Aviso: este reportaje, en lo tocante a los solsticios está elaborado desde el punto de vista del habitante del hemisferio Norte. Por lo tanto, se debe de tener en cuenta que en el hemisferio Sur el solsticio de verano se produce alrededor del 22 de diciembre, y el de invierno alrededor del 21 de junio.
Pocos días antes de San Juan, entre el 20 y el 23 de junio se produce el solsticio de verano (la duración de la órbita terrestre alrededor del sol es de 365 días y algo menos de un cuarto de día, por lo que para ajustar el calendario gregoriano a la duración de la órbita cada cuatro años se añade un día al mes de febrero, excepto tres días cada cuatro siglos), momento en el cual el sol alcanza su punto más alto en el hemisferio norte y podemos disfrutar del día más largo del año (la duración del día depende de la latitud en que nos encontremos, de manera que en el ecuador la duración del día y de la noche es la misma, mientras que en el círculo polar boreal el sol no se pone en el horizonte y el día tiene 24 horas). A partir de ese momento el día comienza su lento declinar, hasta que pocos días antes de la Navidad alcanza su punto más bajo, dándose el día más corto y la noche más larga (solsticio significa en latín "sol quieto", aludiendo a que la declinación del sol se mantiene prácticamente igual durante varios días).
Es un ciclo que se repite año tras año, y desde que al principio de los tiempos el hombre lo contempló con mente capaz y crítica, ha estado cargado de una simbología que con mayores o menores adaptaciones ha llegado hasta nosotros convertida en la fiesta de San Juan Bautista (solsticio de verano) y en la Navidad (solsticio de invierno).
Son fiestas que en su origen nos recuerdan los ciclos agrícolas, con unas semillas que allá en diciembre, cuando el sol está en su punto más bajo, se entierran para morir como semilla y renacer como planta, y desde ese momento poco a poco van creciendo para ofrecer sus frutos cuando el sol llega al punto más alto de su desarrollo.
Desde la más remota antigüedad, y sobre todo desde que hace unos doce mil años el hombre paso de simple depredador y recolector de frutos silvestres, a ser un agricultor que elegía las semillas, buscaba el momento adecuado para sembrarlas, y cuidaba su plantación hasta recoger el fruto de su esfuerzo, el ser humano aprendió a relacionar la agricultura con la posición del sol en el cielo, la cual marcaba las estaciones y los ciclos de la naturaleza, de cuya correcta interpretación dependía su supervivencia.
Aprendió a medir el tiempo y, sobre todo, desarrolló innumerables ritos de adoración al sol y a los mitos o ídolos que lo representaban. Ritos de siembra en el solsticio de invierno; ritos de recolección en el de verano.
En Egipto, territorio en el que las variaciones estacionales son menores, su mitología y simbología derivó pronto hacia las estacionales y cíclicas crecidas y descensos del Nilo, lo que determinaba la vida y estructura de su sociedad.
En esas y en otras sociedades, muchos miles de años antes de que Johannes Kepler -gran astrónomo alemán del siglo XVII- descubriera que la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol con órbitas elípticas, las sociedades neolíticas habían analizado la relación entre las construcciones geométricas y la Astronomía.
Así, en Nabta, lugar situado en la zona sur egipcia del desierto, se ha descubierto el yacimiento megalítico de alineamientos astronómicos más antiguo del mundo, cuya edad se evalúa entre los 6.500 y 7.000 años. Se trata de un conjunto circular de 10 grandes losas monolíticas, 30 óvalos alineados, y un calendario de unos cuatro metros de diámetro que señala la dirección N-S, y que sirve para indicar la salida del Sol en el solsticio de verano, momento que marcaba el inicio de la temporada de lluvias.
Pero es del norte de Europa de donde proceden los monumentos más espectaculares y las costumbres que seguimos practicando.
A unos 50 Km al NO de Dublín se halla la tumba de Newgrange, monumento funerario construido hace unos 5.100 años y alineado con la dinámica celeste. Durante el solsticio de invierno, a los cuatro minutos y medio de la salida del Sol un rayo de luz penetraba por una abertura especial, y era capaz de atravesar un estrecho pasillo e iluminar un grabado existente en la parte posterior de la cámara mortuoria.
Otro monumento, el más espectacular de Europa, la estructura prehistórica más importante del viejo continente, y el de mayor fuerza simbólica porque en el se intentan reconstruir antiguos ritos celtas de culto al Sol, es el de Stonehenge, ubicado en Inglaterra, condado de Wiltshire, valle del río Avon. Fechado entre finales de la edad de piedra y principios de la de bronce, comenzó a construirse hacia el año 2800 antes de Cristo con una construcción circular rodeada de talud y foso. Mil años después, al levantarse los cuatro círculos concéntricos tomó el aspecto que ahora conocemos.
El círculo exterior, de 30 metros de diámetro, está formado por grandes piedras rectangulares de arenisca, originariamente rematadas por dinteles del mismo material. Dentro de ésta hilera se encuentra otro círculo de bloques más pequeños de arenisca azulada, el cual encierra una herradura construida con bloques trabados por dinteles, en cuyo interior permanece una losa conocida como el "Altar". Todo el conjunto está rodeado por un foso circular de 104 m. de diámetro que cuenta con 56 fosas.
A este yacimiento se le ha atribuido la función de predecir los solsticios y equinoccios, los eclipses, la situación del Sol y la Luna respecto de la tierra, y la de calendario. Pero eso no deja de ser una mera especulación, pues hasta ahora nadie ha podido dar la clave de su significado.
Si, como he dicho, en las cálidas y luminosas zonas del Nilo el comportamiento estacional y cíclico del río era lo que determinaba la vida económica y social, en el norte de Europa lo determinante eran los cíclicos alargamientos y acortamientos del día y de la noche.
Conviene observar que en una latitud igual o superior al Círculo Polar Ártico, durante el solsticio de invierno no aparece el sol por el horizonte y la oscuridad es total a lo largo de más de 24 horas, mientras que durante el solsticio de verano, y en la misma zona, el sol no se pone sobre el horizonte y la noche desaparece (Las horas de luz del solsticio de verano, van de 12 en el Ecuador, a 24 en el Círculo Polar Ártico, y lo contrario sucede en el solsticio de invierno).
Este hecho, determinado por la inclinación y la posición de la Tierra respecto del Sol, no sólo determina la relación entre la luz y la oscuridad, sino que también es responsable del calentamiento de la superficie terrestre. Tengamos en cuenta que un haz de un metro cuadrado de energía solar calienta una superficie de entre 1,04 y 2,24 m2, dependiendo de la latitud sobre la que incida.
Por todo ello, las sociedades antiguas mostraban una gran preocupación ante ese declinar del sol, y con hogueras, ritos y sacrificios buscaban aumentar su energía, tanto para que ésta no disminuyera al terminar junio, como para que aumentara a partir de enero.
En Siria y Egipto, el acortamiento de las noches y el triunfo del "dios sol" (25 de diciembre), lo celebraban saliendo a medianoche de los templos para gritar que la Virgen había parido un niño (simbolizaba al Sol) y la Luz había aumentado.
Otra fiesta egipcia era la de Min, dios local de Coptos que representaba la fuerza generativa de la naturaleza y era el dios de la tormenta y la atmósfera. Esa fiesta se celebraba al comienzo de la cosecha. Durante la noche del 20 al 21 de junio, la más corta del año, encendían hogueras, las cuales saltaban como acto de purificación interior y liberación de pecados y malos espíritus.
De la mitología babilónica procede Nimrod, el cual fue asesinado, y para cumplir su venganza, Semiramis, su esposa, sin perder la virginidad engendró de forma sobrenatural un hijo que se llamó Tammuz. Con el tiempo, Semiramis se convirtió en Diosa y recibió el título de "Reina del Cielo". Este mito se trasmitió a los fenicios (Astarte) y egipcios (Isis), los cuales le dieron características propias. De ellos pasó a los griegos (Artemisa) y a los romanos (Diana).
Todas esas diosas, al igual que la Virgen María de la religión católica, tienen en común el hecho de haber engendrado de forma sobrenatural, permaneciendo vírgenes después del alumbramiento. Y para que se vea más el paralelismo, es en Efeso, ciudad en la que estaba el templo dedicado a Artemisa-Diana, donde el año 43 de nuestra era se celebró el concilio en el que se instituyó como "Dogma de Fe" el papel de María como "Madre de Dios" (según la tradición, en Efeso vivió María sus últimos años).
Otro paralelismo se observa en el Krisna / Krishna / Cristna / Crichna-Christos de la mitología indú, nacido de la Diosa Virgen Maya /Maia / Maya-Devi / Mahamaya / Mahadeva, casada con Twastri, carpintero que preparaba las dos piezas de madera (arani) cuyo frotamiento procreó al hijo Divino.
Ovidio, en sus Fastos, dice que el dios Jano, presidiendo las dos "puertas del cielo" junto con las Horas (Eunomia, "orden recto", Dike, "el derecho" e Irene, "la paz"), custodia el universo manteniendo la armonía cósmica y los ritmos que la expresan. Su estatua se representa con dos caras: la que conoce el pasado, y la que prevé el futuro. Y las dos "puertas del cielo" ("la puerta de los hombres", la del verano; "la puerta de los dioses", la del invierno) son los solsticios: el momento en el que el Sol se abre a un nuevo recorrido, y aquel en el que, llegado al punto más alto, inicia el camino descendente que le llevara a su casi desaparición. Los dos solsticios y las dos fiestas dedicadas a Jano, la Iglesia las dedica hoy a los dos Juanes: el Bautista, y el Evangelista.
Por otra parte, las "columnas de Hércules" (el "héroe solar" de los romanos) y su correspondencia con sus doce trabajos, están relacionadas con los solsticios. Y su divisa, el famoso "non plus ultra", está dotada de doble significación: no sólo son los límites que no era permitido sobrepasar al hombre; también indica los límites que el sol no puede franquear, y entre los cuales cumple su curso anual.
Con el solsticio, los celtas celebraban el Beltaine ("fuego de Bel" o "bello fuego") en honor al dios Belenos. Y otro pueblo antiguo, el bereber, celebraba la fiesta de "ansara", encendiendo hogueras por las que pasaban los utensilios del hogar, saltando sobre las brasas, paseando ramas encendidas por el interior de las casas, y acercándolas a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno.
Lejos de la cultura europea, los incas del Perú celebraban el Capac-Raymi (Año Nuevo) en diciembre, y el 21 de junio, el día más corto del año para ellos, en la explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco, celebraban el Inti-Raymi (fiesta del Sol). Justo en el momento en el que salía el astro rey, el inca elevaba los brazos y exclamaba "¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca ¡Oh, mi Sol!"
No es extraño, pues, que la naciente Iglesia cristianizara y se apropiara de una fiesta tan importante y universal, dedicándola al nacimiento de aquel del que Jesús dijo: "Entre los nacidos de mujer no hay nadie más grande que Juan el Bautista".
Es una fiesta insólita para la Iglesia, la cual sólo celebra el día de la muerte de los santos, y en cuanto a nacimientos, sólo festeja el de Jesús, la Virgen y San Juan Bautista. Esta excepción la justifica San Agustín porque San Juan "fue santificado en el vientre de su madre y vino al mundo sin culpa"
¿Pero quién fue ese Juan con el que la Iglesia hace tan gran excepción, y tanto en la liturgia griega como en la latina dedica una de las fiestas litúrgicas más antiguas a celebrar su nacimiento con la misma pompa que la Navidad, además de celebrar su Concepción coincidiendo con el equinoccio de otoño, y su Degollación el 29 de agosto?
Curiosamente, sólo se tienen noticias de las circunstancias de su concepción y de los momentos finales de su vida. De los más de treinta años restantes, sólo se sabe que se retiró al desierto a esperar el momento de la manifestación de Jesús.
Su padre, Zacarías, era un sacerdote de la estirpe de Abías, la octava de las 24 en que se dividían. Su madre, Isabel, era descendiente de Aarón, y hermana (no prima) de María, la madre de Jesús. Según San Lucas, Isabel era estéril, y a pesar de haber rezado mucho no tenía descendencia, por lo que llegados a una "edad avanzada" el reproche de la esterilidad pesaba sobre ellos. Sucedió que mientras Zacarías oficiaba delante de Dios, se le apareció el Ángel del Señor, lo cual le turbó. "No temas, Zacarías -le dijo el Ángel-, porque tu oración ha sido escuchada, e Isabel, tu mujer, dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Juan". Como Zacarías dudara, el Ángel le anunció que en castigo a su incredulidad permanecería mudo hasta que su mujer diera a luz
Al concebir el niño, Isabel permaneció cinco meses encerrada, y al llegar el sexto mes fue visitada por María, la cual había recibido ya la noticia de su embarazo. En ese momento, el niño que llevaba Isabel en su seno, como lleno del Espíritu Santo "saltó de gozo" al reconocer la presencia de su Señor, y desde ese instante quedó libre del pecado original.
Cuando días después de nacer (Respecto a la fecha de su nacimiento, lo único que dice el Evangelio es que nació seis meses antes que Cristo, pero ni del uno ni del otro se conoce fecha ni estación) llevaron al niño a circuncidar, los parientes querían ponerle el nombre del padre, pero Isabel tomó la palabra y dijo que su nombre era el de Juan (En hebreo Juan/Jehohanan, tiene el doble sentido de "misericordia de Dios" y "alabanza de Dios, correspondiendo cada significado a cada uno de los dos Juanes). Los familiares protestaron, y preguntaron al padre, el cual pidió una tablilla y un estilete, escribiendo: "Juan es su nombre". En ese momento, como había predicho el arcángel Gabriel, Zacarías recobró el habla, y rebosante de alegría encendió hogueras en la cima de los montes para anunciar el natalicio.
La historia se interrumpe, hasta que al llegar el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, Juan recibió la palabra de Dios en el desierto, y vestido con una "piel de camello" y comiendo "langostas y miel silvestre", fue a predicar por toda la región del Jordán. Sin embargo, "Jerusalén, toda la Judea y toda la región del Jordán", atraídos por su fuerte y atractiva personalidad acudían a él considerándolo "el Cristo". Pero Juan, que sólo era el Precursor, repetía: "Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca...Yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo y no merezco desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego"
Llegó el día en que Jesús acudió al Jordán para ser bautizado y así poder manifestarse ante el mundo como Hijo de Dios. Al verlo llegar, Juan dijo: "He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí porque existía antes que yo... He venido a bautizar con agua, para que él sea manifestado a Israel... Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se posa sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios".
Juan se negaba a bautizarlo, diciendo: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tu vienes a mí?". A lo que le respondió Jesús: "Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia". Bautizado Jesús, salió del agua y en esto se abrieron los cielos y una voz dijo: "Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco".
Las palabras de "Juan el bautista", cuyo nacimiento coincide con el solsticio de verano, referidas a Cristo, nacido en el solsticio de invierno: "Él conviene que crezca, y yo que disminuya", tienen una gran significación cósmica. El solsticio de invierno marca el comienzo de la mitad ascendente del Sol (la "puerta de los dioses"; el deva-yana indú; el periodo alegre, benéfico y favorable), y el de verano su mitad descendente (la "puerta de los hombres"; el pirt-yana; el periodo triste, maléfico y desfavorable).
Por aquellos años gobernaba Palestina Herodes Antipas, el cual estaba casado con una hija de Aretas, rey de los nabateos. Durante una visita a Roma se enamoró de su sobrina Herodías, esposa de su hermanastro Filipo, y la llevó consigo a Galilea. Juan recriminó su adulterio, y Herodes, influido por su amante, lo encarceló en la fortaleza de Maqueronte.
La amante no olvidó la afrenta, y aguardaba la oportunidad de vengarse, la cual llegó en la fiesta que Herodes dio con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías, de nombre Salomé, danzó, y gustó tanto su arte, que Herodes dijo a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Salió la muchacha, y preguntó a su madre: "¿Qué le pediré?" Y ella le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista". Entrando donde estaba el rey, le dijo: "Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". Herodes se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento que había hecho delante de los comensales. "Al instante mandó a un guardia con la orden de traerle la cabeza de Juan... se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre" (Marcos, 6, 21-28)
Su decapitación se produjo, según la Iglesia, el 29 de agosto, y la tradición dice que el cuerpo fue sepultado en Sebaste (Samaria), donde se veneró su tumba hasta que fue profanada y quemada en tiempos de Juliano el Apostata (hacia el año 362). Las reliquias que pudieron rescatarse acabaron en Alejandría, depositadas en la magnífica basílica dedicada al Precursor, la cual se levantó en el sitio en el que estuvo el famoso templo de Serapis.
Respecto de su cabeza, Nicéforo y Metarastes dicen que fue enterrada en la fortaleza de Maqueronte, mientras que otros autores insisten en que lo fue en el palacio de Herodes en Jerusalén, donde fue encontrada durante el reinado de Constantino, y llevada secretamente a Emesa, en Fenicia, permaneciendo oculta hasta que en el año 453 se manifestó. Hoy se atribuyen su posesión las iglesias de Amiens, Nemours (Francia), y San Silvestro in Capite (Roma).
Inicialmente la Iglesia sólo celebraba las fiestas de la Resurrección y de Pentecostés, siendo la de San Juan Bautista de las primeras, si no la primera, en agregarse al calendario litúrgico.
Su devoción fue promovida por San Benito de Nursia, patrón de Europa, allá por el siglo VI, al levantar un oratorio en su honor en el primer monasterio de la orden benedictina (Montecasino), y en el mismo lugar en el que se alzaba la estatua de Júpiter.
Pero si el primer impulso lo dio San Benito, el más importante fue obra de dos pueblos nórdicos convertidos al cristianismo (Lombardos y Visigodos), los cuales extendieron su culto a todos los pueblos por ellos conquistados. Por decirlo con otras palabras, la difusión de su culto fue obra de unos pueblos que basaban gran parte de su cultura en la celebración de los solsticios.
La historia, resumida, es como sigue. Hacia el año 590, Gregorio el Grande, primer monje que alcanzaba el papado, contó con el apoyo de Teudelina, hija del duque de Baviera, para convertir a Agiulfo, rey de los lombardos. Pueblo que, originario de Escandinavia, dominaba la mayor parte de la península italiana. Teudelina, para conmemorar la efemérides mandó construir en Medoecia un gran templo dedicado al Bautista, y desde entonces San Juan Bautista fue el patrono de los lombardos.
Otro pueblo bárbaro, el visigodo, asentado en la Península Ibérica, también se convirtió por mediación de San Juan. Sucedió cuando el rey Recesvinto, rey godo de Toledo, aquejado de dolores nefríticos acudió a las aguas de Baños del Cerrato, cuyas propiedades curativas ya conocían los romanos. El rey sanó de su enfermedad, y en acción de gracias mandó construir un templo dedicado a San Juan Bautista, conocido hoy como basílica de San Juan de Baños, y en cuya iglesia, joya del arte visigótico, se celebra una "misa en rito hispano-visigótico-mozárabe" el domingo más próximo a San Juan.
Tan sagrado se consideraba antiguamente el día de San Juan, que dos ejércitos rivales, habiéndose encontrado frente a frente el 23 de junio del 841 en Fontenay, de común acuerdo aplazaron la batalla hasta el día siguiente a la fiesta del santo.
Las leyendas también dicen que tanto Fernando III el Santo, como Cisneros y Carlomagno, contaron con un día sin noche para acabar con sus enemigos. Estas leyendas vienen a repetir el hecho que cuenta la Biblia sobre la batalla de Jericó, cuando Josué (la liturgia lo conmemora el día de San Juan), sucesor de Moisés, detuvo el sol al gritar: "Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón". En aquel día sin noche, los israelitas derrotaron y aniquilaron a sus enemigos.
Pero para hablar de más leyendas, y de otros hechos relacionados con esta fiesta, considerada por la antropología como la más importante de la cultura occidental, recurriré a otros reportajes.
Junio 2005