Origen de Estella (1).
Tierra Estella en la Historia.
Este trabajo trata sobre el origen de Estella, su Fuero y su nombre, así como la relación que en origen tuvo Estella con Lizarra. Debido a su extensión lo dividiré en tres partes: 1) la historia de lo que hoy conocemos como Tierra Estella, origen del reino de Navarra; 2) el fuero que propició el nacimiento y desarrollo de la ciudad y 3) el significado y relación entre los nombres de Lizarrara, Lizarra y Estella.
Aunque lo que hoy es Tierra Estella nace a la historia en el siglo IX, este trabajo lo comienzo con unas consideraciones previas, comunes al territorio del curso medio del valle del Ebro, que ayudan a situar el territorio.
En el siglo V d. C. tuvo lugar la invasión de Hispania por los pueblos germánicos, lo que motivó la aniquilación de la cultura romana, de su estructura política y administrativa, de sus ciudades y villas, acabando con la “pax romana”, y sumiendo a Tierra Estella, uno de los campos de batalla de los invasores bárbaros por el control de la Península, en un largo periodo de violencia, anarquía, inseguridad y hambruna.
Durante este periodo, la periférica Vasconia se había convertido en refugio de rebeldes visigodos y centro de reclutamiento de bandas de salteadores, conocidos como “bagaudas” (vagabundos), compuestas por esclavos agrícolas, campesinos pobres, colonos, pastores, desertores y grupos urbanos desfavorecidos, procedentes de los confines montañosos del territorio, -como el valle romanizado del Araquil- que, según Hidacio (obispo e historiador hispano-romano, 400-469 d. C.), llegaron a asaltar la catedral de Tarazona matando a su obispo (año 449).
Durante este periodo, la vida en nuestro territorio es tan difícil que, nos dice Hidacio (Roldán Jimeno y Gregorio Monreal, Textos histórico-jurídicos navarros), «se desata un hambre tan horrible, que los humanos, obligados por ella, devoran carne humana; incluso las madres se alimentan con los cuerpos de sus propios hijos, a los que han dado muerte o hecho cocer. Las bestias feroces, acostumbradas a devorar los cadáveres de las víctimas de la espada, del hambre o de la peste, matan también a los hombres más fuertes y, alimentadas con su carne, se dispersan por doquier para aniquilar el género humano. Y así, por medio de los cuatro azotes, el hierro, el hambre, la peste y las bestias feroces, que desatan su crueldad por doquier en el mundo entero, se cumple lo que había anunciado el Señor por boca de sus profetas».
El valle de Yerri desde el pueblo de Arizaleta. Al fondo a la derecha, Montejurra.
A mediados del siglo V los suevos depredaron las Vasconias, que «en un principio […] se mantuvieron sin reaccionar o, al menos, pasivas ante los saqueos y tropelías que cometían en ellas los bárbaros» (Jokin Lanz, Los vascones y sus vecinos).
«En su “Historia de regibus Gothorum”, San Isidoro de Sevilla (c. 560-636) alude sin mayores precisiones a las irrupciones de los Vascones que debió contener el monarca Recaredo hacia los años 590-601, y al castigo que les infligió luego Gundemaro (610-612). Pero en otro pasaje, más ilustrativo, explica que en los comienzos de su reinado (621) organizó Suintila “una expedición contra las incursiones de los Vascones que infectaban la provincia Tarraconense”; su llegada infundió tal terror a aquellos montañeses que, depuestas las armas y doblegando humildemente sus cervices, “entregaron rehenes, erigieron a su costa y su trabajo Oligito (Olite) como civitas Gothorum (ciudad de los godos), y prometieron acatar su soberanía y poder, y cumplir cuanto ordenare”.
En un texto epistolar del año 653 se narra […] el alzamiento de Froya contra Recesvinto, recién entronizado soberano de la monarquía hispano-goda. Con este motivo, y al servicio lógicamente del pretendiente, se sacó de los Pirineos a la “feroz gente de los Vascones”, que devastaron en diversas correrías “la patria de Iberia”. El autor, Tajón, obispo de Zaragoza, se recrea en la descripción de los estragos causados por los revoltosos hasta los aledaños de su ciudad: “se derrama la sangre inocente de los cristianos [...], se lleva la nefasta guerra a los templos de Dios, se destruyen los altares sagrados, se abate con la espada a la mayor parte de los ministros del clero, y se abandonan a los animales y aves los cadáveres insepultos de las víctimas”. Es la imagen emotiva de un enfrentamiento por el poder y unos aguerridos montañeses enrolados por uno de los bandos.
Conocido por su relieve como “El león dormido” (1.244 metros), es el punto más occidental de la merindad de Estella, y sobre él se hallan los restos del castillo de Marañón. El monte se ve desde las proximidades de Santo Domingo de la Calzada, y la foto está tomada desde Laguardia, Rioja alavesa. A la derecha, la sierra de Codés con el monte Yoar.
Veinte años después, San Julián de Toledo, en su historia monográfica de los comienzos del reinado de Wamba (672), dice que al tener noticia de la rebelión de su dux Paulo, encargado de sofocar una revuelta ocurrida en Septimania, el monarca hispano-godo se hallaba en Cantabria dispuesto a reducir a “feroces Vasconum gentes”. Penetró, en consecuencia, diligentemente en las “tierras de Vasconia” y durante siete días arrasó poblaciones y viviendas con tal violencia que los propios vascones, depuesta su fiereza de ánimo, entregaron rehenes y ofrendas y pidieron la paz {…]. Una semana había sido suficiente para acabar con pleno éxito la que parece haber constituido una operación muy localizada y de motivaciones presumiblemente fiscales.
A comienzos del siglo VIII, gentes del Pirineo navarro y de otras partes de la antigua provincia Tarraconense se debían de haber comprometido en otra lucha por la corona. Se explica así que, cuando le llegó noticia del desembarco árabe en la bahía de Algeciras (711), el monarca Rodrigo se hallara “en tierras de Pamplona” en guerra con los Vascones “por graves rebeliones que habían estallado en aquel país”. Estos habían sido ganados probablemente por quienes apoyaban a un hijo del difunto Vitiza frente al soberano recién elegido. Pero la citada información no proviene ya de testimonios hispano-godos, sino de los autores árabes encargados de rememorar la conquista de Hispania para el Islam. (Del espejo ajeno a la memoria propia. Ángel J. Martín Duque)».
En lo alto de este primer monte, el castillo de San Esteban de Deyo, hoy Monjardín. Al fondo, la sierra de Codés con el Yoar como punto más alto. «Parece que Deyo, al igual que la Berrueza, era una demarcación territorial más que un punto fortificado concreto. Señala la "Crónica Albeldense" que los musulmanes saquearon Deyo pero no tomaron ninguna de sus poblaciones ni castillos».
«Francos y godos (José Mª Lacarra, La cristianización del País Vasco) hablan de la ferocidad y barbarie de esas gentes […], y mientras en las regiones vecinas la antigua civilización romana evoluciona […], el territorio montañés de las Vascongadas y Navarra permaneció aislado, con un tono de vida un tanto arcaizante […]. Los vascones, según se deduce de los autores árabes, disponen de escasos recursos, se abastecen con dificultad, pasan hambre, y se lanzan con frecuencia al bandidaje […]. Todos ellos son prontos a la rebelión, y cuando son sometidos por la fuerza su sumisión es transitoria […]. Cuentan las crónicas que cuando Muza regresaba de Galicia, “invadió el país de los Vascos y penetró en el interior encontrando un pueblo semejante a los brutos”. Es decir, notan en los vascones un notable retroceso cultural».
La misma opinión tiene Paulino de Nola (año 393), que, en su correspondencia con Ausonio, ve poblada nuestra tierra de gente de costumbres poco pulidas (asilvestradas, vistiendo con pieles y viviendo en chozas cubiertas de paja) comparadas con las de su tierra natal, Burdeos. Opinión coincidente con la que reflejan los cronicones visigodos y los galo-romanos, que ven al vascón como un hombre feroz y silvestre, hábil en la guerra de guerrillas y en maniobras de retirada (Julio Caro Baroja, Los vascones y sus vecinos).
Referente a Vizcaya y Guipúzcoa en el siglo XII, extensible a la zona montañosa de Navarra, señala Lacarra que «si en esta época el país resulta espantable, lo es por su aislamiento, por su falta de caminos, por su falta de núcleos urbanos, por su total apartamiento de la civilización, que colocaban a sus gentes en un estadio cultural distinto al de los territorios que le rodeaban».
Coincide en ello Julio Caro Baroja (Los Vascos): «Desde el siglo V al XII, por lo menos, quedó la totalidad del país sometida a un régimen social bastante anárquico. La circulación general, propia del Imperio (Romano), si no desaparece, se debilita muchísimo. Las ciudades pierden prestigio, y los límites orográficos cobran un sentido que antes no podían tener. Los campos, eje de la vida en su conjunto, se hallan dominados por oscuros jefecillos» que arbitrariamente imponen su ley.
A partir de la conquista del castillo de Monjardín, el reino de Pamplona extendió sus dominios hacia el Sur y el Oeste, incorporando las tierras llanas de la Ribera y de La Rioja. En la foto, detalle de la Cruz de Monjardín. Cruz procesional de plata, de hacia el año 1200. Junto con el Evangeliario de Roncesvalles, son las únicas piezas de orfebrería románica que se conservan en Navarra.
En la primera mitad del siglo VIII los musulmanes sustituyen a los visigodos en el dominio de Pamplona, en cuya ciudad se establecen, pero quedan en el territorio navarro zonas independientes.
«Según la “Crónica de Alfonso III” (Roldán Jimeno y Gregorio Monreal ob. cit.), en tiempos de Alfonso I de Asturias (739-757) las tierras que tras la conquista musulmana habían continuado estando poseídas por sus anteriores pobladores, eran Álava, Bizcaya, Alone –quizás Ayala- y Orduña, y los territorios de […] Degio (Deio) y Berrueza. Formándose una teofrontera (frontera religiosa) que discurría, de oeste a este, por las sierras de Codés, San Gregorio, Montejurra y Monjardín, el monte Esquinza, las Nequeas, los conjuntos serranos que guardan la Valdorba, Ujué y el valle de Aibar; y las sierras de San Pedro, Peña y Santo Domingo extendían el farallón defensivo pamplonés desde Cáseda hasta el valle del Onsella».
«Hacia el año 859, la tierra de Deyo debió pasar a manos de los Banu Qasi cuando el jefe del clan muladí era aliado de los pamploneses y estaba enemistado con el emir Abd al-Rahman II. Dentro del enfrentamiento de esta dinastía con el emirato cordobés, el emir envió a su hijo Al-Mundir encabezando una expedición hasta la tierra de los Benikazi, entrando y depredando Deio (883), lo que propició un breve control cordobés ejercido desde las alturas de Monjardín, no siendo hasta el reinado de Sancho Garcés I (905-925), que en el año 909 conquista la fortaleza musulmana de Deyo (Monjardín), cuando la monarquía navarra se consolida y adquiere carácter efectivo».
A partir de esa conquista la tierra de Deyo marca una nueva frontera (teofrontera) entre las tierras cristianas y musulmanas; punto de partida de las ofensivas pamplonesas contra los musulmanes de La Rioja, y de defensa ante sus ataques. Para ello, a lo largo de la cordillera que une la sierra de Cantabria y Montejurra se crea una cadena de pequeños castillos (Marañón, Punicastro, Arróniz, Dicastillo…), convirtiéndose Deyo, junto con la Berrueza, en uno de los territorios que articulan la monarquía pamplonesa.
Territorio diferente e independiente de Pamplona, según consta en las crónicas y en la documentación de la época. Así lo reflejan la “Crónica de Alfonso III” y la “Crónica Albeldense” al citar los dominios de Sancho Garcés I: en el año 928, su hijo García Sánchez I (925-970) reinaba “in Pampilona et in Deiu”. Y en el 958, en su nombre, gobernaban Fortún Galíndez en Nájera y la reina viuda Toda Aznárez en Deio y Lizarrara (“Et Regina Toda donna in Deio in Lizarrara”, según consta en el “Cartulario de Albelda”). El año 928 también lo vemos como parte de la diócesis de Iruña: “Domnus Galindo episcopus similiter in Pampilona et in Deiu et in castro Sancti Stefani (Monjardín) regebar”.
Monte Yoar (1.417 m.), nevado. Es el segundo punto más elevado de la Merindad de Estella, en cuya cumbre está la divisoria entre Álava y Navarra.. A la derecha, la cruz de Peñaguda dominando Estella.
«El fundamento de esta diferenciación es difícil de percibir. Pudiera ser (Javier Ilundáin Chamarro, Los fueros de Estella y San Sebastián. Iure Vasconiae) su identidad particular distinta de otros territorios o, quizás, que disponía de una cierta organización y entidad política antes de su incorporación al reino o como marca fronteriza (marcas fronterizas lo fueron el “Ducado de Cantabria” y el “Ducado de Vasconia”). La pervivencia de esta consideración podría indicar, también, que su incorporación a la monarquía pamplonesa se hizo en bloque, bien por la vía militar, bien por la diplomática. Sería un caso similar al de Aragón, integrado por alianza matrimonial, Álava, por vasallaje de sus señores, o Nájera, por conquista, territorios todos ellos que mantuvieron su entidad individualizada en las cláusulas del regnante».
Por su parte, José Mª Lacarra (Las relaciones entre el reino de Asturias y el reino de Pamplona. Estudios sobre la monarquía asturiana) nos dice que no está claro «si entre la zona alavesa y la de Pamplona hubo en el siglo IX otro territorio de autonomía política más o menos acentuada, que habría que localizar en las montañas de la zona de Estella: “Degius atque Berroza” (Deyo y Berrueza). Jean de Jaurgain (1842-1920) lo dio por seguro, y aunque lo rebatió Louis Barrau-Dihigo (1876-1931), vuelve Gregorio de Balparda (1874-1936), en su documentada “Historia de Vizcaya”, a sostener ese mismo punto de vista, pensando que una zona de Estella –sede de la familia Jimena- dependió de la monarquía asturiana hasta que Sancho I Garcés creó el reino de Pamplona (905) con la ayuda de su pariente Alfonso III de Asturias».
«Balparda se inclinaba a situar a la familia Jimena en las montañas de Estella, en una especie de condado navarro emparentado con los Velas alaveses (un dato que en los tiempos modernos une Álava con Tierra Estella es la abundancia de apellidos compuestos) y dependiente del gobierno de Asturias. No faltan argumentos a favor de esta hipótesis, aunque no todos los que en su obra aduce este infatigable investigador tienen igual valor, y otros indicios parecen contradecirle».
«Un siglo más tarde –continúa Lacarra-, el “Códice Albeldense” no incluye al obispo de Pamplona en la enumeración que hace de los prelados del reino asturiano, y San Eulogio, en la carta que dirigió al obispo Willesindo de Pamplona (851), le envidia porque mientras él gime bajo el impío yugo de los árabes, vos en Pamplona gozáis la dicha de ser amparado bajo el señorío del príncipe que reverencia a Jesucristo. El príncipe cristiano que amparaba al obispo de Pamplona no era el rey de Asturias, cuyo poder se extendía hasta Álava, y tal vez hasta Deyo y Berrueza, sino un caudillo de la dinastía Íñiga».
La Berrueza, otro de los valles del antiguo “Condado de Navarra” o “antigua Navarra”. La foto está tomada desde San Gregorio Ostiense, y muestra la parte occidental del valle. Al fondo, la sierra de Codés.
Julio Caro Baroja (Observaciones sobre el vascuence y el Fuero General de Navarra) apunta: «De Enneco, cognomento Aresta (824-852), dicen algunos textos que fue de Viguria: así García de Eugui, al que siguió Martín de Azpilicueta. El Príncipe de Viana le llama “señor de Abárzuza y de Bigorra”, y esta grafía y alguna otra fuente documental han hecho que se busque su nacimiento en Baigorri, Bigorre, etc. (poblaciones francesas), aunque en textos manuscritos de los que se aducen para leer Bigorra y hacer las reducciones referidas, se lea, en realidad, Bigoria. Ahora bien, un caudillo que da una hija a Muza, señor de Borja y Terrer, que se mueve siempre por la frontera oriental y meridional de la Cristiandad, en trato familiar con los Banu Qasi o Kasi, y que, según los textos árabes dados a conocer por Lévi-Provençal, era hijo de otro jefe que también se llamaba Enneco, muerto por los años de 780-785, y que ya tenía autoridad en la misma tierra en que él actuó, más parece que debía haber nacido en un ámbito, como el de Viguria y Abárzuza, que en país de ultrapuertos; y tan posible es, en teoría, que empleará un cognomen romance […]: la palabra arista, arestao ariesta (gari bizarra para Larramendi)», que traducido al castellano es “filamento del trigo”, vulgarmente, raspa, y, actualmente, en zonas de la Ribera de Navarra, «envoltura seca del tallo del cáñamo o del lino que salta al espaldar» (Iribarren).
«La palabra Navarra –sigue Caro Baroja- ha dado mucho que pensar a los filólogos e historiadores, Campión planteó su estudio, preguntándose si era de origen vasco o no. Siguió hasta un punto a Ohienart, que la explicaba a base de nava, naba = llanura. Campión pensó en un denominativo navarr, que, con el artículo -a, denominaría al habitante de la región llana, frente al montañés. Pero yo creo más prudente seguir otra vía. Naba en suletino es también vertiente o depresión de terreno entre montañas: y si aceptamos, como Campión acepta, siguiendo al Príncipe de Viana y coincidiendo con Yanguas, que el país llamado en un tiempo Navarracomprendía la parte más montañosa de la merindad de Estella, de la que se ha dicho algo, parece que esta acepción sería más adecuada que la de llana o llanada […]. Cabe imaginar dos soluciones más: 1). Napar ha tenido un viejo significado en vasco, que ha desaparecido luego. 2). Navar es un elemento nominal, de tipo gentilicio en el más estricto sentido de la palabra (vasco o no). Digamos ahora, en primer término, que nabarr-a, en vasco-navarro, es la reja del arado o culter. Se habla aún de un viejo tipo de arado conocido por golde-nabarra […]. En todo caso, creo que nabar, napar, desde el punto de vista geográfico, quiere decir algo semejante a sierra y no a nava (llanura)».
José Yanguas y Miranda (Diccionario de antigüedades del reino de Navarra) señala que «tomando pues la palabra Nava y uniéndola a la de Yerri resulta casi lo mismo que, en diferente concepto, quiso probar el P. Moret; esto es, que se llamó primero Navayerri, o valle de Yerri, y después, por contracción, Navaerri, y finalmente, Navarra, cuyo nombre se dio desde el principio de la reconquista a los pueblos y valles de Allín, Mañeru, Goñi, Améscoa y Guesálaz, que confinan con Yerri, y a Pamplona, cuya ciudad también confina y debió poblarse de navarros desde que los moros fueron echados de ella».
A la izquierda, con la letra A, la “antigua Navarra” del Príncipe de Viana; a la derecha, el comedio de Pamplona. Este mapa ilustra lo que Yanguas y Miranda dice sobre el nombre de Navarra.
Parece aceptado que el término Navarri, Nabarri, procede de nabarr, nombre que en euskera designaba a la “reja del arado”, por lo que Navarri, equivalente a lo que en textos europeo-occidentales se conocía como arator, se utilizaba en Francia para designar a la población campesina de la actual Navarra; a los rusticus o villanus. «Y de navarrus, en su acepción franco-carolingia (Ángel J. Martín Duque, Imagen histórica medieval de Navarra. Un bosquejo), derivaría [terra] Navarra, término acuñado seguramente en Francia, donde constan también las más antiguas referencias […]. Desde Francia pasaría el indicador Navarra a tierras peninsulares como consecuencia quizá del incremento de las peregrinaciones jacobeas y las relaciones de los monarcas castellanos y pamploneses con magnates laicos y eclesiásticos ultrapirenaicos…
Crónica de Carlos, Príncipe de Viana.
Territorio, el de Tierra Estella, que Carlos, Príncipe de Viana, lo convierte en origen del reino. Lo recoge y comenta Julio Caro Baroja en su obra “Observaciones sobre el vascuence y el Fuero General de Navarra”: «e llámase la antigua Navarra estas tierras; son á saber las cinco villas de Goñi, de Yerri, Valdelana, Améscoa, Valdegabol (según Yanguas y Miranda, es mala transcripción de Valdeguesálaz), de Campezo, e la Berrueza, e Ocharan (nombre que para algunos designaba a los valles de Améscoa Alta y de Arana, y para otros Echarren de Guirguillano, en el valle de Mañeru, o Echávarri de Allín); en este día, una grant peina (gran peña) que está tajada entre Améscoa, Eulate, e Valdelana, se clama la Corona de Navarra; e una aldea, que está al pie, se clama Navarin». Esto dice el Príncipe de Viana al delimitar las tierras de reconquista primera. Algunos niegan autoridad al texto, por tardío. Pero hay que observar: 1.°) que el Príncipe indica en presente, lo que se llama antigua Navarra. 2°) Que la pérdida de España se expresa en el prólogo del “Fuero General” de modo bastante parecido: “Entonz se perdió Espayna ata los puertos, sinon Galicia, las Asturias, et daqui Álava et Vizquaya, et de la otra part Baztan et la Berrueza et Deyerri et en Ansso, et sobre Iaca et encara en Roncal et Sarasaz et en Sobrarbe et en Aynssa” («entonces se perdió España, hasta las zonas más recónditas, exceptuando Galicia y las Asturias y, de esta parte, Álava y Vizcaya, y de la otra parte Baztán, y la Berrueza y Yerri, y encima de Jaca, resistieron Ansó e incluso en Roncal y Salazar, y en Sobrarbe y en Aínsa») y 3.°) que la fórmula recuerda, en algo, la usada de manera más breve en el “Chronicon Sebastiani” (850) cuando trata de las tierras no conquistadas por los moros: “Alaba namque Bizcai, Alaone et Urdunia a suis incolis reperiuntur semper esse possessae, sicum Pampilona, Degius est, atque Berroza”».
Según Caro Baroja, los pueblos del norte a la llegada de los romanos. En lo que respecta a la Merindad de Estella, creo que la línea habría que traerla más al Este, haciéndola coincidir con la antigua división entre los obispados de Calahorra y Pamplona, y con los antiguos límites dialectales del euskera en la zona.
«El Príncipe de Viana -continúa Caro Baroja- combina dos tipos de información. Pero al demarcar el contorno de la “Navarra vieja”, nos pone ante una verdadera unidad geográfica; un país que, por el Norte, termina con el tajo inmenso de las sierras de Urbasa y Andía; que por el Sur presenta un sistema montañoso menos compacto, como defensa, pero siempre fuerte, el cual define también la existencia de la tierra más cálida y soleada de La Solana, es decir, el valle de Santesteban con sus nueve pueblos. La delimitación occidental es más ambigua, porque incluye algún territorio que ha quedado como a caballo entre el antiguo condado de Álava y Navarra; pero la defensa geográfica occidental está bien representada por una serie de sierras y montañas alavesas. Por el Este también presenta este contorno grandes alturas, de tal suerte que el que hoy se coloque en la carretera de Estella a Pamplona, después de Izurzu, en el mirador de Echauri, comprende, de modo rápido e intuitivo, la diferencia geográfica que presentan la cuenca y el ámbito pamplonés, con respecto a la “Navarra vieja”, del mismo modo como desde el mirador de Lizarraga se entiende el significado del sistema montañoso nórdico de ésta, en relación con las comunicaciones también septentrionales de Este a Oeste, y así como, por otra parte, desde lo alto de la torre de Santa María de Ujué, mirando al Norte, al Este o al Sur, se entienden las relaciones de la zona oriental de la Reconquista con las tierras tudelanas e ibéricas, o con el Alto Aragón y el Alto Pirineo».
El monte Berain (1.493 m.), en cuya cima se encuentra la ermita de San Donato, que ahora da nombre al monte, es el punto más elevado de la merindad de Estella. La fotografía está tomada desde La Barranca.
Avanzando en la historia, el año 1067 se produjo la “guerra de los tres Sanchos”, que enfrentó a Sancho Garcés IV de Navarra, a Sancho Ramírez de Aragón y a Sancho II de Castilla, nietos de Sancho Garcés III “el Mayor”, rey de Pamplona. Guerra en la que el castellano arrebató al navarro La Bureba, Pancorbo y Montes de Oca.
Diez años después el monarca navarro fue asesinado en el barranco de Peñalén (Funes), ocasión que aprovecha el rey castellano Alfonso VI para intentar hacerse con Navarra, que en buena medida ocupa, pero ante la ofensiva de Sancho Ramírez, rey de Aragón, retrocede y se queda con La Rioja.
El resto de Navarra se incorpora a la Corona de Aragón bajo el cetro de Sancho Ramírez, que a partir de 1076 se intitula Rey de Aragón y de Navarra. Para consolidar su dominio, en octubre de ese año se hace con Sangüesa, situada en la órbita aragonesa desde que en 1063 Sancho Garcés IV el de Peñalén entregara a Ramiro I de Aragón las villas de Sangüesa, Lerda y Undués a cambio de su amistad, fidelidad, ayuda y consejo, y a continuación actúa sobre la comarca de Deyo, poblando Estella, para evitar, aunque no sólo, que esta tierra, que había mantenido una larga relación con el reino de Asturias, le creara algún problema.
Sobre esta incorporación, Luis Javier Fortún y Carmen Jusué (Historia de Navarra. Antigüedad y Alta Edad Media) hacen algún matiz: «Alfonso VI necesitó la ayuda de Sancho Ramírez y, por tanto, tuvo que llegar a un acuerdo con él (1087). Se reconoció la incorporación a Castilla de los territorios ocupados en 1076: las tierras riojanas, Vizcaya, Álava, parte de Guipúzcoa y la zona comprendida entre el Ebro y el Bajo Ega. Sancho Ramírez vio reconocida su dignidad real y gran parte de sus conquistas en Navarra. Pero tuvo que prestar vasallaje a Alfonso VI por un conjunto de tierras situado en el núcleo originario de la monarquía, delimitado por el perímetro de Monjardín, Falces, Aibar, Leguín, Pamplona y quizás Erro. Este territorio recibió el nombre de "Condado de Navarra" y se encomendó al conde Sancho Sánchez, nieto de García el de Nájera por línea bastarda».
San Vicente de la Sonsierra (de Navarra), hoy riojana, hasta finales de la Edad Media fue el punto más occidental de las “Tierras de Estella”.
Pasemos ahora al nombre, Degium, Degius, Deiu, Deio, Deyo, que pasó a ser denominado, sucesivamente, “Condado de Navarra”, “Navarra vieja” o “Antigua Navarra”, posteriormente “Tierras de Estella” y actualmente Tierra Estella (sin la preposición “de”, como Tierra Santa), nombre que viene a ser traducción literal de “terra Degense”. Conjunto de pequeñas aldeas campesinas insertas en un medio boscoso, dependientes, tierras y gentes, de un “señor”, que en ocasiones es el Rey, al que entregaban parte de la cosecha y le realizaban prestaciones personales en un régimen de semi-esclavitud. Aldeas de entre 10 y 15 hogares, sin comercio, moneda, ni actividad artesana, cuyos habitantes, cuando llegaban las razias árabes se dispersaban con sus ganados por los montes al no poder ser acogidos en los pequeños castillos que jalonaban la frontera.
Nombre que aún perdura en la toponimia actual: (valle de) Yerri, de Dei-erri “Tierra de Deyo”; Dicastillo, de Dei-castelum “Castillo de Deyo”; Yoar, punto más elevado de la sierra de Codés.
Julio Caro Baroja (“Etnografía histórica de Navarra”) se interroga sobre su significado: «”Deio”, de “Degio” o “Degius”: la cuestión es saber qué es “Deio”». El mismo autor, en “Observaciones sobre el vascuence y el Fuero General de Navarra”, nos dice: «no acierto a comprender qué es “Degius”», que citado por primera vez (858) en el «”Chronicon Sebastiani” (Salmaticensis Episcopi) parece más antiguo que “Deio” o “Deyo”».
Por su parte, Salaberri (Unas breves notas acerca del nombre Deio), después de descartar que sea «un topónimo descriptivo similar a otros acabados en –io como Elorrio […], o que estemos ante un topónimo de origen antroponímico, es decir, basado en un nombre de persona, de formación similar a Labio, forma euskérica de Labiano», piensa que «en el origen del topónimo hay algo así como Debiano, Dediano, Tebiano, Tediano, o mejor, y puesto que el paso de –bi- > -i-, -di- > -i- no se puede explicar fácilmente según la fonética vasca, habría que admitir que el euskera partió de una forma evolucionada como Teiano, de donde Deiano (como Torrano / Dorrao), Deiao > Deio (paso similar al experimentado por nombres como Labio, Otxandio, Undio)».
«En Navarra –continúa Salaberri- no encontramos ningún nombre que pueda explicar la forma propuesta, pero en Pedrosa del Rey, en Cantabria, se documenta el genitivo Tedi, cuyo nominativo sería Tedus, de donde Tedanus o Tedianus, origen del propuesto Teiano, con sufijo –anus, -ianus empleado en toponimia para designar la posesión, presente por ejemplo en Amillano […] nombre basado en el antropónimo Aemilius o Mamilius».
Que me perdonen Caro Baroja y Salaberri: espero no errar si digo que las terminaciones –gium, -gius, son latinas, y también el radical De-, que lo relaciono con “Deus”, derivado de la raíz indoeuropea que se expresa como dyew o deyw, fácilmente transformable en deiu, deio. De ser cierta mi opinión, estaríamos ante un territorio que, estando ocupada casi toda la totalidad de Hispania por los árabes, recibiría un nombre que lo singularizaba como territorio cristiano con entidad propia. La teofrontera que antes he citado.
Laguardia formó parte de las “Tierras de Estella”, y su nombre completo era “La Guardia de la Sonsierra navarra”. En el sello de la población vemos el castillo (Laguardia es una población amurallada) y las llaves. Ambos elementos hacen referencia a la función que cumplía la población: defensa y llave del reino de Navarra ante Castilla.
Territorio, el de la merindad, que, abarcando todo el Suroeste de Navarra, pasó a depender orgánicamente de Estella, dando origen a una entidad territorial diferenciada, denominada “Tierras de Estella”, cuyos límites van de Marcilla al valle de Goñi por el Este, San Vicente de la Sonsierra y toda la Rioja Alavesa por el Oeste, el Ebro al Sur, y las sierras de Andía y Urbasa por el Norte. Sierras cuyos frutos podemos disfrutar todos los navarros, lo que no sucede con el resto de los montes públicos de Navarra: Aralar, Irati, Quinto Real, etc., cuyo disfrute está restringido a los valles limítrofes, y Bardenas, que además de los pueblos limítrofes incluye a los valles de Roncal y Salazar. Esta singularidad de Urbasa y Andía creo que se debe a que los valles limítrofes del sur de esas sierras conformaban la Navarra nuclear u originaria, y, al extenderse el nombre de Navarra a todo el reino, el disfrute pasó a todos los navarros. Es, por tanto, un dato más a favor de que el origen de Navarra está en Tierra Estella.
La primera merma del gran territorio que conformaba la Merindad de Estella se produjo cuando Carlos III creó la merindad de Olite (1407), pasando a depender de ella los pueblos de nuestra merindad situados en la ribera del Arga (Andión, Larraga, Berbinzana, Miranda de Arga, Falces, Funes, Milagro, Artajona y Tafalla). La segunda gran merma se produjo cuando Castilla (1461) se apoderó del territorio comprendido entre la sierra de Cantabria y el Ebro, adjudicándolo a Álava (Rioja alavesa) y a La Rioja (San Vicente de la Sonsierra).
Hoy, la Merindad de Estella la forman 72 municipios, con una extensión de 2.067 Km2, que incluyen las sierras de Urbasa y Andía. Sus puntos más elevados son Berain, conocido en la actualidad como San Donato (1.494 m.) al Norte, y Yoar (1.414 m.), en la sierra de Codés, al Oeste. Entre sus pueblos, Munárriz (920 metros de altitud), en el valle de Goñi, y Lapoblación (961 metros), sólo son superados en altitud en Navarra por Abaurrea Alta (1.032 metros).
Mapa de la merindad de Estella. Aunque ahora se confundan, la Merindad de Estella y Tierra Estella no abarcan ni significan los mismo, de la misma manera que la Cuenca de Pamplona no equivale a la Merindad de Pamplona. La Merindad es una antigua demarcación administrativa y política, que sigue teniendo vigencia en temas sanitarios y servicios, mientras que Tierra Estella es el ámbito de influencia del mercado de Estella. «El concepto de merindad parece que hay que subordinarlo al de “merino”; la palabra madre es “majorinus” o “maiorinus”, un título con varias acepciones en principio, pero de las cuales la que más puede servirnos ahora es la de las “Partidas” de Alfonso X, cuando se refiere a los que pone el rey para “hazer justicia sobre algún lugar señalado, assi como villa o tierra” […]. La merindad navarra, como vamos viendo, es una amplia circunscripción. A veces se habla de “merinia” y existe el cago de “sozmerino”» (Julio Caro Baroja, “La casa en Navarra”)
Merindad de Estella que «es, sin duda, la consecuencia de la creación de un núcleo urbano que adquiere importancia a poco de ser creado y que se constituye en capital de un territorio de carácter bastante variado. En torno a la capital, Estella, en toda dirección, se hallan una serie de valles. Algo más al sur unos pueblos de ribera bastante diferentes y al oeste tierras que, en un momento dado, dejan de ser Navarra para agregarse a Álava [...]. Las transiciones son bruscas, los contrastes rápidos y una vez más en Navarra nos encontramos con que la unidad política o administrativa no refleja unidad fisiográfica […]. Puede, pues, decirse en síntesis, que el navarro medieval de la Ribera es un hombre más urbano que el navarro medieval de los valles, que vive en núcleos pequeños, en forma de aldeas, por lo general, o en pueblos-calle» (Julio Caro Baroja, La casa en Navarra)
A partir de la creación del distrito electoral único en Navarra (la Diputación Foral se componía de siete miembros elegidos por las merindades, dos de los cuales correspondían a la de Estella), la función política de Estella desapareció, quedando el hospital García Orcoyen, los Juzgados, el Registro de la Propiedad y la Mancomunidad de Montejurra como únicos elementos comunes a la Merindad.
En los últimos tiempos, en los que la Ribera Estellesa tiene una dinámica económica propia, la influencia de Estella se limita al ámbito de su mercado, cada vez más reducido, consecuencia, en buena parte, de una Tierra Estella cuyos pueblos sufren una fuerte despoblación, una de las más acusadas de Navarra, que en una generación habrán desaparecido como hábitat permanente.
Situación preocupante, pronto irreversible, ante la cual Estella se muestra ajena, indiferente, aunque de ella depende en gran medida su futuro. Una situación propia de sociedades decadentes, ensimismadas, sin proyecto, incapaces de ver sus dificultades, presentes y futuras, y hacerles frente con determinación y coraje.
Contrasta la desidia de Estella con el empuje de otras cabezas de merindad que cuidan su ámbito de influencia y buscar ampliarlo. Voy a poner un ejemplo: Tafalla ha implantado un sistema de transporte público que no sólo articula su Partido Judicial, sino que lo ha ampliado a pueblos como Lerín, con el que no ha tenido vínculos históricos, económicos, administrativos ni políticos. Estella, por el contrario, carece de proyectos para articular la merindad y hacer que pueblos como Lerín, y toda la Ribera Estellesa, de Azagra a Viana, dispongan de un medio de transporte público que les permita acceder a los servicios de referencia que tienen su sede en la ciudad de Estella. Resumiendo: la Merindad está abandonada por una ciudad que carece de iniciativa; una ciudad abandonada por quienes deberían gestionar su presente y su futuro.
mayo 2021-22.