Convento de San Francisco (1265-1839)
y Casa Consistorial
Situado en el solar que ahora ocupa el edificio del Ayuntamiento, es quizá el más desconocido para los estelleses a pesar de que en las guerras que en el siglo XIX tuvieron a Estella como centro de operaciones fue el que más las sufrió. Para este trabajo he utilizado, fundamentalmente, la información que nos da el canónigo e historiador José Goñi Gaztambide en el segundo tomo de su Historia Eclesiástica de Estella. En cuanto a los datos sobre el asalto a la judería, la obra citada anteriormente y lo expuesto por Íñigo Mugueta en la Semana de Estudios Medievales de Estella del año 2018.
A finales del siglo XII y principios del XIII surgieron órdenes religiosas que buscaban imitar la vida de los apóstoles, el acercamiento al pueblo mediante la predicación en la lengua del país, y el ejercicio de una religiosidad más humanista y social. Órdenes como la de los Frailes Menores (franciscanos), fundada por Francisco Bernardone, conocido como San Francisco de Asís, que en 1205, junto con unos amigos, se retiró al lugar llamado de la Porciúncula con el fin de llevar una vida acorde con los Evangelios, basada en la pobreza y la humildad. La rama femenina, conocida como Clarisas, con convento en Estella, fue fundada en 1212 por Clara Favarone, también oriunda de Asís.
Aprobada la Regla el año 1209, los conventos franciscanos, al contrario que los cistercienses, premostratenses y cartujos, para poder ejercer la predicación y atender las necesidades espirituales de los pueblos se establecieron en la proximidad o el interior de las poblaciones, convirtiendo sus dependencias en espacios semipúblicos donde los laicos pudieran celebrar reuniones y buena parte de su actividad asociativa y comunitaria. Por su ubicación, estos conventos no necesitaban de grandes estancias destinadas a almacén de alimentos, dependiendo, en su día a día, de la generosidad de los vecinos.
El convento franciscano de Estella lo levantaron, junto a la cerca de la población, en una fecha temprana. Los cronistas de la Orden franciscana, sin aportar documentación que apoye su afirmación, atribuyen su fundación al rey Sancho VII el Fuerte, quien en noviembre de 1229 habría donado a tal fin los jardines que tenía en la ribera del Ega.
No parece que estén acertados los franciscanos. La primera mención documental, que data de 1265, consiste en diversas donaciones que Teobaldo II, conde de Champaña y rey de Navarra, otorgó para cubrir el refectorio -comedor- del convento. Cinco años más tarde, en su testamento, el citado rey dejó a los frailes dos mil sueldos para la obra de la iglesia, y cien sueldos para pitanza -alimento.
En 1273, Teobaldico, único hijo varón de Enrique I, conde de Champaña y rey de Navarra, se deslizó de los brazos de su nodriza, que lo paseaba por las almenas del Castillo Mayor de Estella, falleciendo despeñado. Su muerte la recoge así Julio Altadill en su libro sobre los castillos navarros: «Aconteció por entonces al Infante D. Teobaldo la desgracia de su muerte, pues hallándose en la altura de la Peña de los Castillos, asomada la nodriza al borde de aquel paraje, un movimiento de la criatura dio lugar a desprenderse de los brazos de la nodriza, despeñándose, visto lo cual por ésta, aturdida e impulsada por el instinto de salvar al tierno niño, se arrojó tras él pero fue en vano el rasgo, porque ambos perecieron sin posibilidad de salvar a ninguno».
Una leyenda local dice que los cuerpos cayeron al claustro de la iglesia de San Pedro de la Rúa, siendo enterrado en una especie de pequeño cofre de piedra que hay en la capilla del claustro, lo que no es cierto. Su cuerpo, como señaló el Príncipe de Viana, «yace en San Francisco», «en una urna de piedra -nos dice Baltasar de Lezáun y Andía en “Memorias Históricas de la ciudad de Estella”, escritas en 1698- en que está tendida una estatua del infante, a quien cercan otras de medio relieve de franciscanos y el escudo de armas reales».
Pronto se perdió su memoria: en 1809, cuando los frailes hacen inventario de los bienes del convento para entregarlo a las tropas francesas, ignoraban a quién pertenecía «el sepulcro de alguna persona real, al parecer de una infanta navarra», situado a la «espalda del retablo de nuestra Señora de Guadalupe y al lado del retablo del Evangelio».
Esa desgraciada muerte hizo que su hermana Juana heredara la corona, y al casar con Enrique IV el Hermoso, rey de Francia, diera comienzo a un periodo en el que Francia y Navarra tuvieran los mismos reyes, recayendo el gobierno del reino navarro en el representante de unos monarcas que residían en París, lo que tuvo graves consecuencias, como a continuación veremos.
Felipe el Hermoso, rey de Francia y de Navarra, expulsó a los judíos franceses pero dejó tranquilos a los judíos navarros. Su hijo Carlos el Calvo fallece en febrero de 1328, y aprovechando el vacío de poder los navarros se sublevan contra el gobernador francés Pedro Ramón de Rabastens. En estas circunstancias, el franciscano Pedro de Ollogoyen, del convento de Estella, solivianta con sus prédicas al pueblo, y al frente de una turba de estelleses y vecinos de los pueblos del entorno, entre los que había oficiales de justicia, clérigos, escuderos, artesanos, labradores, miembros de la pequeña nobleza, e incluso los hijos del merino, asaltan la noche del 5 al 6 de marzo de 1328 las juderías de Estella, Lerín, San Adrián y Funes, incendiándolas, saqueándolas, y destruyendo la mayoría de las cartas de deuda. La judería estellesa, que era la segunda en importancia de Navarra, entra en decadencia, y su pecha -impuestos-, de ese año al siguiente, pasa de 1.100 libras a 600.
Un año más tarde los nuevos reyes nombraron una comisión que investigara y juzgara el asalto, la cual elaboró un inventario de daños, recuperó cartas de deuda, apresó a cincuenta y nueve ciudadanos, entre ellos el merino y sus hijos. Los mayores responsables no nobles fueron ahorcados, siendo acusados de hurto los restantes. El proceso se caracterizó por su tardanza, por la arbitrariedad en señalar a los culpables, siendo la Corona la mayor beneficiada económicamente, tanto por los bienes no reclamados como por las multas impuestas. Multas que alcanzaron las treinta mil libras, de las que diez mil correspondieron al concejo estellés, que las abonó en pagos anuales durante once años.
Los cabecillas (cabezas de turco) Juan López de Sendoa, Pedro el especiero, Fernando Jiménez de Eregortes, Martín Ibáñez de Espronceda y Fernando Jiménez de Muez fueron condenados a muerte y sus bienes confiscados. En presencia de los merinos del reino fueron arrastrados, sus manos mutiladas, y colgados en unas horcas construidas para la ocasión en la torre de la judería. El principal instigador, el franciscano fray Pedro de Ollogoyen, fue apresado en Estella y entregado al obispo de Pamplona, quien ordenó su prisión en la cárcel episcopal. Pero el provincial franciscano de la provincia de Aragón, junto con los guardianes de los conventos de Pamplona y Olite, alegando que era exento de la jurisdicción del obispo, consiguieron que fuera entregado a las autoridades de la Orden. Ahí se pierde su rastro. Según recoge el talmudista estellés Menahem ben Aarón ben Zarach (1310-1385), hijo de una familia de refugiados franceses y superviviente del ataque, en su obra “Tzeda le-derek” (Provisión para el camino), «los nativos se alzaron y decidieron destruir, matar y aniquilar a todos los judíos del reino. Mataron en Estella y en otros lugares del país un total de 6.000 judíos. Entre ellos fueron muertos por la causa de Dios, mi señor padre y maestro, mi madre y mis cuatro hermanos menores que yo; que Dios vengue su sangre (…). Sólo yo, de toda la casa de mi padre, pude escapar a la muerte. Veinticinco hombres malvados me hirieron a golpes. Permanecí desnudo entre los cadáveres desde el crepúsculo hasta la medianoche del 23 de Adar (nuestro mes de marzo). A medianoche llegó un caballero, amigo de mi señor padre, me sacó de entre los cadáveres, me llevó a su casa y me trató gentilmente». Mehajem ben Aarón ben Zarah se mostró dolido por el trabajo de la justicia: «surgió un nuevo rey en Navarra y nosotros, los hijos de la muerte, recurrimos a él para librarnos de la angustia y vengar la sangre de nuestros padres. Pero no fuimos atendidos por él». Su desencanto le llevó a abandonar Estella. La cifra de seis mil asesinados, teniendo en cuenta que la judería estellesa estaba compuesta de noventa familias, es excesiva. Historiadores recientes la rebajan a algunas decenas que han podido documentar, a los que habría que añadir los no documentados, mujeres y niños. Los monasterios y conventos navarros estaban integrados desde sus orígenes en la provincia eclesiástica de Aragón de su respectiva orden. Incorporada Navarra a la corona de Castilla, los reyes castellanos quisieron adaptar a sus intereses la organización territorial de la Iglesia en Navarra -la parte noroeste del reino dependía del obispado francés de Bayona-, y alegando que sus comunidades regulares estaban relajadas y necesitadas de una mayor observancia, ordenaron la reforma de los monasterios y conventos navarros, exigiendo que abandonaran su dependencia de Aragón y pasaran a depender de Burgos. Los conventos navarros, poco dispuestos a ser castellanizados, opusieron resistencia, teniendo que intervenir el papa Adriano VI, quién ordenó a los provinciales de Castilla de los conventos carmelitas, agustinos y franciscanos que reformasen los monasterios, aceptasen la nueva dependencia, y castigasen a los frailes que se opusieran. De nada sirvió lo ordenado por el Papa. Los monasterios navarros continuaron ofreciendo fuerte resistencia, y la tensión que surgió entre las provincias eclesiásticas de Aragón y Burgos obligó al Emperador a dar marcha atrás, solicitando otra vez la intervención pontificia. El Papa, manteniendo la reforma, delegó en el ministro general, fray Francisco de los Ángeles, que decidiera a qué provincia tenían que depender aunque hubieran sido reformados e incorporados a la provincia de Burgos. Tampoco dio resultado esta mediación, por lo que, a instancias de Carlos V, el papa Paulo III autorizó en julio de 1540 que los monasterios navarros siguieran perteneciendo a la provincia de Aragón, prohibiendo al de Burgos entrometerse en el asunto. Esta solución, que respetaba el deseo de los conventos, contó con el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad, contrario a «la política de la corte española de anexionar los monasterios navarros a la provincia de Castilla so pretexto de reforma». Durante este proceso se vivieron hechos graves. Amparados por un Breve de Paulo III, al parecer anulado por el mismo papa, a principios de 1541 los Observantes de Aragón expulsaron por la fuerza a los claustrales y se instalaron en el convento estellés. Tres años después, tras largo litigio, los claustrales recuperaron el convento y los observantes fueron expulsados. En otra vuelta de tuerca, en 1563 el Ayuntamiento pidió al Virrey que se introdujera la observancia en el convento. «No deseaba otra cosa Felipe II, si bien sus intenciones no eran del todo limpias. Ante las reclamaciones del monarca, el papa San Pío V decretó la supresión general de los claustrales en España, a quienes tenía en mala reputación», lo que se ejecutó a principios de 1567. En cumplimiento del decreto, el obispo secuestró los bienes del monasterio, valorados en 1.510 ducados, y ese mismo año los monasterios franciscanos de Navarra fueron segregados de la provincia eclesiástica de Aragón y pasaron a pertenecer a la de Burgos, «para que -en palabras del rey- estén debajo de la corona de Castilla, como está todo lo demás que toca al gobierno de aquel reino». En el momento del cambio de provincia eclesiástica, 22 de julio de 1567, el convento estellés estaba inhabitable por ruinoso, y desprovisto de los bienes muebles y documentos que los frailes aragoneses se habían llevado a su tierra. «Esta reforma oficial, impuesta desde arriba, parece haber carecido de idealismo religioso. Los cronistas no mencionan más que dos legos de señalada virtud en el convento de Estella: fray Pedro Romero y fray Juan de Lezcano, que murieron en 1595. Las buenas almas de Estella comprobaron bien pronto que los observantes apenas se distinguían de los claustrales en la práctica de la pobreza, tan característica de la Orden. Como los claustrales, los observantes se consideraron desde un principio como propietarios únicos de las limosnas destinadas a las almas del purgatorio y esto les llevó a un conflicto poco honorable con el cabildo de San Juan, que produjo erupciones bruscas durante cerca de dos siglos y a otro pleito con el monasterio de San Agustín en 1590». Desde un principio existía la costumbre u obligación de que por cada parroquiano enterrado en el convento, la parroquia recibía la cuarta parte de la cera, pan, dineros y otras limosnas ofrecidas para el enterramiento. Cuando el año 1541 falleció Francisco de Navascués y fue enterrado en el convento, éste se negó a entregar a la parroquia de San Juan la parte acostumbrada, lo que indicaba que, en cuestión de dinero, los reformados eran más amantes del dinero que los claustrales expulsados, y dio lugar a un litigio entre convento y parroquia. En él tenía su sede la cofradía de la Vera Cruz, a cuyo cargo corría la atención a los ajusticiados. En octubre de 1746, la cofradía pidió ayuda al Ayuntamiento, patrono de la misma, en el pleito que tenía con la parroquia de San Miguel sobre el cadáver de Pascual de Allo, ajusticiado en 1745, cuyo cuerpo descansaba en el convento y reclamaba la parroquia. Resulta que el cuerpo de Pascual, después de ajusticiado, fue puesto en una cuba y arrojado al río, de donde lo recogió la cofradía enterrándolo en el convento en base al «legítimo y privativo derecho a la sepultura de los ajusticiados en la iglesia donde está sita dicha cofradía con posesión antiquísima sin ejemplar en contrario», derecho y regalía que se negaba a perder en beneficio de la parroquia. El Ayuntamiento intentó negociar un arreglo, fracasando porque interesaba a todo el clero del obispado. Ante el fracaso de la mediación, el Ayuntamiento acordó desentenderse del tema por no ver perjuicio a la cofradía, la cual ejercitaría su caridad donde quiera que fuesen ajusticiados. Dos de los regidores discreparon, se enzarzaron en pleito con sus compañeros de corporación y lo ganaron. En esta fase intervino el Consejo Real de Navarra, quien mandó que la ciudad, como patrona de la cofradía, saliese en su defensa, condenando a los regidores que se habían opuesto a pagar las costas. Elevado el pleito en apelación al Tribunal Metropolitano de Burgos, se llegó a un acuerdo (17 de octubre de 1748) entre el Ayuntamiento y los cabildos parroquiales, mediante el cual los reos serían enterrados en las parroquias: si eran ajusticiados en la plaza de los Chorros (San Martín), recibirían sepultura en la parroquia de San Pedro de la Rúa; si en la Pieza del Conde, en la de San Miguel, y si en la plaza del Mercado (de los Fueros), en la de San Juan. Se entiende que cada reo era ajusticiado en el ámbito de la parroquia a la que pertenecía. La cofradía de la Vera Cruz contó entre sus miembros a hombres ilustres, como el escultor Lucas de Mena, los abogados Andrés Chavier, y apellidos que dejaron huella en la ciudad, como Lezáun, Larráinzar, Dombrasas, Beruete, Lete, Ruiz de Galarreta, Eulate, Nagusia, Modet, Zuza, Ecala. A finales del XIX fue prior mi bisabuelo Francisco Hermoso de Mendoza. La Vera Cruz se encargaba de organizar la procesión del Domingo de Ramos, la del Jueves Santo, y la del Viernes Santo, cuyos pasos guardaba y guarda. El día de la Cruz de Mayo y el de la Cruz de Septiembre desfilaba en procesión por la plazuela situada enfrente del convento, y cuando observaba que las rogativas organizadas por el ayuntamiento no surtían efecto, hacía sus propias rogativas, bien pidiendo agua al Cielo o que la lluvia cesase. El 21 de mayo de 1801 una crecida del Ega destruyó un lienzo de la cerca del convento, las celdas, el claustro superior, y el cuarto donde se guardaban los pasos de Semana Santa, que sufrieron desperfectos. En enero de 1802, la cofradía tuvo que celebrar su junta en la celda del padre guardián por hallarse arruinada la sala capitular. Por ese y otros motivos la cofradía entró en decadencia, excusándose algunos miembros de desempeñar los oficios que les correspondían, y desde 1818 los cargos no pedían limosna para los ajusticiados, sino que lo encargaban mediante pago a gente ajena (para más información sobre la cofradía de la Vera Cruz, ver en esta web el artículo titulado S. Santa. Vera Cruz I; para lo concerniente a la asistencia a los ajusticiados, S. Santa. Vera Cruz II). El año 1767 comenzó a correrse por la ciudad la voz de que la capilla mayor se hallaba en ruina, lo que retrajo la asistencia de los fieles. Para tranquilizar a la opinión pública, el padre guardián encargó un informe a los maestros de obras Juan Ángel Igaregui y Juan José Albéniz, quienes apreciaron que las paredes del presbiterio habían perdido la perpendicularidad, lo que afectaba a toda la bóveda, aconsejando que se sellaran las grietas para observar su evolución al cabo de seis meses. Asimismo, aconsejaron la sustitución de lagunas maderas del tejado por hallarse podridas. Desconforme el prior con el informe, se encargó uno nuevo a los anteriores, a los que se sumarían los maestros de obras Juan Miguel Albéniz y Vicente de Arizu. En este caso el informe no fue unánime: los Albéniz informaron de que la bóveda «está amenazando ruina», mientras que los otros dos, achacando el mal estado del templo a que fue levantado sobre arena, opinaban que la ruina no era inminente y los frailes podían continuar celebrando misa. Ante un gasto que pasaría de diez mil pesos, el padre guardián optó por una obra menor: hizo derribar la bóveda con un arco, comprobando que la fábrica estaba firme, y se reforzaron con escombros los cimientos de la capilla por la parte de afuera. Esta última labor no gustó al Ayuntamiento, quien considerando que el terreno exterior a los muros era propiedad de la ciudad, exigió la retirada de los escombros de la plaza de los Llanos, «paraje el más público y en donde continuamente pasean los sacerdotes y personas de distinción y del pueblo» El Ayuntamiento apeló al síndico para obligar a los franciscanos a retirar los escombros, pero éste replicó que sólo se buscaba mortificar a los frailes porque la plaza que el ayuntamiento creía suya era en realidad el cementerio del convento, donde todos los jueves, después de cantar una misa, la comunidad salía con una cruz levantada para cantar un responso sobre las sepulturas allí existentes, y era notorio que el lugar había servido de asilo sagrado a todos los que en él se habían refugiado. Para zanjar el asunto, el Consejo Real decretó que «se ponga el escombro entre machón y machón, dexando libre el paseo y juego de pelota y, lo que no cogiera, se ponga en parte en que no haya embarazo», ordenando que se nombrase un perito que, después de examinar el terreno y la fábrica de la iglesia, decidiese las obras y reparaciones que se debían ejecutar. Por discrepancia entre las partes se nombro a un maestro albañil vecino de Pamplona, quien informó de que el pavimento del juego de pelota se halla en algunos sitios sin poder desaguar al río, por lo que las aguas de lluvia se introducen en la cimentación del convento perjudicando a la fábrica de la iglesia, al igual que sucede en las crecidas del río. Como remedio propone que con buena tierra o escombros se terraplene de manera que el agua vierta hacia el río, reforzando los frentes de los machones con paredes de buena mampostería, y enlosando o empedrando con ruejo la anchura de una vara. De esta manera, además de reforzar la fábrica del convento, el juego de pelota quedará más seco, sin embolsamiento de agua ni embarazo el paso para Los Llanos «por ser este tan ancho, que al par pueden pasar cuatro coches». La ciudad impugnó este informe, pero el Consejo Real revocó los decretos del Ayuntamiento, le ordenó que no pusiese estorbo ni embarazo en la ejecución de las obras, y que se dejara el frontón del juego de pelota útil y expedito para mantener la diversión pública. El 20 de abril de 1784 los vicarios de las parroquias de Estella protestaron porque en la iglesia de San Francisco se había publicado un Breve de Pío VI, obtenido por la Diputación, en el que se concedía indulgencia plenaria a todas las personas que, habiendo confesado y comulgado, visitaren cualquiera de las iglesias del Reino el domingo siguiente a la fiesta del martirio de San Fermín y el día de San Francisco Javier (patronos de Navarra). El argumento de las parroquias es que no había precedente de que en un convento se leyera edicto alguno, y que su lectura podía perjudicar los derechos parroquiales. El padre guardián contestó que ese día se encontraba ausente y que el vicario se había excedido por ignorancia, comprometiéndose de que en adelante se abstendría de publicar edicto alguno. El 7 de septiembre de 1794 el padre guardián recibió una carta de Pamplona en la que debido a «los rápidos progresos del enemigo (Guerra de la Convención, en la que buena parte de Navarra y casi toda Guipúzcoa fue ocupada por tropas francesas), que han obligado a retirar los militares enfermos de los muchos hospitales que había en Baztán y la provincia de Guipúzcoa», se le pedía que cediera el convento para ser convertido en hospital. En respuesta, el padre guardián se mostró dispuesto a que la comunidad abandonara el convento y se instalara en «algunas casas particulares» (lo hicieron en el palacio de los duques de Granada de Ega), pero le informó de que el convento era de corta habitación y que por eso se estaban fabricando algunas celdas a fin de que los religiosos vivieran separados y no de dos en dos en una celda, como al presente acontecía. El 14 de octubre, el inspector de hospitales del ejército ordenó que se desalojase inmediatamente el convento «porque urge proporcionar abrigo a los muchos enfermos que produce el exército, que se va aumentando cada día» (también se utilizaron como hospital el convento de Santo Domingo y el monasterio de Irache). Para la adaptación del edificio se emplearon 11.111 ladrillos y 2.000 adobes, tasados en 4.000 reales, que los monjes tenían preparados para reformas, y los desperfectos y daños sufridos fueron tasados en 15.600 reales vellón. Materiales y daños que les fueron abonados. Enterados los frailes de que los tres estados hacían una movilización general en Estella para la frontera, unos se ofrecieron para asistir espiritualmente a los vecinos y otros a tomar las armas con ellos. Fue el comienzo de un periodo que llevó a la destrucción del edificio. Durante la Francesada, las autoridades francesas pidieron al padre guardián que les informara del estado del edificio. La respuesta, 8 de mayo de 1809, omite lo que le piden, y solo les informa sobre la comunidad: «las rentas que tenemos es la mendiguez por las puertas, oficios por los difuntos y misas que celebramos y limosnas gratuitas que nos dan los bienhechores. Los individuos de esta comunidad son diez y ocho sacerdotes y cinco legos profesos», que nombra. Cuatro meses más tarde, el comisionado Juan Fernández de la Magdalena, vicario de la iglesia parroquial del Santo Sepulcro de Estella, requiere al padre guardián que convoque a los religiosos para que abandonen el convento. Estos hacen inventario y entregan las llaves: Sacristía.- tres cálices, cuatro vinajeras, un incensario, naveta y cucharilla, una custodia, un copón, nueve cuadros de «pintura fina», una cruz de madera y numerosos ornamentos de tipo corriente. Iglesia.- un retablo principal y tres laterales: en la capilla de San Joaquín y Santa Ana, que pertenece a Isidro Llorente, un retablo y una efigie de bulto de Cristo crucificado; en la capilla que pertenece a Joaquín Jerónimo Navarro, un retablo de San Diego, dos escudos y un escaño; en la capilla de Luis Urbina, un retablo pequeño; en la capilla de la Vera Cruz, los pasos que corresponden a la misma (Santo Cristo del Descendimiento con su caja de cristal, la Dolorosa, Cristo de la columna con su nicho entre cristales y a sus lados San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, dos Santo Cristo en la Cruz, Santo Cristo con la Cruz a cuestas, y varios y diversos objetos); de la capilla de San Buenaventura, del marqués de Narros, no da contenido pero su administrador, Juan Domingo Huarte-Mendicoa, reclama diversos objetos; en la capilla del marqués de Besolla, un escudo y un retablo de San Antonio abad; en la capilla de San Antonio, propia de la comunidad, una efigie que pertenece al gremio de sastres; y la capilla de Santiago, con su retablo. También hay un carnario perteneciente a Vicente Mutiloa. No se cita la capilla que a sus expensas construyó el impresor Miguel de Eguía, en la que fue enterrado al morir en 1546. Una librería formada por 17 cajones llenos de libros. La huerta, cerrada de pared y formada de cuatro lienzos, de unas diez robadas. «Nada se encuentra en las 47 celdas, la hospedería y enfermería». Y en la despensa, 36 robos de trigo, una pequeña cantidad de vino en una de las doce cubas con una capacidad total de 90 cargas, unas tres docenas de aceite (robos, cargas y docenas eran medidas de capacidad), y cubiertos de boj. En las fundaciones y cargas, Miguel Yoldi debe 17 reales correspondientes a dos misas cantadas en memoria de Agustina Martínez de Galarreta; Joaquín Jerónimo Navarro es deudor de 18 ducados anuales cargados sobre su mayorazgo por una fundación de 48 misas cantadas hechas por Juan de Cegama; José Igúzquiza, vecino de Muniáin de la Solana, paga trece reales y siete maravedís por cuarenta ducados de capital en memoria de Agustina Martínez de Galarreta; Agustín de Oroquieta, satisface 109 reales y 20 maravedís por 332 ducados y dos reales de principal de una pía memoria de Juana de Amado… Sigue una lista con un total de setenta y dos entradas, en la que aparecen apellidos que han hecho historia en la ciudad: Baráibar, Amburz, Imberto, Eguía, López de Dicastillo, Magallón, Ximénez de Aras, Ladrón de Cegama y Vicuña. En 1810 el general Doumustier mandó fortificar el convento para que sirviese de caserna a las tropas francesas, quedando como «una de las mejores fortalezas de Navarra, capaz de mil infantes y un grueso destacamento de caballos con todas las oficinas necesarias». Un año más tarde lo tuvieron que abandonar los franceses, y los voluntarios españoles «destruyeron, con la ayuda de los vecinos, todas las fortificaciones hechas por orden de los franceses. La caserna de San Francisco fue incendiada», quemándose el archivo del monasterio de Iranzu que allí estaba depositado a causa de la guerra. Pocos meses después regresaron los franceses, y al no poder utilizarlo por «estar arruinado hasta los cimientos, tomaron el convento de Recoletas para que sirviese de caserna». Terminada la guerra, volvieron los religiosos, reparándolo con el producto de limosnas y de la Pía Memoria. Con la victoria de los liberales sobre los carlistas, el año 1839 los franciscanos abandonaron definitivamente el convento. Tras la exclaustración la iglesia quedó abierta al culto y el monasterio fue utilizado como Casa Consistorial y aulas de latinidad y música, para lo cual se solicitó en 1842 su cesión al Estado, que lo entregó al municipio por su imposibilidad de venderlo. Según Madoz (1847), «la casa Ayuntamiento está en el edificio que fue convento de los franciscos, sito en el punto más cómodo de la ciudad, frente a una plazuela y con hermosas vistas al paseo de Los Llanos. Tiene habitaciones separadas e independientes para escuelas, cátedras de Latinidad, liceo, donde hay academia de música, y una deliciosa huerta». En la Tercera Guerra Carlista fue ocupado por tropas de voluntarios liberales que, tras durísimos asedios dirigidos por el general carlista Antonio Dorregaray, tuvieron que capitular y abandonarlo el 24 de agosto de 1873. Uno de los voluntarios liberales publicó en 1874, bajo el seudónimo Cesáreo Montoya, el libro "Estella y los carlistas. Defensas del fuerte de Estella y Consideraciones sobre la guerra civil en Navarra", en el que expone las calamidades sufridas durante el asedio. A estos voluntarios la ciudad de Pamplona les dedicó una calle con el nombre Héroes de Estella. Del convento sólo se conserva el escudo de la orden que hoy está en la fachada del convento de los Capuchinos, una imagen de San Francisco de Asís y dos cuadros en el convento de Recoletas, y en el convento de Santa Clara se guardaba una imagen de San Francisco de Asís cuyo paradero ignoro. De varios de estos objetos he subido fotos. Con fecha de 21 de mayo de 1879, un centenar de vecinos, entre los que se encontraban José Antonio Barandiarán, Francisco Marco, Álvaro Lorente, Ángel Sáenz de Tejada, Luis Larráinzar, Donato Bayona, Carmelo Gómez de Segura y Gorgonio Zuza, presentaron un escrito al Ayuntamiento indicando que «se hallaban profundamente convencidos, como la mayoría del vecindario, de la conveniencia de la demolición del Convento de San Francisco, aunque no fuera más que bajo el pretexto del embellecimiento de la población, y porque quita vista a las casas del Andén». El Alcalde dio traslado del escrito al Arquitecto Municipal, Ángel Cadarso y Greño, académico de San Fernando, pidiéndole que informara sobre el estado del edificio. En su informe, por el que cobró 125 pesetas, el arquitecto señala que tuvo tres incendios, y que para destinar a escuelas la parte más consolidada (la iglesia) se necesitaba derribar todo su interior y elevar la altura de los muros exteriores hasta los once metros, con un coste, previo empleo de los materiales procedentes del derribo, de treinta mil pesetas. Previamente, a mediados de siglo, la piedra procedente de la ruina que se encontraba amontonada, fue vendida a Esteban Larrión el Majo para levantar la plaza de toros vieja. Descartada la reforma del edificio, la Alcaldía se dirige (26/04/1881) a la Diputación para que apruebe el proyecto de edificio destinado a Casa Municipal y Escuelas Públicas, y le autorice a pedir prestadas 89.500 pesetas, emitiendo títulos al portador de quinientas pesetas cada uno, con un interés del cinco por ciento anual, amortizables por sorteo en diez años. En el escrito se señala que la actual Casa Municipal (se refiere a la de la plaza de San Martín), por su situación excéntrica, poca capacidad y ser muy húmeda, no reunía las condiciones necesarias, por lo que «hace nueve años, el Ayuntamiento la abandonó, viéndose precisado a alquilar en un punto céntrico una casa particular (…) en la plaza de la Constitución, número once, pagando de renta anual mil quinientas pesetas (...). Al propio tiempo, es de advertir que hasta el comienzo de la guerra civil, las escuelas públicas estaban instaladas en el exconvento de San Francisco de Asís, exceptuado por esa circunstancia de la desamortización; pero habiendo sido convertido en fuerte e incendiado en agosto de 1873, la Municipalidad se vio precisada a colocar las escuelas en varias casas tomadas en arrendamiento por las que actualmente se satisfacen las siguientes cantidades: por la casa destinada a escuela de niñas, 650 pts.; por otra, para escuela de niños, 500 Pts.; habitaciones para los maestros, 200 pts. Además, la escuela de Párvulos se encuentra en la casa de la Misericordia, necesitándose 200 pesetas. Todo ello, unido al alquiler que se paga por la Casa Municipal, arroja un total de tres mil cincuenta pesetas». Además, señala que la Hacienda Municipal presenta un halagüeño porvenir, por cuanto en el año 1883 terminará la amortización de «la deuda contraída durante la guerra civil», a la que se destinaba el producto de carnicerías, que importaba anualmente de treinta a treinta y cinco mil pts., y que ahora con ese ingreso podrá pagar los intereses y amortización del préstamo. Para la construcción del actual edificio del Ayuntamiento, al no ser suficiente el solar del convento, fue necesario comprar los 1.431 m² de la huerta de Dionisio Martínez y ubicar en ella los patios de las escuelas. Se pagaron 11.600 pesetas por el terreno y edificio de lavandería y colandería, más 65 pesetas por «18 eras de colleta, 2 eras de lechuguino, un trozo de berza, un pedazo de habas, otro de arbejones y otro de calbotes», según publicó Diego Sinfray en la Revista de Fiestas de Zunzarren del año 1991. (Colleta es el nombre de la planta de berza, arbejones son los guisantes, y calbotes es el nombre que se da en Estella a la alubia de color de mata alta tipo tolosa). Lo curioso de los cultivos es que no coinciden con el tiempo, y cuando se realizó la compra, 19 de abril de 1905, en el huerto sólo podía haber, de los citados, lechuga, habas y arbejones. El Alcalde, Enrique Ochoa, convocó el 23 de junio de 1883 a concejales y mayores contribuyentes para darles cuenta del informe de Diputación, citando a tal efecto a los vecinos Lorenzo Iribas, Tomás Jaén, Joaquín Iturria, Isidoro Polo, Álvaro Lorente, Julián Peña, Serapio Aldaz, Mateo Montoya, Justo Zorrilla, Facundo Osés, Francisco Hermoso de Mendoza (bisabuelo mío), Marcelino Larráinzar, y otros. En el expediente de subasta del derribo del convento, el veedor carpintero Estanislao Mendaza, y el veedor albañil Corpus Salvatierra, valoraron la madera existente en 365 pts., que el 14 de diciembre de 1904 se sacó a subasta. El 4 de diciembre de 1901, el Pensamiento Navarro informa de las gestiones que realizaba ante el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Conde de Romanones, el diputado a Cortes por Estella Don Joaquín Llorens y Fernández de Córdova y el diputado a Cortes por Pamplona Conde de Vadillo. El Estado, mediante Decreto de 1 de julio de 1904, concedió subvenciones para la construcción de las escuelas, y el industrial alavés Emilio de Atáuri y López de Erenchun realizó los trabajos de la nueva casa Consistorial, siendo el vecino de Estella, Blas Bascarán -maestro cantero-, el sobrestante que las vigiló. El año 1907 se terminó el edificio, con un coste de 170.000 pesetas. Fue un buen año: además del Ayuntamiento y Escuelas, con un coste de 40.000 se ensanchó el acceso al puente (del Azucarero) derribando casas; se reformó el puente con un coste de 10.000 pesetas; se trajeron las aguas con un coste de 120.000 pesetas, y Santa Bárbara se repobló con 40.000 pinos. Septiembre 2023
En esta foto de finales del siglo XIX vemos, en el ángulo inferior izquierdo lo que quedaba del convento de San Francisco. Obsérvese que las torres de la iglesia de San Juan están en construcción.
Durante el reinado de Carlos III, en 1399 Fray Pedro de Estella fue enviado a Romania (?) por asuntos de estado; en 1404 fray Sanz de Estella hizo un viaje oficial desde Olite a San Vicente; en 1410 fray Pedro de Estella fue enviado apresuradamente a Sicilia, figurando dos años más tarde como confesor de la reina; y en 1412 fray Martín de Guetaria tomó parte en el concilio de Constanza.
Este emblema de la orden franciscana, procedente del convento de San Francisco de Estella, lo vemos hoy en la fachada del convento de Capuchinos.
Imagen del santo titular, procedente del convento de San Francisco, que se conserva en el convento de Recoletas.
En 1724, 1725 y 1726 se celebraron en el convento las Cortes Generales del Reino, siendo jurado (1725) el príncipe don Fernando (luego Fernando VI) como heredero de Navarra.
Plano del convento convertido en fuerte. En él apreciamos los tambores añadidos para facilitar su defensa.
En 1773 el convento de San Francisco era el más poblado de los masculinos de Estella, y su comunidad la componían el padre guardián, ocho frailes y dos hermanos.
Grabado del Fuerte de Estella, 1873, de José Luis Pellicer (Museo Nacional de arte de Cataluña). Parece que está elaborado antes de las obras que el convento lo convirtieron en fuerte.
Su privilegiada situación respecto a la ciudad hizo que fuera el convento más visitado, y sus monjes los que predicadores más solicitados. La mayoría, a juzgar de su onomástica, de origen castellano.
Derribado lo que quedaba del convento, en su solar se levantó el actual edificio del Ayuntamiento, inicialmente levantado para albergar las Escuelas Públicas, a las que asistí siendo niño. En aquellos años, la parte delantera –en la foto- se utilizaba como dependencias municipales, y en el resto del edificio estaban las escuelas de niñas y de niños. En la planta elevada, además de las oficinas municipales y el salón de plenos, estaban la vivienda del secretario municipal y la de un maestro. A continuación del edificio vemos la plaza de abastos –levantada también sobre el solar del convento-, y el convento de Santa Ana.
Grabado del año 1874 perteneciente a la Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa.
Esas tres personas están en el acceso a Los Llanos. A la derecha, el convento de San Francisco; al fondo a la izquierda, la iglesia de San Pedro de la Rúa.
Los años 1351, 1355, 1356, 1357, 1358 y 1359, fray Salvador de Murillo, monje del convento, recibió donativos reales para ir a estudiar a París. Para Goñi Gaztambide produce la impresión de que realizaba servicios de espionaje en favor de Carlos II, quien pugnaba por hacerse con el trono de Francia.
Hablando de la plazuela de San Francisco de Asís (foto de mediados del siglo XX), conocida en el siglo XIX como plaza de la Fruta, un autor del siglo XVII dice: «Es la más hermosa, porque estándose paseándose en ella, se goza del sol los inviernos, a vista del río y la delicia de la alameda, se juega en ella a la pelota, y al tiempo que se hace este laudable ejercicio, gozan los circunstantes de él, del río y de la hermosa vista de Los Llanos, cubiertos de sauces, olmos, álamos y nogales».
Derruido el edificio, y levantadas en su solar las Escuelas Públicas, los alumnos posan para la foto. A continuación del edificio vemos la tapia tras la cual estaba el patio de recreo de los niños; las niñas jugaban en la calle, donde las vemos en esta foto.
Durante el Trienio Constitucional este convento fue el único entre los conventos masculinos de Estella que no fue suprimido. Se trabajó en su reconstrucción, y la comunidad de frailes pidió al cabildo de la catedral de Pamplona una limosna para reedificar su iglesia, arruinada durante la Francesada. La catedral le entregó dos onzas de oro. En la foto, el actual Ayuntamiento.
Paseo del Andén, nombre con el que era conocido al actual Paseo de la Inmaculada, debía su nombre a que en él paraban los vehículos de pasajeros. Y por parecida razón, a la plazuela de San Francisco de Asís se le denominaba Las Estellesas porque en ella tuvo su primera parada y sede la compañía de autobuses La Estellesa.
Al perder su función como Plaza de Abastos, por breves años el edificio fue rehabilitado para Escuela de Oficialía. Posteriormente fue derribada para levantar un edificio de viviendas, las oficinas de correos y la central telefónica.
Escudo procedente de la Plaza de Abastos, que hoy se conserva en la rotonda de Fray Diego.