Consagrada como iglesia de "Santa Maria y de Todos los Santos", el templo que desde tiempos remotos se conoce como "Santa María Jus del Castillo" fue erigido sobre el solar en el que se levantaba la Sinagoga de Elgacena.
Desde la formación de la villa de Estella en el siglo XI, una importante comunidad de judíos se estableció junto al burgo de San Martín, a los pies del castillo de Zalatambor, formando en el barrio alto de Elgacena, u Olgacena, la primera y más antigua judería del reino de Navarra.
Pero el desarrollo de la población franca fue tan espectacular, que apenas cincuenta años después de que al burgo de San Martín se le otorgara fuero, para facilitar su expansión el rey García Ramírez el Restaurador trasladó la judería (necesitada de más espacio) a un emplazamiento más alejado, y en 1135, en recompensa de los muchos servicios que le habían prestando y le seguían prestando los varones de Estella, les dio la villa de Elgacena, que fue de los judíos («que fuit de illos judeos»).
Diez años más tarde, el noveno día de las calendas de septiembre (24 de agosto) de 1145, el mismo rey cedió al obispo de Pamplona la sinagoga y otras dependencias de la extinta judería, para que en sufragio por el alma de Margarita, su primera esposa, la purificase, convirtiera en iglesia, y consagrase en honor de la Madre de Dios y Omniun Sanctorum.
Vinculándola al obispado de Pamplona, compensaba a la Iglesia por el amparo y protección que el monarca daba a los judíos estelleses.
Así comienza la historia de la cuarta parroquia de la ciudad por orden de antigüedad, que mantuvo su actividad hasta 1881.
Año en el que tras varios intentos de suprimirla, a lo que los vecinos se opusieron con éxito, el Estado, que a partir de la Desamortización pagaba el gasto de culto y clero, la suprimió y fue absorbida por San Pedro de Larrúa.
A partir de entonces pasó a ser una iglesia sin apenas culto, y, tras la restauración terminada en 2006, acoger la exposición Navarra Románica: reino, cultura y arte, compuesta por el material audiovisual creado para la exposición temporal La Edad del Reyno de Sancho III el Mayor, celebrada en Pamplona ese mismo año.
Atendida por la asociación estellesa de Amigos del Camino de Santiago-Centro de Estudios Jacobeos, la exposición se articula en tres partes:
La primera versa sobre la dinastía navarra, la evolución del territorio y la pirámide social del reino.
En la segunda se muestra la pluralidad de las lenguas habladas en el antiguo reino, la actividad cultural de los navarros en épocas pasadas, y una maqueta de la Estella medieval.
Finalmente, en el tercer ámbito se muestra la relación del arte románico con la Ruta Jacobea, maquetas de los monasterios de Leire y La Oliva, vídeos, proyecciones sobre el patrimonio navarro, y un frontal virtual con imágenes de la Majestad de Dios en diferentes manifestaciones artísticas.
Volviendo al pasado del templo, se cree que la sinagoga fue consagrada al culto cristiano, agregándole un ábside que, edificado sobre la roca madre, está en un plano superior al de la nave.
Años más tarde, a finales del XII el conjunto fue demolido, y en el solar se levantó la iglesia de una sola nave que ahora contemplamos, lo que contrasta con las otras iglesias de la ciudad, que son de tres naves.
Aunque hay autores que consideran que el templo se construyó en una sola etapa, parece probable que fuera en dos.
En la primera, a finales del siglo XII se levantó la cabecera y parte de los muros perimetrales, y en la segunda, de principios del siglo XIII, o avanzado éste, se terminó y cubrió la nave.
La nave tiene una anchura de 8,35 metros, y la longitud total del templo es de 27,30. Dimensiones que la colocan en una posición intermedia entre las grandes parroquias estellesas y los templos rurales.
El muro del lado norte carece de ventanas, lo que es normal en el románico navarro, mientras que el del lado sur tiene una de considerable dimensión.
La nave se divide en tres tramos, y los nervios de la crucería tienen sección cuadrangular propia de finales del XII y principios del XIII.
El hecho de que los arcos fajones arranquen a mayor altura que los nervios, constituye una solución muy parecida a la que vemos en la nave central de Irache, adoptada en las primeras bóvedas de crucería utilizadas en los templos.
En los muros laterales hay dos puertas situadas junto a las pilastras. La del lado norte remata en un arco de medio punto, y la del sur en arco apuntado.
No es frecuente la presencia de tres puertas en templos parroquiales, y aún menos el que una de ellas se abra en el tramo anejo a la cabecera, hecho que puede estar motivado por la existencia de esos vanos en la antigua sinagoga.
El 29 de marzo de 1265, el rey Teobaldo II de Champaña, devoto y protector de los religiosos de la Orden de Grandmont (ver nota), donó a fray Pero Miguel y fray Fortunio, hermanos entre sí, la iglesia de Santa María -que no era suya-, y una viña para que edificasen un monasterio.
Los grandimontinos permanecieron en Estella hasta algún año antes del 1307, y parece que no llegaron a poseer la iglesia, erigiendo en sus proximidades un pequeño oratorio que no se ha conservado.
Si contemplamos su desarrollo parroquial, vemos que desde principios del siglo XIV la advocación de Todos los Santos desapareció, pasando a ser nombrada como Santa María Jus del Castillo.
Nombre que responde a su situación física al pie del conjunto castral de la ciudad.
La atendía un vicario, nombrado por el obispo a propuesta del vecindario, y la sede pamplonesa tenía derecho a percibir los diezmos y censos de la parroquia, lo que al parecer nunca hizo, pues junto a la del Sepulcro era la más pobre de Estella. Hecho que no impidió que dispusiera de su propio hospital.
Su corto número de habitantes dificultaba el desarrollo de su actividad, por lo que en 1648 el visitador de la diócesis ordena, so pena de excomunión, que nadie se excuse de ser mayordomo.
En 1634 se describe en estos términos: «Hay tres altares: Santa María, Santa Catalina, Santa Lucía, y la fábrica tiene de renta 400 reales.
Vicario, don Pascual de Mazas, 25 años, de epístola. Sirve por él don Pedro de Iturmendi (como veremos más adelante, este señor fue uno de sus mayores benefactores), y vale sirviéndola 40 ducados.
Hay doce parroquianos, y una capellanía de doce ducados, que la representa el vicario
Casi un siglo después, en 1733 se dice que en la «parroquia hay una vicaría, que es provisión del ilustrísimo de este obispado; cuatro capellanías fundadas por don Pedro de Iturmendi, la una de 500 ducados agregada a la vicaría, otra de 2.600, otra de 2.100 y la otra de 1.000, cuyas provisiones hacen el dicho vicario, mayordomo de dicha parroquia y uno de los capellanes, como patronos. Así bien hay 19 vecinos, 54 personas de comunión».
En 1770, ante el primer intento de suprimirla, se dice que tiene 16 vecinos, con 55 personas de comunión (dos años más tarde se comprobó que sólo tenía 12 vecinos y 40 personas de comunión); unos diezmos de cien reales anuales, que el rey incrementa en 101 por su casa mayor dezmera elegida en la parroquia. El vicario percibe 1.086 reales anuales, con la carga de 384 misas, por lo que con merma de sus ingresos tiene que delegar en otras personas parte de su celebración.
Tiene tres capellanías (una con el título de sacristán, que asiste al vicario en el altar, y las otras dos con el título de capellán mayor y menor, que deben cantar en el coro) fundadas en 1659 por Pedro de Iturmendi, con 5.400 ducados de capital total, la carga de pagar 5 ducados anuales al médico que asiste a los enfermos pobres de la parroquia, y la obligación de pasarlas a San Miguel y a Santo Domingo si se suprime la iglesia. Además, tiene otra capellanía, de 300 ducados, fundada por Juan de Arínzano.
Finalmente, el vicario dice que para celebrar los oficios dignamente son necesarios por lo menos cuatro ministros, y él necesita 140 ducados de plata de renta líquida una vez deducidas todas las misas menos las conventuales.
A finales del siglo XVIII, el vicario Joaquín Ganuza, que disfrutó del cargo durante 20 años, sacó licencia para adquirir un ostensorio, compró una custodia de plata, encargó al platero estellés Manuel Ventura sendas coronas para la Virgen y el Niño (la de éste pasó a Santa Lucía), y, entre otras obras, hizo un coro nuevo, así como el nicho y camarín de la Virgen.
Durante su mandato, en 1770 sufrió un grave acto de gamberrismo que dio origen a un proceso criminal.
Por aquellas fechas existía en Estella la costumbre de que las campanas de la ciudad sonaran ininterrumpidamente durante la noche de Todos los Santos.
Aprovechando que el sacristán y un feligrés las tocaban, entre las once y las doce de la noche entró en el templo el mayordomo secular, acompañado de tres personas, y haciéndose dueños del lugar, ante la impotencia del sacristán, vocearon, gritaron y se tendieron sobre las tumbas adoptando posturas indecentes.
Desde el púlpito parodiaron la predicación con burlas y chanzas, rompieron objetos, fumaron, bebieron, y con el aceite del templo aderezaron los pimientos que habían llevado, convirtiendo la iglesia en taberna.
Este proceso no sólo da noticia de la costumbre de tañer las campanas durante esa noche, sino que pone de manifiesto que el apodar a la gente goza en Estella de gran antigüedad, pues en tres de los encausados se da su nombre y apodo: Perfiles, Aguachurri y Velasquillo.
La más importante reforma realizada en el templo data de 1742. Año en el que Francisco Ascargota, maestro cantero vecino de Estella, con un coste de 3.403 reales en mano de obra y 1.346 reales en materiales, sustituyó la portada original por la actual, y construyó la torre según traza del albañil estellés Miguel de Albéniz.
Jerónimo de Nagusía hizo en 1757 el púlpito, y en 1770 se rehizo el coro, devolviéndolo a su ubicación original, y anulando el que existía detrás del altar, que no dio resultado porque los cantores no veían al celebrante y no podían seguir la misa.
El 25 de julio de 1794, ante el temor de que cayeran en poder del ejército francés de la Convención, que invadió Navarra, se envió a Tudela la plata de la iglesia, retornándola en octubre del mismo año.
En 1812 se acogió el altar de San Pedro Mártir del convento de Santo Domingo, devolviéndolo al terminar la guerra de la Independencia.
Y en 1838, ante el temor de que fuera confiscada, se llevó al valle de Améscoa la ropa de la iglesia.
Citada por Pío Baroja en su novela Zalacáin el aventurero, con sermón, y vísperas en las que se daba un refresco, se encendían hogueras y se lanzaban cohetes, la parroquia celebraba las fiestas de San Gregorio Ostiense (tenía una imagen del siglos XIV cuyo destino desconozco), Nuestra Señora del Castillo, la Asunción y Santa Lucía.
Al construirse la variante del Túnel, la nueva carretera absorbió la casa parroquial, quedando el huerto, de 629 metros cuadrados, que se inscribió a favor de la iglesia de San Pedro de Larrúa.
Finalmente, y pasando al costumbrismo, a mediados del siglo XX la iglesia recibía una de las rogativas con las que se imploraban lluvias para los campos.
Pasábamos un buen día. Aún recuerdo el frasco de leche templada y azucarada que me preparaba mi madre -no recuerdo haber tomado leche mejor-, y acompañados de los maestros subíamos cantando: Santa María, bocao de tortilla; San Silvestre, trago de leche...
Nota 1: Los religiosos de la Orden de Grandmont, o grandimontinos, fueron fundados en 1076 por San Esteban de Thiers, o de Muret, fallecido en 1124.
Este santo practicó el eremitismo en Calabria, y regresado a Francia se instaló en el monte Muret, muy elevado y fragoso, situado cerca de la población de Grandmont, en la diócesis de Limoges, dando origen a una nueva orden, de inspiración benedictina, que en sus primeros años careció de regla escrita.
La nueva orden se erigió en campeona de la vida eremítica integral, viviendo en la pobreza y soledad más extremas, negándose a recibir estipendios por las misas, y evitando la posesión de tierras fuera de los límites de los monasterios.
Apenas mantenía relación con el exterior, y el contacto con los seglares, que no entraban en los conventos, se practicaba a través de una puerta levantada cerca del templo.
Practicaban un silencio riguroso, su comida era muy austera, y los ayunos muy frecuentes. Vivían separados, a semejanza de los eremitas de Egipto, y sólo se reunían para cantar el oficio divino.
El fundador había querido que los sacerdotes se entregasen totalmente a Dios. Así, para que ellos se dedicaran a los rezos, en la comunidad había hermanos legos conversos (judíos convertidos), o barbudos, que cuidaban los bienes temporales.
Con el tiempo, los conversos, que eran mucho más numerosos que los sacerdotes, llegaron a ejercer sobre éstos un dominio despótico.
En 1239 la orden reaccionó eliminando la autoridad de los conversos, y, abandonando la vida eremítica, adoptó normas parecidas a las de los cistercienses.
Además del de Estella, estos monjes tuvieron en España un monasterio en Tudela, y se cree que otro en Málaga.
Nota 2: El texto de este trabajo está basado, fundamentalmente, en los tomos I y II de la Historia Eclesiástica de Estella, de José Goñi Gaztambide, y en el artículo correspondiente de la Enciclopedia del Románico en Navarra, cuyo autor es Javier Martínez Álava.
marzo de 2010