Como corresponde a toda manifestación popular de transmisión no reglada, de pueblo a pueblo cambian las coplas que le cantan, el desarrollo de la fiesta, y también su nombre (se han documentado cerca de diez variables), por lo que yo, que para este reportaje me guío, fundamentalmente, de Julio Caro Baroja, utilizaré el nombre de Olentzaro, o sus variantes, donde él lo hace, a pesar de que el habitual y más popular es el de Olentzero. Respecto a las coplas, utilizo las que se utilizaban a principios del siglo XX y finales del XIX en diversos pueblos de Navarra y Guipúzcoa.
Las fotografías están ordenadas formando un pequeño cuento, y han sido tomadas en Estella, excepto las de color sepia, las cuales son de la siguiente procedencia:
-la primera corresponde a una carbonera del valle de Lana, en Tierra Estella, tomada por Conchi Galdeano. -la segunda corresponde a la selva del Iratí, en el pirineo navarro, y fue tomada a principios del siglo XX por el Marqués de Santa Mª del Villar. -la tercera -última en la exposición-, corresponde a Ochagavía (Navarra), donde fue tomada en 1924 por el fotógrafo José Roldán. En ella, Juan Ángel de Carlos posa en la cocina de su casa (obsérvese como el hogar está situado en el centro de la cocina).
El capitel corresponde a la portada románica de San Miguel Arcángel de Estella, y en él la mula y el buey calientan al Niño Jesús mientras los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Mesías.
Todos los años, el 24 de diciembre, un carbonero rústico y glotón recorre las calles de los pueblos y ciudades de Navarra y del País Vasco anunciando el nacimiento de Jesús de Nazaret.
Desde un pequeño territorio peninsular situado en la confluencia de Navarra, Guipúzcoa y Francia, que hasta principios de la Edad Moderna perteneció a la diócesis francesa de Bayona, el olentzaro se extendió a los valles limítrofes, y en la actualidad se pasea por todos los pueblos en los que hay asociaciones o grupos que comparten el sentimiento de pertenencia a la cultura "vasca".
De esta manera, estos símbolos y celebraciones comunes poco a poco van creando un sentimiento de comunidad que rebasa culturas, orígenes, y fronteras.
A principios del pasado siglo, en Vera del Bidasoa el Olentzaro era representado "por un chico feo y cabezón, con la cara tiznada, al que se le pone un gran sombrero, un chaquetón igualmente grande, y una pipa en la boca".
Caracterizado de esa guisa, "le colocan en un cajón adornado con hojas de laurel y con un farol, cajón que transportan al hombro otros chicos, como si fuese una especie de litera. Otro muchacho algo mayor va delante llamando a las puertas para hacer cuestación; éste canta ciertas coplas, en las que narra la historia de "Olentzaro" mismo y otros chiquillos que van detrás constituyen el coro. Cantando en cada puerta recorren el barrio."
Otros pueblos lo representaban por medio de un grotesco monigote de trapo, que con ojos colorados y otros rasgos terroríficos adquiría un aspecto de personaje terrible y poderoso, al que generalmente quemaban en la plaza, como a principios del siglo XX lo hacían en Lesaca, y lo siguen haciendo en pueblos como Ermua.
En Leiza y Araquil colocaban por Nochebuena en los balcones y ventanas un monigote vestido de pantalón o sayas, según el parecer de la familia.
Pero en tiempos anteriores, probablemente antes de que se adoptara la costumbre de pasearlo por las calles, en la intimidad de las casas y caseríos el Olentzero era un gigante de ojos rojos, sanguinolentos, y aire fiero, armado de una hoz y con un haz de árgoma en la mano, que bajaba del monte por Nochebuena y, rugiendo, entraba en las casas por la chimenea, cortando la cabeza de sus habitantes si la encontraba sucia.
Era un heraldo de la Navidad, que a la vez recordaba la obligación de mantener limpio el tiro de la chimenea para evitar los incendios que su suciedad provocaba en las casas construidas casi en su totalidad de madera.
Con sus rasgos terroríficos y misteriosos, nombrado por los padres o abuelos era también un socorrido personaje, que, como el "Coco" o el "Sacamantecas", servía para poner orden entre la traviesa chiquillería:
("Onontzaro (de) ojos rojos - ha venido a la chimenea; - si quebrantamos el ayuno - ése nos quita el pescuezo").
Se decía en el valle de Larraun, en muchos de cuyos hogares colgaba de la chimenea un muñeco de paja con una boina sobre al cabeza y armado con una hoz, que, se decía, tenía un ojo más que días tiene el año.
A los niños, en algunos pueblos, no les preocupaba tanto el monigote, como la hoz que bajaba por la chimenea y quedaba colgada amenazando la integridad del chico que dijera mentiras o se resistiese a ir a la cama.
Sea por la afición del mundo rural a la buena y copiosa mesa, o por la tendencia que el hombre tiene a ridiculizar lo trascendente, lo que más predominaba en la representación del Olentzaro -rasgo que en mayor medida ha perdurado- era su carácter tragón y burlesco, con ciertos rasgos animalescos de retraso mental:
("Olentzaro - cabeza grande - sin entendimiento - en la noche pasada - ha bebido - un pellejo de diez arrobas. - ¡Ay, puerco tripudo, - lleno de manzanas podridas!") Le decían en Vera del Bidasoa.
Otras veces su glotonería se utilizaba para apoyar la cuestación que se hacía a su paso:
("He aquí, he aquí - a nuestro "Olentzaro" - está sentado - con la pipa en el morro - con huevos - con un par de capones, - para merendar mañana - con una botella de vino.") Copla que le cantaban en Lesaca.
O, incoherentemente, su carácter glotón se asociaba a su misión como embajador de la Buena Nueva:
("A nuestro "Olentzero" - no podemos hartarle: - sólo él nos ha comido - diez lechones: - chuletas y solomillos, - infinidad de intestinos: - pues ha nacido Jesús, - consolaos") Cantaban en Oyarzun.
Cuando no era un embajador más racional y humanizado:
("Olentzaro se ha ido - al monte a trabajar - con la intención de hacer carbón: - cuando ha oído - el nacimiento de Jesús - vino a la calle - a dar el aviso.")
En ocasiones, el infortunio de este haragán se convierte en desnudez física y en piltrafa moral:
("Triste suerte - la de nuestro Olentzero, - le ha vendido las ropas - su compañera).
Pío Baroja vio en el ídolo degradado la divinidad pagana de los vascos, que en los cantos populares recibe el nombre de Mikelats:
("Aquí le tenemos a Olentzero, - el molesto malhechor del monte: - negra muy negra tiene el alma - y Mikelats se llama. - Detenido por nosotros, - ahí está preso. - Bien está ya Olentzero").
Lo que no cambiaba, dentro del conocimiento que ha llegado hasta nosotros, es su relación con el fuego, bien por ser carbonero de profesión, por llevar la cara tiznada, o por presentarse cargado de árgoma y con una hoz en la mano.
Si su representación variaba de pueblo a pueblo, no es de extrañar que existan opiniones distintas sobre el origen y significado de su nombre.
Lope Martínez de Isasti, en el siglo XVII, y el Padre Larramendi, en el XVIII, nos dicen que a la noche de Navidad la llaman en Guipúzcoa "Onenzaro" ("la sazón de los buenos"). Palabra compuesta de "Onen" (bueno), y "aro" o "zaro" (época, periodo o sazón).
Resurrección María de Azcue opina que "Onen-zaro" significa literalmente "época de lo bueno", y Arturo Campión nos dice que "zaro" también puede significar noche, y traduce la palabra por Nochebuena.
Pero todas estas opiniones, para Caro Baroja, están basadas "en el recuerdo de la palabra castellana Nochebuena", y parten de una interpretación "popular, más bien piadosa que científica".
(Por poner una voz discrepante, señalaré que Satrústegui, en su afán por negar influencias externas, dice que "Oles" significa cuestación, de la que según él deriva Olentzero, palabra que traduce por "época o tiempo de las cuestaciones". Pero no demuestra esa afirmación -quizá, no puede hacerlo-, y todo apunta -en mi opinión- a que "oles" (cuestación) procede de Olentzero, y no al revés).
Según Caro Baroja, más se acerca a su significado fray Eusebio de Echalar al relacionar el Olentzaro con la fiesta de la O (Virgen de la O); la más antigua de las dedicadas a la Virgen en la iglesia occidental, cuya fiesta, el 18 de diciembre, estableció el X Concilio de Toledo en el año 656.
Desde entonces, entre el 17 y el 23 de diciembre la Iglesia cantaba las siete "Antiphonae majores", las cuales comenzaban todas por la letra O ("O Rex", "O Emmanuel"...), que según Echalar dio origen a la fiesta de la Virgen de la O, típicamente española, y a través de ella recibió su nombre el Olentzaro.
Matiza al anterior el Padre Rivadeneira, al señalar que todos los eclesiásticos del coro de la iglesia de Toledo, cuando concluían la oración de las vísperas de la Expectación de la Virgen, pronunciaban la letra O con grandes voces, a la vez que daban señales de gran ansiedad.
Ésta fiesta mariana se extendió por toda España, y hasta hace pocos años, en San Adrián, en la Navarra que baña el Ebro, al toque de campana de las dos de la tarde, en los días de las antífonas mayores (lo recoge Satrústegui) solían cantar los niños:
Anteriormente he señalado la dependencia eclesiástica que de la diócesis de Bayona tuvo la zona en la que nació el Olentzero. En consecuencia, poca influencia pudo tener en ella Toledo, la iglesia mozárabe, la iglesia española y su sede pamplonesa, por lo que fray Eusebio de Echalar se aproxima al significado del nombre, pero por un camino equivocado.
Si miramos hacia Francia, las antífonas prenavideñas con las que se celebraba la "expectación del parto de la Virgen" se llamaban "les O de Noél", o "les oleries", en el habla popular de la Edad Media, cuya traducción ("las épocas de las O") se corresponde exactamente con el significado de "Olentzaro-a".
En estas fechas, en muchas comarcas francesas, los muchachos cantores encargados de cantar las antífonas llevaban en andas al compañero encargado de cantar la correspondiente O, el cual los obsequiaba en su casa.
Ése parece ser el origen de la palabra Olentzero, y uno de los antecedentes en que se basó la representación popular de nuestro heraldo carbonero en su faceta de embajador de la expectación del parto de la Virgen, por lo que no es aventurado afirmar que el nombre de Olentzero ha llegado a nuestras tierras desde el otro lado de los Pirineos, como también ha sucedido con el Zampantzar, los Caldereros, y otras festividades o formas que hoy parecen nacidas en nuestros valles y montañas.
Abunda en esta opinión el hecho de que las canciones de cuestación del Olentzaro, en las que el personaje aparece como embajador, son, en cierto modo, equivalentes a los "O de Noél" franceses, con la particularidad de que las palabras utilizadas en las coplas, que denotan un vascuence moderno, muestran una gran influencia del castellano ("parte emathera", "embajadoira", "entendimentu", "pipa", "merendata", "botilla", "konsolatu", "arropak", "intentziyua", y otras más).
Pero si prescindimos de esta influencia francesa y religiosa, por otra parte, más bien reciente, nos encontramos con un personaje borracho y glotón, misterioso y terrible, que se transforma súbitamente en heraldo de un hecho importante (el nacimiento de Cristo), lo cual nos hace pensar en que es un émulo del dios griego Dionysios, representado por Eurípides como una divinidad terrorífica, y por Aristófanes como un tipo grotesco, en cuya visión se sustanciaba la necesidad que los hombres han tenido de burlarse de los dioses, lo cual fue utilizado por la Iglesia para desacreditar y mofarse de las divinidades paganas.
Entronca, también, con las fiestas del solsticio (Iribarren recuerda que en la España musulmana se llamaba a la fiesta del solsticio estival "alhanzaro", llamada hoy en Marruecos "Anzara", términos casi idénticos al de "olentzaro"), en las que los antiguos pueblos de Europa daban culto al sol.
Estas fechas navideñas coinciden con las Saturnalias de los romanos, en las cuales adoraban a Mitra (dios de origen persa, y nacido de una roca, hecho que presenciaron los pastores), "el sol invicto", celebrándose el 25 de diciembre la fiesta -Natalis invicti- en la que consideraban que el sol comenzaba a crecer.
Fiesta, la Natalis invicti, y culto a Mithra, que la Iglesia, en su afán evangelizador, transformó el año 354 en la fiesta de la Natividad de Cristo, al que muchos santos y padres de la Iglesia llamaban "sol", como, por ejemplo, San Cipriano: "Sol verus el dies verán".
En el mundo primitivo, el fuego era la representación del sol; de un sol domesticado; de un sol hogareño, fuente de vida y energía, productor de luz y calor, compañero inseparable que tenía en los días finales del año su ritual de culto dentro y fuera de los hogares, como también lo tenía en el solsticio de verano, cuando el sol alcanzaba su máximo esplendor.
Por otra parte, las ideas de sol, luz, fuego y madera, en muchas lenguas antiguas han estado relacionadas. También en euskera, idioma en el que "egurr" (leña), "egun" (día), y "eguzki" (sol), tienen la misma raíz, que podríamos traducir por "luz celeste diurna".
Esa fiesta invernal de culto al sol, se celebraba en torno al "tronco de Navidad", cuyo nombre (Olentzero-enborr) en muchos pueblos coincidía con el del carbonero que bajaba por la chimenea para anunciar la Navidad y calentarse en el fuego del hogar. Éste tronco, hace cientos y cientos de años, cuando las casas eran poco más que el "hogar", era un gran árbol que ardía en el centro de las casas, y cuyo humo salía por entre las tablillas o la paja del tejado.
Que la fiesta del solsticio de invierno estaba dedicada al sol, convertido en tronco ardiente, lo demuestra también el hecho de que en muchos pueblos de la montaña de Navarra a la Navidad la llamaban "Xubilaro", cuya traducción es "época del tronco". Nombre muy anterior a los que ahora se usan: Gabon (traducción literal de Nochebuena), y Eguberri, o "día nuevo" (también: "luz nueva" y "sol nuevo").
En casa de mi abuelo materno (Tajonar, valle de Aranguren), en el fogón colocaban un tronco grande: el "tronco de Dios"; otro más pequeño para la Virgen, otro algo menor para el Niño, y en tamaño descendente ponían uno por cada miembro de la familia, otro por los navegantes, otro por los caminantes, y un último tronco por "el pobre que está en la puerta", lo cual era un decir, pues ni esa noche ni ninguna otra se quedaban los pobres a la intemperie. Al contrario: todos tenían en la casa un lugar donde dormir, y todos compartían "mesa y mantel" con la familia
Terminada la noche, el "tronco de Dios" se apagaba, para encenderlo en los momentos en que una tempestad o calamidad acechaba a la familia, no sin antes haber hecho pasar sobre su resto humeante los animales de la casa, amén de utilizar sus cenizas para santificar los campos, y esparcidas sobre las semillas, para protegerlas y ayudar a su germinación.
No era éste, tampoco, un ritual privativo de esta tierra. Se practicaba en Galicia, en Aragón, en Andalucía (Nochebueno se llama al "tronco de olivo que sirve de cabecero a una candela"), en ambas Castillas y en Cataluña, por poner algún ejemplo referente a España.
En Italia también se colocaba el "tronco de Navidad". En Inglaterra unos opinan que fueron los vikingos quienes lo llevaron a la isla para homenajear al dios Thor, y otros atribuyen su origen a los celtas, los cuales, durante el solsticio de invierno, lo quemaban para celebrar "el regreso del sol". También se colocaba en la Provenza francesa, donde le cantaban:
El árbol de luz de Noél, que actualmente relacionamos con los pueblos septentrionales de Europa, también está íntimamente emparentado con nuestro "tronco de Navidad" y con el "árbol de mayo". Reliquias del viejo culto europeo a los árboles, y, a través de ellos, al sol.
Pese a haber varias interpretaciones sobre ése árbol, la más aceptada lo relaciona con la creencia de que en el solsticio de invierno, durante doce días, aparecen en la superficie de la tierra los espíritus y las almas, y todo un mundo de seres sobrenaturales y muertos anda suelto sobre la tierra buscando la luz y el calor que encuentran en el "tronco de Navidad" y en el "árbol de luz de Noél", que a su vez protegen a las familias, y a través de los cuales, en periodos pre-cristianos, se rendía culto al árbol cósmico, sustentador del mundo.
Los pueblos celtas y los países nórdicos hacían durar estas fiestas hasta el día de Reyes, y tenían la costumbre de plantar un árbol y hacer un pan especial (en el País Vasco existía la costumbre de que el padre de familia bendijera un pan el día de Navidad). Y para aplacar a "Frau Holle" ("Perchta" o "Berta", en otros países) y sus tropas de muertos, les preparaban mesas especiales con alimentos y luces.
Durante estas fiestas, llamadas en Escocia de "Yule" ("Yule log", llaman al "tronco de Navidad"), los gnomos y trows tenían permiso para dejar sus mansiones subterráneas y andar por la superficie de la tierra haciendo maldades de las que la gente se protegía mediante hechizos y conjuros.
El folklore griego también tiene su equivalente: los "kallikantzaroi". Seres míticos que en forma de seres humanos o animales aparecen durante los doce días que van de Navidad a la Epifanía, y que durante el resto del año roen en su mundo subterráneo el gran árbol sobre el que descansa la tierra.
Estos "kallikantzaroi", al igual que nuestro Olentzero, llevan la cara ennegrecida y los ojos rojos y sanguinolentos, cometen grandes fechorías, y entrando por las chimeneas de las casas se comen la cena de Navidad.
Para evitarlo, los campesinos griegos ponen en el hogar un tronco que debe arder los doce días que esos seres subterráneos andan sueltos.
Por todo ello, Julio Caro Baroja dice que "nuestro conocimiento del Olentzaro nos permite afianzarnos y pensar que Olentzaro no sólo es un carbonero sobrenatural y el representante de los muertos que vienen al mundo durante el solsticio, sino que está relacionado con el Sol mismo"
Y termino con esta pequeña digresión: si miramos hoy en Internet, veremos cómo casi todo lo relacionado con el "tronco de Navidad" lo acapara un postre de los llamados "brazo de gitano". Yo prefiero saborear un postre tradicional, económico, delicioso, y fácil de preparar: la "sopa cana", con cuyo brindis os deseo "Feliz Navidad" y "Prospero 2006".
Nota: El Olentzero de Pamplona se viene celebrando desde 1949, siendo su impulsor el capuchino estellés Padre Hilario Olazarán.
El Olentzero de Estella se celebra desde 1971, organizado por la Ikastola Lizarra, y en él, además de los grupos recogidos en las fotografías, participan bandas, fanfarres, coros, gaiteros, grupos de danzas, así como varias carrozas.
Para saber más:
"La fiesta del solsticio de invierno en Guipúzcoa oriental y en algunas localidades de la Montaña de Navarra", de Julio Caro Baroja.
"El solsticio de Invierno", de José Mª Satrústegui.
En ésta web: mis reportajes sobre San Juan y, en especial, "San Juan y el solsticio"
Diciembre 2005