando (nunca llevaron elementos para abrochar) hasta llegar a la actual, rígida y pesada cual armadura. Lleva dos bolsillos, tan pequeños, que apenas son visibles.


Termino por donde empecé. En la foto, Francisco Marco con su trofeo al "Estellés del Año 2006". Junto a él, los finalistas: izquierda, Garín, por sus actividades en pro de la pelota; derecha, Esparza, representante de la Editorial Verbo Divino, que ese año celebró sus bodas de oro en Estella, y Ángel Ustárroz, presidente de la Asociación de Empresarios de la Merindad de Estella (LASEME). En el centro, los organizadores y patrocinadores del evento: Jesús Astarriaga, de la Cafetería y Asador de su nombre, y Luis Tobes, del comercio textil (Boutique Class, Síntesis y Drop), recientemente fallecido.

Antiguamente los varones usaban calzones que llegaban hasta las rodillas. Desaparecieron en el siglo XIX bajo el empuje de una prenda de origen italiano, el pantalón, cuyo nombre deriva de Pantalone, viejo de la comedia italiana, burlesco, libidinoso y avaro.

Como recuerdo de aquella época, el calzón ha quedado reducido a su uso en el folklore y en el toreo, donde ha adoptado el nombre de taleguilla. Prenda que realza la figura pero limita el movimiento.

En su terminación lleva unos cordoncillos de los que penden flecos trenzados que al anudarse aprietan corvas y rodilla. Son los machos. Y «apretarse los machos» equivale a anudarse fuertemente los calzones, símbolo de decisión y brío.

Al quedar la taleguilla por encima de las rodillas, las piernas fueron cubiertas por medias.

La alpargata que usaban los primeros toreros, dio paso al zapato, el cual debía ser liso y sin tacón para evitar tropiezos y enganchones. En la actualidad, en la parte superior de la suela, sobre la que asienta el pie, tiene en la zona del talón un engrosamiento que favorece el apoyo.

Finalmente, en evidente contraste con la evolución del traje del torero, el del picador se ha empobrecido: utiliza el cuero en el vestir, y sombrero castoreño de alas más rígidas y planas que el primitivo, con la copa en forma de medio queso, y de dureza pétrea. Lleva también una voluminosa escarapela en forma de piña, de color oscuro, llamada cucarda, cuya única finalidad es el adorno.


Francisco Marco posa orgulloso con su trofeo. Que lo disfrutes por muchos años, y que tengas larga vida y mucha suerte en los ruedos.
Pensando con bastante libertad, quizá Francisco estuviera predestinado al arte de la torería por el apellido que lleva. En la Península Ibérica se asoció a San Marcos con el ganado bravo, y se le consideró protector y amigo de los animales. Se celebraban corridas por su fiesta, y se integraban los toros, como símbolo de fecundidad, en las procesiones. En algunos pueblos las mujeres que deseaban descendencia, pasaban su mano por los lomos del animal, diciendo «Marcos, Marquitos, hazme un hijito».

Finalizo con unas preguntas y una hipótesis. Teniendo en cuenta la unanimidad en las opiniones y la amplia documentación existente, no cabe duda de que Navarra (en sentido amplio) es la cuna del toreo a pie. Pero, ¿toda Navarra participa del hecho en igual medida? Voy a dar mi opinión.

Desde hace tres o más siglos las ganaderías bravas navarras han ocupado los sotos y campos de la Ribera, por lo que parece que ahí está el origen del toreo a pie. Yo lo pongo en duda en base a lo siguiente: a), el ganado bravo navarro (a ello dedicaré otro reportaje) procede de la raza betizu, típica de la zona más norteña y vasca de Navarra; b), en tiempo de escasez se enviaban a las plazas españolas reses cimarronas que se recogían en la zona media de la comunidad, y c), la pervivencia en Iturgoyen (Tierra Estella) de tientas con ganado doméstico que pasta en libertad por las sierras.

Por otra parte, el primer documento conocido sobre matatoros (citado al principio de este reportaje) nos dice que el diestro había sido traído de Zaragoza, de lo que deduzco que era de origen moro o mozárabe (hay grabados de Goya en los que intervienen moros). Pero desaparecida del país esa cultura, todo apunta a que el relevo lo tomaron gentes originarias de Guipúzcoa y de la parte que ha conservado en Navarra el habla vasca.

Acude en apoyo de esta hipótesis la antigua afición y práctica de la tauromaquia en pueblos navarros como Lesaca, y el esplendor y potencia que siempre han tenido las ferias taurinas de Deva y Azpeitia, a lo hay que sumar la existencia de toreros (considerados navarros en la época) guipuzcoanos, como Martincho, o bajonavarros, como Ebassún o Bassún.

No en vano, el célebre jesuita Padre Larramendi, en su Corografía de Guipuzcoa dice que allí «las fiestas en que no hay corridas de toros apenas se tiene por fiestas aunque haya la mayor alegría del mundo; y si hay toros luego se despueblan para verlos (...). Si en el cielo se corrieran toros, los guipuzcoanos fueran todos santos para irlos a ver al cielo».

Y, principalmente, que casi todos los toreros navarros de la época, y muchos ganaderos (la familia Miura tiene el mismo origen), tienen apellidos originarios de esa zona norteña, que muy poco tienen que ver con los apellidos de la Ribera. Por citar alguno de la primera hora (todos ellos nombrados en este reportaje): Medialdúa, Apiñari o Apillaniz, el citado Ebassun, Iznaga, Leguregui, Zaracondegui o Barcáiztegui.

Buscar esas raíces es un campo muy interesante, en el que creo que nadie se ha adentrado, por lo que invito a que lo hagan personas aficionadas y estudiosas, y vean si mi intuición (el toreo a pie tiene su origen en la parte más vasca de Navarra), o hipótesis, es acertada.

Francisco Marco en Tafalla
http://es.youtube.com/watch?v=pfVOE0O0iuA
Momentos taurinos, Tafalla
http://es.youtube.com/watch?v=0FLdXD_y2Eg

Nota:

Para la elaboración de este reportaje se han consultado los libros y folletos siguientes:

«El traje del torero de a pie», «La Iglesia y los toros», «Los Carmona en Pamplona» «Pamplona y toros. Siglo XVII», «Pamplona y toros. Siglo XVIII», «Toreros goyescos en Pamplona», «Toreros goyescos navarros», «Toros en Pamplona 1815-1852». Todos ellos de Luis del Campo Jesús.

«Navarra, tierra de toros», de Saturnino Napal Lecumberri.

«Los Toros», de Cossío.

agosto 2008

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© Javier Hermoso de Mendoza