Palacios de Olite y Eulate, Señorío de Arínzano, y sepulcros y retablos góticos. Juan Périz de Estella.
Conocido por la historia como Martín Périz de Estella, Martín Périz de Eulate fue durante 45 años responsable de las grandes obras realizadas en Navarra durante el reinado de Carlos III el Noble, y, especialmente, del Palacio de Olite. Segundón del Palacio de Eulate, alcanzó una elevada posición económica y dotó a Estella de importantes obras de arte. Sus descendientes entroncaron con la nobleza navarra, ocuparon cargos en la Iglesia, y a ellos se deben los más señalados edificios del Señorío de Arínzano, convertido hoy en una renombrada bodega y explotación vinícola. En este trabajo trato de su historia, su origen, sus descendientes y parientes más señalados, y su relación con Estella, Olite, Arínzano y Eulate. Juan Périz de Estella, del que trato al final de este trabajo, no tiene parentesco con Martín, pero lo incluyo por llevar el mismo apellido, por su obra constructora, y por habernos dejado un importante mural gótico que se conserva en el Museo de Navarra.
A pesar de ser hijo legítimo del Palacio de Eulate (así lo dice la familia en un proceso del siglo XVI, y parece avalarlo el que fray Juan López sea biznieto de Martín Périz, y hermano -según Alfonso Otazu- del Señor de Eulate), sus comienzos debieron ser modestos, y carecemos de datos que nos informen sobre sus primeras actividades o de los maestros con los que aprendió el arte de la cantería.
Oficio desde el que alcanzó la altísima posición económica (en 1429 era el segundo contribuyente de Estella, lo que lo situaba como uno de los más acaudalados de Navarra) que le permitió convertirse en uno de los más importantes promotores de obras artísticas de su época, dando origen a una familia cuyos descendientes se contaron entre la nobleza más influyente de la ciudad y del reino.
La primera noticia documental que de él tenemos es su nombramiento (1389) como Maestro Real de las obras de mazonería (construcción) del rey de Navarra Carlos III el Noble (en 1427, Blanca de Navarra lo confirmó en el cargo), el cual, tras haberse reconciliado con el rey de Francia (su padre, Carlos II el Malo, fue uno de los personajes más activos de la Guerra de los 100 años, en la que pretendió hacerse con la corona francesa), y recibir una gran compensación económica por las posesiones francesas confiscadas a su padre, desarrolló una frenética actividad constructora con la que pretendió emular el lujo de la Corte francesa.
Martín Périz comenzó cobrando los mismos tres sueldos diarios que recibía su antecesor, el cual, tras toda una vida de trabajo cualificado, a su fallecimiento dejó una deuda de 100 libras, que el rey perdonó.
Pero aprovechando la oportunidad que los proyectos reales le proporcionaban, no se conformó con desarrollar la actividad para la que fue nombrado, sino que se convirtió en contratista, ajustando con el rey el precio de obras complejas que cobraba después de acabarlas.
Para ello tuvo que contratar brigadas de canteros, a los que pagaba de su bolsillo, les proveía de material, y les proporcionaba herramientas forjadas en su propia fragua, en la que nada más comenzar las obras de Olite forjó 3.300 punteros «pora los mazoneros franceses et otros de la tierra».
Una idea de las cantidades que adelantaba nos la proporciona el dato de que mientras que el sueldo del mejor maestro cantero no superaba las 150 libras anuales (el de los maestros reales era de 54 libras y 15 sueldos al año), en 1412 recibió 1.700 libras que el rey le adeudaba desde 1410, y, en 1413, las 5.779 libras que desde 1411 le debía.
A las que sumaba importantes gratificaciones, como los 150 florines (tres veces su sueldo anual) que el rey le concedió en 1399, o las 400 libras que recibió en 1411 cuando a la vuelta de un viaje a Francia el monarca quedó satisfecho del progreso de las obras.
Y se enriqueció, lo que parece indicar que más que maestro mazonero fue un miembro de la Corte especializado en tareas constructivas. Hecho que aclararía su entronque con el palacio de Eulate, y la aparente realización de trabajos impropios de su categoría social.
Pero fuera mazonero, o miembro de la Corte, suyas son las trazas, esquemas generales, y los más finos trabajos de cantería que se realizaron en el Palacio de Olite, parte de los cuales hoy podemos ver en las torres de los Cuatro Vientos y de la Atalaya.
Esquemas y detalles que debió inspirarle la visita que en 1405 realizó a París, La Grange, Coulommiers, Nemours, Bourges, el Borbonesado, Nîmes, Montpellier y Barcelona, donde tomó nota de lo que se hacía en las residencias de la familia real francesa.
Como resultado de esa labor, en la que además de Martín Périz y sus canteros, participaron carpinteros y alarifes mozárabes, yeseros, plomeros, vidrieros, tapiceros, argenteros, bordadores, relojeros, armeros, etc., se construyó un palacio de cuento de hadas del que la actual restauración ofrece un pálido reflejo.
Uno de los más espléndidos palacios de Europa en su época, con influencia francesa en su distribución y construcción, abundantes elementos ornamentales en las partes altas, influencia hispana en sus techumbres de madera, y yeserías doradas y policromadas de raigambre mudéjar.
Con muros coronados de galerías decoradas por arcos de filigranas caladas, cerradas de vidrieras de colores, totalmente distinto del actual palacio almenado.
Construcción de apariencia anárquica, con tantas habitaciones como días del año, en el que no faltaron jardines con plantas exóticas, un complejo sistema hidráulico para el riego de los jardines y abastecimiento de las fuentes, y un zoológico con animales de otras tierras.
Un palacio en el que trabajaron más de 400 artistas procedentes de Navarra, Aragón, Castilla, Francia, Flandes, Alemania e Italia, tanto moros como judíos y cristianos, que respondía al gusto de su promotor, hijo de una hermana del rey francés, nacido y criado en la corte de París, y conocedor de los gustos, aficiones y proyectos de sus tíos los duques de Berry, Anjou y Borgoña, los cuales reformaban los oscuros castillos feudales para hacer de ellos elegantes residencias señoriales en las que se derrochaba el lujo, los manjares y los espectáculos.
En 1439, con motivo de la boda del Príncipe de Viana con Agnes de Clèves, dijo de él el alemán Muncer: «El heraldo me hizo ver el palacio; seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso, de tantas habitaciones doradas. Vilo yo entonces bien; no se podría decir, ni aún se podría siquiera imaginar, cuán magnífico y suntuoso es dicho palacio».
Pero no pasaron muchos años, la monarquía y la sociedad navarra entraron en decadencia, y, ya en la órbita castellana, en 1556 fue ocupado por los marqueses de Cortes, cuya residencia principal la tenían en Estella, y su alcaldío fue concedido a los Ezpeleta de Beire, que lo tuvieron hasta el siglo XIX.
Y comenzó su expolio. En tiempos de Felipe III, el Duque de Lerma mandó desmantelar el plomo de las cubiertas, del que se vendieron 400 arrobas. Años más tarde, la Corona lo puso en venta, pero nadie se interesó por él. En 1794, durante la guerra de la Convención, el palacio, utilizado como almacén del Ejército, sufrió un incendio provocado involuntariamente por los soldados que preparaban el rancho.
Al final de la Guerra de la Independencia (febrero de 1813), Espoz y Mina ordenó su destrucción, la cual comunicó a su superior de esta manera: «He mandado destruir el fuerte y demoler las obras de fortificación (de Tafalla), así como también un convento inmediato que fue de Recoletas (...). Lo que igualmente he ejecutado con otro convento y palacio de Olite, a fin de tener expedita la carretera desde Pamplona a Tudela, y obviar que el enemigo pueda cobijarse».
A su destrucción siguió el saqueo de sus sillares, que, por iniciativa de la Asociación Euskara de Navarra, puso fin una orden de la Diputación Foral (1888) que prohibió vender y sacar las piedras.
Declarado Monumento Nacional en febrero de 1925, la Diputación Foral emprendió en 1937 las obras de reconstrucción, según proyecto y dirección de los hermanos José y Javier Yárnoz Larrosa, para lo que se inspiraron en los trabajos de Eugène Viollet-le-Duc.
A los 13 años de que fuera nombrado Maestro de las obras reales, Martín Périz ya era lo suficientemente rico como para construirse una capilla funeraria en la parroquia de San Miguel Arcángel de Estella, y comenzar a dotarla y enriquecerla con retablos que son las primeras obras de la pintura gótica internacional en Navarra.
El primer retablo que costeó fue el de San Nicasio y San Sebastián, datado en 1402, que hoy se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, y parece una transposición de la pintura mural de la época.
En él se incluyen los ciclos vitales de ambos titulares, acompañados del retrato del donante, Martín Périz de Eulate, y de su esposa, Toda Sánchez de Yarza, que, en tamaño reducido para respetar la ley de perspectiva jerárquica, aparecen arrodillados al pie de los santos.
El centro del retablo está ocupado por las efigies de los titulares, representados bajo sendos arcos apuntados y decorados.
A la izquierda, San Nicasio, obispo de Reims, decapitado el año 407 cuando los vándalos entraron en la ciudad, aparece, revestido con una casulla, llevando en las manos su propia cabeza; a la derecha, San Sebastián, suntuosamente vestido, lleva en una mano dos flechas, y una espada envainada en la otra.
En las calles laterales se representan a cada tres escenas de la vida de los santos, acompañadas de leyendas que las explican.
En las referentes a San Nicasio (14 de diciembre), cuyo culto se introdujo en Navarra por medio de los Evreux, monarcas de cultura y origen francés, de arriba abajo se lee: predicación: COMO (...) COMO PREDICABA (...), degollación: LO DEGOLLARON A SANT NICASIO, y milagro de curación de ciegos: COMO ILUMINA A LOS CIEGOS SANT NICASIO.
En las que corresponden a San Sebastián (20 de enero), oficial de la guardia palatina de Diocleciano asaeteado y azotado hasta la muerte, se lee: varios discípulos quemados: COMO LOS ASAN A LO(S) Q(UE)..., su bautismo por el santo: COMO LOS BAUTIZAN A LOS Q(UE) DI(...) EN S(ANT) SABAST(TIAN), y el santo asaeteado: AQUÍ COMO SAETEAN A SANT SABASTIAN.
En el guardapolvo lleva una orla de hojas de castaño (formaban parte de la divisa de Carlos III), que se interrumpe una vez a cada lado para dejar hueco al escudo del promotor, en el que, a diferencia del que figura en su sepulcro y en el retablo de Santa Elena, consta de un sólo lobo sobre un sólo árbol.
En la parte inferior lleva un rótulo, parcialmente borrado, que, reconstruido, dice así: ANNO D(O)M(INI) M CCCC SEGUNDO ESTA OBRA FIZO FAZER M(ARTIN) P(ER)IZ DE (EULA)TE MAESTRO MAYOR DE OBRAS DEL SEYNOR REY (ET) TODA (SANCHEZ DE YARZ)A SU MUGER A ONOR ET SERVYCIO DE DIOS ET DE SEYNOR SANT SEBASTIAN ET SANT NICASIO ET Q(UE) POR LA ... RE ESTOS ... N(OST)RIS SEAN BONOS MEDIATEROS A DIOS POR MI ET POR TODA.
En abril de 1895, el marqués de Feria, recién heredado el título de marqués y el señorío de Arínzano, expuso al obispo de Pamplona que sus antepasados habían donado el retablo, el cual, debido a «El mal estado en que se encuentra el mismo y su falta de mérito artístico, han obligado al párroco de la indicada iglesia a retirarlo de la misma; pero, deseando conservarle, mientras pueda, en la iglesia de Arínzano, suplica a V.E, se sirva ordenar se custodie depositado» en dicha iglesia.
Consultados por el obispo, el párroco y el coadjutor le contestaron que no había inconveniente en ello, pues el retablo «Es raquítico bajo todos los aspectos y, no sólo carece de mérito artístico, sino que sería una deformidad y un pegote colocarlo en ninguna parte de la iglesia. Así que lo retiramos por encargo del arquitecto. Nos desembarazamos de un mueble que nos estorba. La mesa de ese altar se construyó hace unos cuarenta años a expensas de esta fábrica, porque la primitiva, que era de yeso y ladrillo, se inutilizó. Si la quiere, justo que la pague».
En consecuencia, el retablo pasó en depósito a manos del marqués, y pocos años más tarde fue a engrosar la colección del Instituto de Valencia de Don Juan, de Madrid, de donde se trasladó (antes de 1925) al Museo Arqueológico Nacional, donde fue acogido, con todos los honores, como una de las pocas muestras conservadas de la pintura gótica medieval en tabla de Navarra.
¿Fue honesto el marqués en sus gestiones ante el obispado? ¿Fue su sucesor el que perdió interés por el retablo? ¿Lo pagó el marqués? ¿Lo obtuvo en depósito y, por tanto, aún es propiedad de la parroquia? Son preguntas para las que no tengo respuesta.
Respecto al retablo de Santa Elena (antes conocido como de la Santa Cruz), fechado en 1416, y que hoy se conserva en la parroquia de San Miguel, todos los autores señalan que es una notable pieza de la pintura gótica internacional, atribuida al círculo aragonés de Juan de Leví.
De mayor calidad que el de San Nicasio y San Sebastián, en él se narra la Invención de la Santa Cruz, hecho que se sitúa en el año 395, y que la Iglesia celebra en dos fechas: la Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre.
El retablo está presidido por la figura de Santa Elena, y a sus pies, arrodillados, Martín Périz de Eulate, su esposa Toda Sánchez de Yarza, dos hijos y una hija.
Siguiendo la narración de la Leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine (mediados siglo XIII), en torno a la figura central se suceden siete escenas relativas a la Invención de la Santa Cruz: sueño de Constantino; batalla del Puente Milvio; Santa Elena convoca en Jerusalén una asamblea de los judíos más sabios para preguntarles sobre el paradero de la Cruz; Invención de la Santa Cruz y de las otras dos cruces del Gólgota; milagro de la resurrección de un joven al contacto con la verdadera Cruz; traslado de la Santa Cruz por el emperador Heraclio a Jerusalén, y su entrada en la ciudad portando la Cruz.
En el banco se representa el Ecce Homo, la Flagelación, el Calvario, la Resurrección, y los discípulos ante el sepulcro vacío.
Once escudos jalonan el guardapolvos: cuatro en cada uno de los laterales, y tres en la parte superior. Los de los laterales llevan, cuarteladas, las armas de la familia: 1 y 4, lobo de sable, linguado en gules, sobre campo de plata; 2 y 3, árbol verde sobre campo de gules.
Los de la parte superior parece que están repintados con la intención de suprimir los árboles y dejar sólo los lobos que corresponden a las armas del palacio de Eulate.
La inscripción que remata el banco, dice así: ESTE RETABLO FICIERON FAZER MARTIN PERIZ DE EULATE.... DEL SR REY ET TODA SANCHEZ SU MUGER VECINOS DESTELLA A ONOR ET REVERENCIA DE NUESTRO SEÑOR DIOS Y DE LA SANTA CRUZ EN LA QUOAL HILL FUE PUESTO, EN LANNO DEL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR IHESU XTO DE MIL CCCC E SEZE.
Tanto en este retablo como en el anterior, la profesión de Martín Périz está borrada. Se ve que cuando los herederos estaban en la cumbre de su posición social, no consideraron oportuno que en los retablos figurara la profesión del patriarca.
El sepulcro que Carlos III mandó labrar para la catedral de Pamplona suscitó en las clases pudientes del reino importantes deseos de emulación. Uno de ellos fue Martín Périz, quien se construyó en la parroquia de San Miguel Arcángel de Estella el primer sepulcro medieval que proporciona una cronología segura.
Consta de un arcosolio (forma novedosa para la época) inspirado en la ventana de la cámara luenga del palacio viejo de Olite, ejecutada hacia 1413 por Jehan Lome de Tournay.
Y como característica particular, derivada al parecer de una costumbre parroquial, lleva en la clave el escudo. Costumbre (en San Miguel está el primer sepulcro de Navarra con el escudo en la clave, y todos los levantados en la iglesia en el siglo XVI tienen igual característica, lo que no se da en otras iglesias) que perduró en la parroquia hasta finales del siglo XVI.
Además de sepulcro y retablos, donó a la iglesia de San Miguel un cáliz de plata dorado, un incensario mayor de plata, dos candeleras de hierro blanco (bruñido), dos libros dominicales, diez florines de ayuda para la campana, seis pares de corporales, una capilla (capa pequeña) de oro y azul, una vestimenta bermeja con su manípulo y estola, tres camisas con labores de seda, y unas toallas, lo que lo sitúa como el mayor bienhechor de la parroquia.
En su conjunto, Martín Périz ejerció uno de los mayores mecenazgos del Reino, y uno de los pocos que han llegado casi intactos hasta nosotros, de lo que no hay ejemplos peninsulares que le superen.
El 10 de agosto de 1494, Lope Vélaz de Eulate, descendiente y heredero de Martín Périz, reunió a los parroquianos de San Miguel Arcángel y les expuso su deseo de ampliar y cubrir la capilla de San Sebastián y de la Santa Cruz, que habían erigido sus antepasados, para lo que era necesario cambiar la ubicación de la escalera de acceso al campanario y habilitar otro local para la cera. La parroquia accedió a su deseo, dándole un plazo máximo de siete años para realizar las obras.
Ejecutadas éstas, Lope, ayudado por un documento mediante el que varios cardenales otorgaban 100 días de indulgencia a cuantos fieles visitasen la citada capilla, obtuvo (1502) del vicario general del cardenal Pallavicini el permiso para ampliarla, incluso derribando paredes, mudando altares, retablos y sepulturas, y cerrarla con reja para impedir que entrara gente ajena a la familia.
Además, para erradicar una epidemia que azotaba la ciudad, se le autorizó poder pedir limosna para la luminaria de la capilla. Este punto, lesivo para los intereses económicos de la parroquia, provocó un conflicto que se solucionó mediante la mediación del prior de la vecina parroquia de San Pedro de Larrúa, el cual estableció las normas en las que se decía el cuándo, dónde y cómo se podía pedir, y el destino que se le debía dar al dinero.
Pero cuando en 1530 se comenzó a labrar la sepultura de fray Juan López de Eulate, algunos parroquianos, dirigidos y soliviantados por dos miembros del linaje de los Baquedano, procedieron a romper y cegar el sepulcro en construcción, y derribar el arco y bóveda de la capilla, maltratando los altares y retablos con el derribo.
Los Eulate valoraron los daños en 100 ducados, pidieron una indemnización veinte veces superior, ser restituidos en la posesión de la capilla, y la condena al pago de daños y gastos.
Pronto se llegó a un acuerdo entre las partes, el sepulcro se terminó, y bóveda y arco fueron rehechos, aunque parece que la capilla no se cerró.
Tras un periodo de paz entre familia e iglesia, Lope Vélaz de Eulate, señor de Arínzano y de los palacios de Berbinzana y Luquin, vecino de Estella, a la sazón alcalde de la misma, y procurador de la iglesia de San Miguel, comenzó a pintar la capilla y trató de cerrarla con llave.
Los parroquianos volvieron a soliviantarse, logrando paralizar las obras. Los Eulate acudieron a los tribunales, y ambas partes se enzarzaron en un pleito que, con altibajos, estuvo vivo durante todo el siglo siguiente.
Lope Martínez de Eulate, hijo de Martín Périz, compró en 1446 el lugar de Arínzano, antiguo señorío nobiliario documentado desde 1055, que comprende un precioso vallecito a ambas márgenes del Ega, aguas abajo de Estella y muy próximo a la ciudad.
En él se puede ver una torre medieval, un palacio renacentista, y una iglesia neoclásica dedicada a San Martín, en cuya sacristía hay una talla gótica del titular.
En 1543 era propiedad de Jerónimo de Eulate, vecino de Estella, y por sucesivos entronques familiares pasó al mayorazgo de los Vidaurreta, y posteriormente al marqués de Zabalegui.
Manuel Cruzat y Ochagavía, IX Marqués de Feria (título que hasta hace pocos años figuraba en el sepulcro de Martín Périz), lo heredó (1887) de una hermana de su padre que había estado casada con el marqués de Zabalegui, y sus descendientes lo vendieron en 1988 a Bodegas Chivite.
En la etimología del nombre de Eulate entra la locución vasca "ate", con el significado de "puerto", lo cual se corresponde con la situación geográfica del pueblo, por el cual pasaba el camino que comunicaba la ribera de Navarra con Olazagutía, para enlazar con el camino de San Sebastián, y con Salvatierra, para unirse al camino real de Vitoria y Bilbao.
Por el pueblo pasó en 1439 la princesa Agnes de Clèves, que entró en España por Bilbao, y se dirigió a Estella para casarse con el Príncipe de Viana.
Así mismo, está documentada la existencia de una tabla (aduana) en Eulate, y posiblemente la posición de la familia procediera del control, legal o no, del paso, y también de la defensa del valle, pues la zona estaba en permanente guerra contra los guipuzcoanos y alaveses que entraban a robar los ganados de las sierras y los pueblos.
La primera noticia de un Eulate la tenemos en 1066, cuando Guideriz de Eulate, vencedor sobre las tropas castellanas, y casado con una tal Sancha, dona al monasterio de Irache sus heredades de Eguinoa y el monasteriolo que poseía en Yazarreta, cerca de Urabáin, localidad de la cuadrilla de Salvatierra de Álava.
En 1407, treinta y cuatro parientes, escuderos, y el señor del Palacio de Eulate (segunda casa de Améscoa según Francisco de Eguía y Beaumont), se concertaron en una alianza de autoayuda, salvo «contra personas y sangre del rey de Navarra, Ntro. Sr., y del Sr. Rey de Castilla», estableciendo una sanción en caso de incumplimiento.
Considerado de Cabo de Armería, de él descienden todos los apellidos compuestos que llevan Eulate en segundo término, así como los Jáuregui del valle de Améscoa.
Aunque durante la Edad Media cuentan con notarios, tenentes de castillos y un abad de Iranzu (fray Lope entre 1384 y 1395), los Eulate, excepto la rama estellesa que desciende de Martín Périz, alcanzaron su mayor poder y categoría participando en las guerras de Flandes y en la administración de las Indias.
A partir de entonces es cuando el linaje está más documentado, y entre los que alcanzaron notoriedad está Sancho Álvarez de Eulate, que entró en Francia con la gente del duque de Alburquerque, Virrey de Navarra, y participó en la quema de San Juan de Luz.
Pero el que dio más prestigio al linaje fue Juan Álvarez de Eulate, caballero valeroso y arrogante que a las órdenes de Spínola participó (1602) como Alférez en el sitio de Ostende, en la toma del revellín llamado Puercoespín, en la expedición de socorro que se envió a la plaza de Grol, en Buenavista, Densel, Liguen, Limberche, y en la recuperación del dique del cuartel de Breda, donde dio fuego a la plataforma que servía de base al enemigo. Acciones en las que recibió un mosquetazo en una mano y otro en la espaldilla.
En 1608 obtuvo licencia para regresar a España, donde casó (1611) con la amescoana María de Albizu y Diez de Jáuregui, de apellidos entroncados, y procedentes del palacio, respectivamente.
Después de asegurarse la descendencia, pasó a Nueva España (1617) como Capitán de Artillería de la Flota, y el marqués de Guadalcázar lo nombró Gobernador y Capitán General de las provincias de Nuevo México, cargo que ocupó durante siete años.
En ese puesto aquietó a los indios cumanas, y su gobierno fue tan valorado, que aquellas provincias escribieron cartas al rey en las que lo señalaban «como la persona más a propósito para su gobierno, fundándose en la aprobación con que lo hizo, con su mucha experiencia, inteligencia y cordura y en el respeto y particular amor en que le tenían los caciques y principales por el apacible modo con que los trató».
A partir de 1630, durante ocho años se ocupó del gobierno de la isla Margarita (Venezuela), donde levantó cinco fuertes, reparó once, aumentó la Pesquería de las Perlas, construyó bajeles, y desalojó al enemigo que se había apoderado de la punta de la Galera. Echó de la isla Tortuga a los piratas, y por dos veces socorrió a la isla de Trinidad.
En gratificación por esos servicios, y especialmente por los beneficios proporcionados por el aumento de las perlas, Felipe IV lo nombró (1640) Castellano del castillo de Pamplona, con el título de Maestre de Campo; le otorgó el Hábito de Santiago (1640); un acostamiento anual de 25.000 maravedís (1641), aumentados meses después en otros tantos; y la merced de llamamiento a las Cortes del Reino de Navarra por el Brazo Militar (1642). A lo que sumó, por fallecimiento de su hermano mayor, la herencia del palacio.
Durante la Guerra de Cataluña (1642) mandó un Tercio de Infantería, y el mismo año pasó a Canarias como Gobernador y Capitán General del archipiélago.
Su hijo primogénito casó con Catalina Ruiz de Luzurriaga, heredera de un solar en Salvatierra (Álava), dividiéndose la familia en dos ramas. Y al extinguirse la que residía en Eulate, la herencia recayó en la alavesa, que por sucesivas nupcias pasó a Vergara, donde heredó el solar de Domingo Martínez de Irala, uno de los que participaron en la fundación de Buenos Aires.
Los documentos del siglo XIV hablan de una fortaleza en Eulate, cuya custodia fue encomendada a Juan Ramírez de Baquedano. No debía ser muy consistente, pues 150 años después no se menciona, y las gentes del pueblo se protegían en la iglesia (pequeño templo que hoy se conoce como ermita de San Juan Bautista). Por tanto, nada tiene que ver esta fortaleza con el linaje Eulate.
Linaje que debió de adquirir importancia años después, y tras habitar la pequeña torre que hoy se conoce como el Hipólito, en la segunda mitad del siglo XVI levantó el palacio cuyas ruinas, cubiertas de hiedra, vemos en las aldayas (así nombran en el valle a las laderas de la sierra), entre el pueblo y la sierra, y cuya fachada se expone en el patio trasero del Museo de Navarra.
Abandonado por los Álvarez de Eulate desde que pasó a propiedad de la rama alavesa, en abril de 1835, el general Valdés, que perseguía a Zumalacárregui, lo incendió con el pretexto de que los carlistas habían instalado en su interior una fábrica de pólvora. Así pues, corrió parecida suerte que el Palacio de Olite.
A Juan Périz de Estella, fallecido en 1335, Arcediano de San Pedro de Usún y canónigo de la catedral de Pamplona desde 1284, e hijo -se supone- de Pere de Estella, cambiador del Burgo de San Cernin de Pamplona, se le tiene por mecenas del Refectorio de la Catedral, para el que encargó un precioso mural que se conserva en el Museo de Navarra, y que hasta 1940, y durante siglos, permaneció oculto bajo otras pinturas (en 1437 había otro Johan de Esteilla capellan de las obras de la catedral de Pamplona, y, siguiendo con los maestros constructores, el estellés Alvar García participó en la construcción de la catedral vieja de Salamanca y en la de Ávila).
Situado en origen entre los dos ventanales del Refectorio, fue pintado en 1330 por Joan Oliver (considerado como el introductor de la pintura gótica en Navarra), que había trabajado en Aviñon con Pierre du Puy, fraile del convento franciscano de Toulouse, a los que Juan Périz debió conocer durante los cuatro años que a partir de 1291 estudió en el Estudio General de Toulouse.
Aficionado a la construcción, edificó una casa en la Navarrería de Pamplona, sobre la que en 1332 fundó una capellanía; levantó a su costa la casa del Arcediano de Usún; y dio a la pitancería 40 sueldos de censo perpetuo con la obligación de que el cabildo le celebrase un aniversario y mantuviera la lámpara que estaba sobre la sepultura de su pariente García Périz, Arcediano de la Cámara.
También se encargó de las obras de la catedral, a la que dotó de un Refectorio (quizá lo costeó: «hizo hacer este refectorio»), joya del gótico, que engalanó con el mural.
Que, considerado como una de las obras más interesantes del arte medieval navarro, lleva la siguiente inscripción: ANNO D(OMI)NI M CCC XXX EGO DOMINUS IO(H)A(N)NES PETRI DE STELLA ARCHIDIACONUS S(AN)C(T)I PETRI DE OSUM FUIT OPERARIUS E(C)LE(ES)IE B(E)ATE S(ANCTE) M(ARIE) PAMPIL(O)N(ENSIS) FECIT FIERI ISTUD REFERTORIU(M) ET IOHANNES OLIVERI DEPINXIT ISTUD OPUS .
De formato rectangular y semejante a una gran obra de tapicería o mosaico, consta de dos estrechas calles laterales y una amplia calle central, bajo las cuales hay un faldón con cuatro escudos. Trata de la Pasión de Cristo, que representa en sus escenas más características.
Comenzando por la parte superior, y de izquierda a derecha, vemos la Flagelación de Cristo (sin columna en la que apoyarse, y con la espalda desnuda, es golpeado con látigos formados por tiras de cuero con huesos o esferas de plomo en las puntas) y el Camino del Calvario (sin Cirineo que le ayude, y con cruz en forma de tau, vuelve la cara hacia su madre, que pretende con su mano aliviar el peso del madero).
El cuerpo central se reserva al Calvario, en el que la Cruz, de madera recién cortada, se encuentra sobre un montículo de huesos y calaveras entre las que destaca la de Adán, que según la tradición fue enterrado donde después se crucificó a Jesucristo. A la derecha, al pie de la Cruz, a los soldados les acompañan ancianos, escribas y sacerdotes con caras agresivas. En el otro lado, María, apoyada en San Juan, y acompañada por tres mujeres, manifiesta en el rostro su desconsuelo. Sobre el fondo, pintados con suavidad, está el sol y la luna, otras dos cruces sobre las que Dimas y Gestas están atados, y varios ángeles.
En la parte inferior figura el Santo Entierro (ausente la Virgen, son Nicodemo, María Magdalena, la otra María y José de Arimatea quien lo entierran), y la Visita de las Santas Mujeres y la Resurrección, para lo que el artista sigue el relato del Evangelista San Lucas.
En los laterales se superponen dos reyes (Salomón y David) y diez profetas del Antiguo (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Habacuc, Zacarías y Aqueo) y del Nuevo Testamento (Simeón, Juan el Bautista y Caifás), con filacterias en las que se recogen sus profecías acerca de la venida del Mesías.
En el faldón, a modo de predela, enmarcados por cinco jóvenes juglares de ambos sexos (de izquierda a derecha, tocan el rabel de dos cuerdas, dos campanas, una trompeta, y una viola de brachio), pendientes de tiracol hay cuatro escudos. Número que no encontramos en ninguna otra obra navarra.
Los centrales pertenecen a la familia real de los Evreux, entonces gobernante en Navarra, y a Gastón II, conde de Foix y vizconde de Bearne.
Sobre los laterales hay muchas dudas, y así lo manifiestan quienes los han estudiado. Unos los atribuyen a las armas papales de los tiempos de Alejandro II, el izquierdo, y a las de Benedicto XII, papa reinante en ese momento, el derecho; mientras que otros dicen que son las armas de Arnaldo Barbazán, obispo de Pamplona en aquél momento, y del canónigo y Arcediano de la Tabla Miguel Sánchez de Asiáin.
En su apoyo, unos aducen su parecido con un escudo que en el siglo XVI existía sobre la puerta del palacio episcopal, ahora destinado a Archivo General de Navarra, al cual se hace referencia en un pleito, y que, a mi entender, con argumentos endebles atribuyen al Papa reinante.
Otros, junto al escudo de una de las claves de la bóveda del Refectorio, lo asignan al canónigo Sánchez de Asiáin. Pero, como reconocen, ni el de la clave ni el del mural coinciden con el escudo del sepulcro de Miguel Sánchez de Asiáin que se conserva en el claustro de la catedral, ni con el escudo de los Asiáin que está en un sepulcro gótico de San Francisco de Olite.
No sé por qué se empeñan en buscar atribuciones, a veces peregrinas, cuando lo lógico es que tanto el escudo del Refectorio, como el del mural, sean de quien respectivamente los construyó y costeó: Juan Périz de Estella, arcediano de San Pedro de Usún y canónigo de la catedral. Que no exista documentación sobre sus armas, no significa que no las tuviera.
Mi agradecimiento a la directora y personal del Museo Arqueológico Nacional, y a Maite Jaén, que me facilitó el contacto.
Para saber más:
-El gótico navarro en el contexto hispánico y europeo, de Clara Fernández-Ladreda.
-Historia Eclesiástica de Estella, tomo I, de José Goñi Gaztambide.
-Nuevos documentos sobre la catedral de Pamplona, de José Goñi Gaztambide.
-La capilla de los Eulates en San Miguel de Estella, de José Goñi Gaztambide.
-Las Améscoas. Estúdio Histórico-Etnográfico, de Luciano Lapuente.
-Precisiones cronológicas y heráldicas sobre el mural del refectorio de la catedral de Pamplona, de Javier Martínez de Aguirre Aldaz y Faustino Menéndez-Pidal de Navascués.
-Emblemas heráldicos en el arte medieval navarro, de Javier Martínez de Aguirre Aldaz y Faustino Menéndez-Pidal de Navascués.
-Arte y monarquía en Navarra, 1328-1425, de Javier Martínez de Aguirre Aldaz.
-Martín Périz de Estella, maestro de obras gótico, receptor y promotor de encargos artísticos, de Javier Martínez de Aguirre Aldaz.
-Obispado y cabildo, promotores en la Edad Media: el caso del claustro de Pamplona, de Santiaga Hidalgo Sánchez.
-Consideración sobre textos e imágenes de santos en retablos góticos hispanos, de Ángela Franco.
-Historia de la ciudad de Estella, de Francisco de Eguía y Beaumont.
-Aportación al estudio de la pintura mural gótica en navarra, de Mª Carmen Lacarra Ducay.
-Hacendados navarros en Indias, de Alfonso de Otazu y Llana.
-Palacio real de Olite, de José Mª Jimeno Jurío.
enero 2010