El pequeño templo de Santa María de Rocamador de Estella, su historia, su arte, y la imagen que en él se venera, es poco conocido por los estelleses. Especialmente, su ábside románico.
A su divulgación dedico este reportaje, incluyendo una breve reseña de la orden capuchina, del Rocamadour francés, y de la Virgen de Rocamador que se venera en Sangüesa.
Las advocaciones a esta Virgen proceden del santuario de Nuestra Señora de Rocamadour, en Quercy (Francia), y en España, que son bastante exóticas, fueron transmitidas por peregrinos jacobeos (una de las rutas del Camino de Santiago pasaba por el santuario galo) y pobladores franceses que se establecieron en algunas poblaciones del Camino (la Virgen del Puy de Estella tiene el mismo origen).
Cuenta la leyenda que la Virgen María, después de su Asunción a los cielos, se apareció a su antiguo criado Zaqueo el publicano y le ordenó que se trasladara a las Galias para hacer vida eremítica. Llegado a Francia, después de fundar el santuario de Le Puy se trasladó a Quercy, moró en la oquedad de una roca, levantó una capilla, y conocido por los indígenas paganos como "Amator Rupium" (Amador de las rocas), recibió el nombre de Amador, y Roc-Amador (roca de Amador) pasó a ser el de la roca en que habitaba, que a través de la lengua d´Oc derivó en Rochemadour
Amador falleció, y fue olvidado hasta que en 1116 se descubrió su cuerpo incorrupto en una sepultura excavada en la roca a la entrada del eremitorio (leyendas aparte, se cree que los restos de San Amador fueron traídos en el siglo IX desde la Bretaña francesa para ponerlos a salvo de las incursiones normandas).
El santo cuerpo fue trasladado a la ermita de la Virgen, comenzando los milagros que dieron a Rocamadour fama universal y lo convirtieron en lugar de peregrinación al que acudían reyes, obispos y fieles de toda la cristiandad.
También había peregrinaciones impuestas: cuando el canciller Guillermo de Nogaret (1260-1313) luchó contra Bonifacio VIII teniendo la osadía de encarcelarlo y abofetear su rostro con guantelete de hierro, para levantarle la excomunión Clemente V puso como condición que participara en la cruzada, y mientras ésta se organizaba debía peregrinar a ocho santuarios entre los que se encontraba Rocamadour y Compostela.
Ésta práctica pasó al campo civil, llegando a ser conocido su nombre en los Países Bajos como sinónimo de castigo expiatorio por delitos graves.
La devoción a esa Virgen Negra se extendió por toda Francia, especialmente por Bretaña, donde era venerada como patrona de marineros y pescadores.
En Navarra se veneraba en Estella y Sangüesa. En Olite se organizó una cofradía, y los navarros extendieron su devoción por España.
El rey Sancho VII el Fuerte donó al monasterio de Quercy un censo de 41 monedas de oro, que correspondían a los ingresos que recibía de la carnicería vieja de Estella y de los molinos de Villatuerta, para que día y noche ardiera una vela ante el altar de la Virgen por su alma y la de sus padres, y 24 luminarias en las fiestas principales, destinando una moneda para el incienso quemado en esas festividades, y otra para el predicador.
Algunos autores creen que el origen del santuario estellés está en la casa que levantaron los monjes franceses para poder cobrar el censo que el rey les había otorgado.
Esos mismos autores dicen que los monjes, como agradecimiento, costearon la fuente de la Mona que hoy vemos en la plaza de San Martín.
No sé que fundamento tiene esta afirmación, pero el agua de la fuente, hasta la traída de aguas a la ciudad a principios del siglo XX, llegaba canalizada desde las proximidades del santuario.
Madrazo le da mayor antigüedad, y dice que "debió de fundarse a poco de haberse poblado la parte baja de la ciudad, reinando Sancho el Sabio".
El Fuero General de Navarra disponía que ningún deudor que vaya a Rocamadour pueda ser preso ni ejecutado en el espacio de quince días. Privilegio que alcanzaba el mes para el peregrino a Santiago, tres meses para el romero que iba a Roma, un año al de Ultramar, y un año y un día para el palmero que acudía a Jerusalén.
Encontrado el sepulcro de San Amador, de la mano de los monjes de Cluny se difundió su culto, se extendieron por la Cristiandad los milagros de la Virgen, y hacia 1172 recogieron en un libro 126 hechos portentosos.
El número 36, con el título "De la mujer que no pudo ser ahogada", se refiere a Sancha, llamada también Leefans (l´Enfans = la Infanta) o Leofás, hija de García Ramírez el Restaurador y hermana de Sancho el Sabio, reyes de Navarra.
Cuenta que la Infanta quedó viuda de Gastón de Bearne, sin descendencia, pero encinta, lo que llenó de esperanza a los bearneses. Sin embargo, a los 40 días abortó, y acusada de haber dado muerte a la criatura que llevaba en sus entrañas fue condenada a sufrir la prueba del agua. Para ello, en Sauveterre, cerca de Orthez, debía ser arrojada, atada de pies y manos a un escudo de acero, desde un altísimo puente a las aguas del Gave.
Miles de personas acudieron al espectáculo, insultándola unos, compadeciéndola otros, rogando por su alma los demás. La Infanta invocó el auxilio de la Virgen, la puso por testigo de su inocencia, y arrojada al agua se deslizó suavemente por la superficie hasta ser depositada sana y salva sobre la arena de la orilla a tres tiros de arco del puente.
Los suyos la llevaron en triunfo a palacio, y la Infanta, en señal de agradecimiento, confeccionó una preciosa tapicería que en 1170 entregó a Géraud, abad de Rocamadour, que en aquel momento regresaba de Compostela.
Poco después casó con Pedro Manrique de Lara, y sus restos descansan en el monasterio de Santa María de Huerta (Soria).
Construido el santuario en la ciudad del Ega, el único documento de la Edad Media que lo cita es un Registro de Comptos (cuentas) de Pelegrín Esteban, prevost de Estella, en el que consta que en 1280 ardía una lámpara a expensas de la Corona.
El siguiente documento en citarlo data del 7 de agosto de 1535. Es la condena que impuso Miguel de Eguía, alcalde de Estella, al Dr. San Cristóbal, porque un criado suyo acarreó paja el día de la Transfiguración, violando la ley de la ciudad que prohibía trabajar en festivos.
A partir de entonces toda la documentación lo considera una modesta dependencia de la parroquia de San Pedro de Larrúa, que no tuvo derecho a beata ni ermitaño hasta que se reedificó el templo.
A pesar de la calidad de lo que ha perdurado, durante la Edad Media fue una iglesia muy pobre, y la limosna que se recogía para su mantenimiento sólo daba para cubrir los gastos de luminaria. Cuando en 1630 la inspeccionó el Visitador General del obispado, halló el edificio en mal estado, con peligro de caerse.
Todo cambió cuando Francisco López de Dicastillo, beneficiado de San Pedro de Larrúa, en testamento otorgado en 1688 ante el notario José Hermoso de Mendoza dejó todos sus bienes para "ampliación de su iglesia y casa, que era muy abreviada y poco decente por su mucha antigüedad y contrariedad de los tiempos".
La Virgen se trasladó el 15 de agosto de 1689 a la capilla mayor de San Pedro de Larrúa, y las obras de reedificación, que afectaron a todo el templo excepto al ábside, comenzaron el 15 de septiembre del mismo año.
En 1702 se bendijo la reformada iglesia, y acompañada por la reliquia de San Andrés volvió la Virgen a su altar. Se formó una cofradía, y la devoción tomó auge, lloviendo los donativos.
El 28 de septiembre de 1708 ocurrió un pequeño milagro. Estando el albañil Mateo de Albéniz terminando la espadaña, al llegar la hora de señalar las Ave Marías una criada tiró de la cuerda de la campana, desestabilizando al albañil, que cayó al suelo, quedando sin conocimiento cosa de media hora. Al volver en sí, arrojó gran cantidad de sangre por narices y boca, recuperando plenamente la salud.
Al abrir los cimientos para la reedificación del templo, en 1689 aparecieron sepulcros, lo que dio pie a que Baltasar de Lezáun y Andía -historiador local- se preguntara, con gran cautela, si se trataba de Templarios.
Dice así en sus memorias: "habiéndose abierto cimientos (...) se descubrieron muchos sepulcros de piedra con sus cruces, que al parecer y según su forma serían de caballeros templarios, los cuales según el instituto de su religión se empleaban en guardar los caminos de la romería de Santiago. Mandaríanse ellos sepultar en esa iglesia de Rocamador, tan frecuentada de peregrinos, si ya ella no era monasterio de templarios".
No parece que esos monjes guerreros hayan tenido que ver con Rocamador, y alguna de esas tumbas -o todas- procederían de la peste del año 1599, cuando en casa de Juan Miguel de Subiza murieron seis personas y sus enterramientos se repartieron entre San Pedro de Larrúa y Nuestra Señora de Rocamador.
En 1707, al inventariar los bienes de la basílica, se vuelve a citar a los Templarios. Se habla de que en sus proximidades había una tejería, y señalan que "en este sitio se han hallado muchas efigies de cruces y sepulturas y huesos de personas difuntas. Y, como ha tradición que era esta basílica templario..."
También se le ha atribuido una función en el Camino de Santiago, algo que parece lógico si tenemos en cuenta su origen francés, y que tanto la Rocamadour francesa como la estellesa están situadas al pie del Camino.
Según Teófilo de Arbeiza y José María Jimeno Jurío, los francos impusieron en Estella la devoción a los santos más renombrados de su patria, y en el siglo XII levantaron dos hospitales. Uno a la entrada, dedicado a San Lázaro, titular de la catedral de Autun, y a la salida el de Rocamador.
Madrazo dice que "el objeto principal de su erección sería proporcionar hospedería a los romeros que pasaban a Santiago".
A finales del siglo XIX, según recoge el padre Eustaquio de Añézcar en la obra colectiva "Fecunda parens" (Pamplona 1951), "cuando los capuchinos trataron de establecerse en la histórica ciudad de Estella, el señor obispo de Pamplona dejóles a su elección uno de los dos santuarios estelleses: el Puy y Rocamador". En su opinión, decidieron establecerse en Rocamador para hacerse "con una hermosa huerta, tan necesaria en nuestros conventos".
No parece que el padre Eustaquio esté muy bien informado, ya que por dos veces fracasaron en su intento de establecerse en el Puy, y la primera noticia sobre Rocamador la da en 1899 el párroco de San Pedro de Larrúa al solicitar al obispo autorización "para otorgar, en usufructo, la iglesia, casa y terreno".
Los frailes también intervinieron ante el obispo, y éste recabó informes. El arcipreste de Estella-Yerri lo emitió favorable, señalando que "no hay otra comunidad religiosa que se dedique al ministerio de la predicación en este radio de cuatro leguas", pero pone algunas cautelas: "convendría que se les previniera, que los actos de culto (...) cuiden de no hacerlos a las horas de los actos parroquiales", y, también, que se debe tener la precaución de que "en ningún tiempo se incaute el Estado del edificio, si llegara una expulsión o tuviera la comunidad que levantar esta residencia por cualquier otro motivo".
Con ellas, el arcipreste quería que los frailes no hicieran competencia a la parroquia, y conservar para ésta la propiedad final de los bienes.
El 31 de julio de 1899 el provincial de los capuchinos elevó petición formal al obispado, recibiendo contestación favorable. Entonces, el provincial solicitó al general de la orden la urgente "aceptación de la benignísima oferta, porque se trata de una ciudad muy religiosa, por lo cual otras muchas religiones piden con la mayor instancia la erección de la propia casa y aceptarán esta casa si no aceptamos nosotros enseguida".
En este estado de cosas la diócesis cambió de obispo, se reinició el papeleo, y nuevos informes mostraron preocupación por la merma de ingresos que supondría a las parroquias el establecimiento de los frailes.
Como éstos querían a toda costa establecerse en al ciudad, justificaron sus deseos, declararon su voluntad de no hacer competencia a las parroquias, y respecto a los bienes inmuebles solicitaron "se digne conceder, por el tiempo de su voluntad, el uso de la iglesia (...) Los gastos de las modificaciones los sufrirá la Orden sin que pueda en tiempo alguno exigir compensación de parte de vuestra sede, a cuya posesión pertenecerán todas las obras y mejoras".
El 30 de enero de 1901 el obispo concedió "la autorización que se nos pide por el tiempo de nuestra voluntad y de nuestros sucesores", reservándose el derecho a autorizar o denegar las obras que desearan, y prohibiendo que sus cultos coincidieran con los de las parroquias.
Cuando poco después llegaron los seis capuchinos que iniciaron la comunidad, la ciudad los recibió de manera apoteósica, levantando arcos de triunfo y con un solemne Te Deum.
Pocos meses tardaron los frailes en solicitar las primeras obras, que les fueron autorizadas, y el mismo año pidieron autorización para ampliar la iglesia con dos capillas en las que colocar confesionarios, lo que también se autorizó.
Por varias veces el convento pasó de "casa de elocuencia" a "centro de estudios" de la orden, volviendo en 1953 a su primitivo destino: lugar de culto y predicación con particular atención al confesionario.
Tres años más tarde, la noche del 14 al 15 de mayo de 1956, el convento se quemó casi por completo, calcinándose muebles, libros y enseres, y afectando también a la iglesia. Las obras de reconstrucción comenzaron el 1 de marzo de 1958, inaugurándose el 27 de noviembre del mismo año.
Reanudada la vida conventual, el 23 de enero de 1967 se cerró el templo para repristinarlo porque "la iglesia de Rocamador es de estilo románico y su verdadero arte queda escondido y pasa desapercibido".
En la reforma se eliminó parte del coro para dar más entrada de luz, el altar mayor se construyó de cara al pueblo, "y el presbiterio, que se cree que es de piedra de sillería, se limpiará de yesos y adornos". En el exterior se quitó la tierra que tapaba parte del ábside y transmitía fuertes humedades. Posteriormente, en 1975 se arregló el tejado cambiando el maderamen por vigas de cemento.
Las cautelas sobre la propiedad sirvieron de poco. En 1971 el provincial de los capuchinos pidió el deslinde de la finca. La diócesis mostró poca diligencia, y la Delegación Episcopal se contentó con los datos que le suministraron los monjes, los cuales no presentaron justificantes -no los tenían- de su adquisición.
De esa manera pasó a propiedad de los capuchinos la totalidad de la huerta que se les había entregado en usufructo, en la que se incluía la robada y media que en 1622 donó María de Mendico, y el terreno de la tejería a cuyo derecho renunció el Ayuntamiento en 1700.
Para cuando se produjo el deslinde ya estaba la comunidad metida en negocios: el frontón del convento lo había convertido en granja en la que criaban y engordaban conejos de raza mayor de lo normal, y a Celso Hermoso de Mendoza le compraron una finca situada entre el camino de la Solana y el monte.
Poco después vendieron la finca recién adquirida para que en ella se levantara CANASA, fábrica de calzados de la familia Ruiz de Alda que compartía edificio con la de curtidos, y vendieron parte de la huerta para que en ella se construyeran viviendas.
El error del obispado al renunciar a esos terrenos, según el historiador del que tomo los datos "quizá consistió en haberse hecho propietario el obispado suplantando al cabildo de San Pedro. Un poder local puede ejercer un control más eficaz sobre lo que cae bajo su mirada, que un poder lejano, que tiene otras muchas preocupaciones a que atender".
Notas: El traje que actualmente visten los grupos de danzas de Estella se estrenó en el viaje que en abril de 1969 realizó Larraitza a Rocamadour.
Hoy los PP Capuchinos atienden una estación meteorológica que diariamente envía datos a los organismos oficiales.
Para la elaboración de este reportaje, se han consultado las siguientes obras:
"Historia eclesiástica de Estella", de José Goñi Gaztambide.
"Las peregrinaciones a Santiago de Compostela", de Luis Vázquez de Parga, José Mª Lacarra y Juan Uría Riu.
"Imaginería medieval mariana", de Clara Fernández Ladreda.
"Leyendas y tradiciones estellesas", de Pedro Campos Ruiz.
"Rocamador", de fray Teófilo de Arbeiza y José María Jimeno Jurío.
"Navarra-Logroño", de Pedro de Madrazo y Kuntz.
"Memorias históricas de la ciudad de Estella", de Baltasar de Lezáun y Andía.
"El enigma de las vírgenes negras", de Jacques Huynen.
Mi agradecimiento a la comunidad capuchina de Estella por las facilidades que me dieron para fotografiar el convento.
febrero 2008