La mayoría de la gente, a la ropa blanca con pañuelo, cinto y cintas de alpargata rojas, le llama vestir de "pamplonica", aunque esa indumentaria festiva no nació en Pamplona ni es en la capital navarra donde más se usa. ¿Dónde, cuándo y cómo surgió? Cuando comencé a recopilar fotografías e información sobre el tema, lo hice pensando que su origen estaba en Estella. Con pena debo reconocer que estaba equivocado, como quedará de manifiesto a lo largo de este trabajo, dividido en tres partes, en el que abordaré la evolución de la vestimenta en nuestra tierra, la utilizada por el grupo folklórico "Baile de la Era", el traje conocido como de "pamplonica", su presencia en Estella, e intentaré aproximarme a su origen y difusión. En esta primera parte trataré de la evolución de la vestimenta utilizada en esta tierra desde la antigüedad hasta principios del siglo XX, deteniéndome, especialmente, en el tocado corniforme, el kaiku y la boina. (Relacionados con este trabajo, ver en esta página "El traje de pamplonica" y "El Baile de la Era")
El trabajo en Internet Sobre indumentaria vasco-navarra, firmado por Euskalherria, comienza diciendo que «ni la crónica ni el dibujo nos suministran datos bastantes para conocer los trajes de nuestro país en la antigüedad...». Este pueblo «solo fió a la tradición las memorias o recuerdos de ese detalle de la vida».
En consecuencia, no es posible saber cómo vestían nuestros primeros antepasados, aunque algunos autores sostienen que no sería de forma muy diferente a como lo hacían los pueblos esquimales de principios del siglo XX.
Y si en la Prehistoria europea hubo semejanzas en enterramientos, cerámicas y metales, también debió haberlas en la forma de vestir, con diferencias locales en lo tocante a broches, collares y otros adornos a partir del momento en que la ropa, además de tener una función de abrigo y defensa personal, pasó a ser signo de distinción social.
El geógrafo griego Estrabón cuenta que los hombres cántabros (según Caro Baroja, con ese nombre eran conocidos todos los pueblos del norte de España, desde Galicia a los Pirineos) usaban saios (capas) negros que les servían para cubrir el cuerpo al acostarse. De las mujeres nos dice que llevaban capas o vestidos de colores.
Una descripción más detallada nos la da el monje francés Aimonio cuando cuenta que Carlomagno, el año 785, temiendo que su hijo Ludovico Pío, que se hallaba en Aquitania, asumiera las costumbres de los vascones que pocos años antes le habían derrotado en Roncesvalles, lo mandó llamar, y se le presentó «vestido a la usanza de los vascos (...), con una túnica corta, ceñida y redonda en su remate inferior, con las mangas extendidas por las manos, con perneras extendidas (calzas largas), botas rematadas con espuelas, llevando en la mano una lanza».
Siglos después, Aymeric Picaud (Codex Calixtinus) nos informa de que «los navarros visten paños negros y cortos que sólo les llegan a las rodillas, al uso de los escoceses, y calzan las llamadas abarcas (...), ligadas alrededor del pie por correas, que cubren solamente las plantas de los pies, dejando desnuda la parte superior. Llevan unos pequeños mantos, de lana oscura, que les llegan a los codos, a manera de capuchón con franjas».
Es posible que estas capas o saios sean un préstamo de los celtas, pueblo guerrero de cultura muy superior a la de nuestros antepasados, que dejó una gran impronta en nuestra tierra, y que, en cuanto a vestimenta, destacaban por el sagum o capa negra que cubría su armadura.
De ahí la posible semejanza entre navarros y escoceses, que Aymeric justifica diciendo que Julio César envió a los escoceses, numianos (del Devonshire inglés) y caudatus (o "provistos de cola", como en la Edad Media se motejaba a los ingleses de la región de Cornualles, y también se llegó a aplicar a los navarros, como supuestos descendientes de los escoceses), a someter Navarra y pasar por la espada a todos los varones.
No pudiendo llegar al interior de Hispania por la resistencia que les ofrecieron los nativos, se establecieron en la costa vasca, donde levantaron fortalezas desde las que atacaron a los navarros, asesinaron a sus varones y tuvieron hijos con sus hembras, a cuyos descendientes se les denominó navarros. Nombre que Aymeric traduce por non verus (no verdaderos), es decir, nacidos de estirpe no auténtica.
Fantasías aparte, los normandos (literalmente hombres del norte, pues venían de Noruega, Suecia y Dinamarca), o vikingos, como se llamaban a sí mismos, se asentaron en el siglo IX en la ría de Guernica (parece ser que en esa zona hay más rubios que en el resto de las tierras vascas) y, según una antigua leyenda recogida por primera vez a caballo de los siglos XIII y XIV, de uno de ellos, casado con una vasca, procede Jaun Zuria (Señor Blanco, o Rubio), primer Señor de Vizcaya allá por el siglo X.
Cruzada Navarra por el Camino de Santiago, por él nos llegó el románico, el gótico, el rito romano y las modas del corazón de Europa; peregrinos harapientos, y ricos burgueses; nobles, miembros de la realeza y jerarcas de la Iglesia, muchos de ellos con comitivas semejantes a pequeñas cortes itinerantes que dejaron su impronta en la cultura y el vestido de las poblaciones burguesas más importantes del reino.
Esta influencia centroeuropea se acrecentó cuando a partir de mediados del siglo XIII Navarra pasó a ser regida por condes de origen francés con importantes posesiones en aquel país, y reyes que lo eran de Francia y Navarra, que para controlar nuestro pequeño reino trajeron gobernadores y cortesanos que hicieron de la Corte navarra un reflejo de la francesa, adoptando la nobleza y burguesía nativa las modas más ricas y extravagantes.
Modas que hicieron furor en nuestra ciudad, hasta el punto que los estelleses, divididos y enfrentados en dos bandos que competían entre sí, llegaron a vestir con un lujo superior al de cualquier otra ciudad de España, compitiendo con Brujas o Venecia.
Pero al detraer de las funciones productivas y comerciales los recursos económicos, y utilizarlos para hacer ostentación de riqueza, la ciudad entró en decadencia, y el despilfarro llegó a tal extremo que tuvo que intervenir el rey Carlos III (criado en la corte francesa, en su residencia de Olite se rodeó de un lujo que superó al de cualquier otra corte europea), según consta en un documento de 1405.
Dice así: «Que por cuanto en al ciudad de Estella ha habido grandes disensiones, por los Ponces y Learzas, Learzas y Ponces y que son tan antiguos que en memoria de los hombres no es, y que por esta causa estaba despoblada y en disminución la villa...
Que por cuanto el rey era certificado que la principal causa de la pobreza de la villa consistía en la excesivas galas de las dueñas, y otras mujeres, manda (...) que las dichas dueñas de Estella no sean osadas de traer en guarnimient alguno sobre sí, oro ni plata en cadenas ni garlandas ni en otra cosa alguna, salvo en cintas, et botones de plata blanca, sin doradura; e, si quisieren, en las mangas solamente.
Otrosí, que no puedan traer perlas ni piedras preciosas, orfreses (tisú de oro), ni toques, ni botones do haya filo de oro, ni forraduras de grises, salvo en los pierpes ata media bayre en amplo, et en los perfiles de las delanteras de los mantos, armiños de amplura de un dedo, et non mas, nin traygan paños ni vestidos de escarlata ni de oro ni de seda (...). Ítem que esta ordenanza se entienda también con las judías...»
Perdida Navarra su independencia, rotas sus relaciones con Francia, y trasladada a Castilla la centralidad del país, perdió esplendor su burguesía, y parece que cada valle y comarca adoptó en su vestimenta los detalles que lo singularizaban y diferenciaban.
Así, un escritor del siglo XVII nos dice que «la indumentaria usada por los navarros es tanta que se tiene por cierto no se hallará en Europa, ni en otra parte, donde haya tanta variedad y diferencia en un mismo reino».
Tres siglos más tarde, Antonio Zamácola, en el Semanario Pintoresco Español (1839), abunda en lo mismo, y nos dice que «los trajes de Navarra son extraordinariamente variados, de suerte que puede decirse que en esta parte hay tantos usos como valles tiene la provincia».
No voy a tocar la evolución del traje durante la Edad Moderna, aunque conviene hacer una excepción con ese extraño tocado en forma de cuerno o falo que llevaban nuestras mujeres, sobre todo en la costa guipuzcoana y vizcaína.
No parece exclusivo de nuestra tierra. Así, un autor inglés del siglo XIV dice que las mujeres asturianas llevan sobre sus cabezas un tocado a modo de cresta inclinada hacia delante semejante al cuerno del unicornio. Y un autor alemán, de hacia 1500, habla del tocado corniforme (en forma de cuerno) de las mujeres de Gascuña (Francia).
Morales (1513-1591), referente a Urraca de Castilla, casada con Alfonso I el Batallador (1104-1134), rey de Pamplona y Aragón, cuenta que en la efigie que se veía en su sepultura llevaba «el alto peinado (tocado) de las antiguas vizcaínas» (en aquella época, se denominaba vizcaíno a todo aquel que hablaba vascuence, fuera de Vizcaya o de Navarra)
La particularidad de este tocado de origen medieval está en que en nuestra tierra perduró hasta comienzos de la Edad Moderna.
Lo cita Arnold von Harff (1471-1505), señalando que «en el País Vasco las mujeres se vendan la cabeza por arriba como lo hacen en países paganos».
Algo parecido nos dice Lalaing, señor de Montigni (1502): «las mujeres de este país son bellas, y llevan en vez de cubrecabezas (tocado) veinte o treinta anas (medida de longitud de un metro aproximadamente) de lienzo. Las jóvenes van rapadas y no pueden llevar la cabeza cubierta si no están casadas».
Sobre la gran longitud de la tela empleada, las Ordenanzas municipales de Deva (1434) disponen que ninguna mujer llevará en el toca más de treinta y un varas de lienzo delgado, ni más de seis del gordo o grueso, ni adornadas con oro ni seda alguna, so pena de dos doblas de oro.
Andrea Navajero (1483-1529), embajador veneciano ante Carlos V, dice que «van las mozas de esta tierra, hasta que se casan, con el pelo cortado, dejando solo para adorno algunas mechas (...). Envuélvense la cabeza en un lienzo casi a la morisca, pero no en forma de turbante, sino de capirote, con la punta doblada, haciendo una figura que semeja el pecho, el cuello y el pico de una grulla (...), variando solo en que cada mujer hace que el capirote semeje una cosa diversa».
Y Laurent Vital, que acompañó a Carlos V en su primer viaje a España (1518), nos dice: «a mi parecer no podría comparar mejor esos adornos que con esas mujeres del pueblo que se han cargado en la cabeza ocho o diez pisos de colmenas cubiertas con una tela, o con un cesto de cerezas, pues así son de altos y anchos por encima estos adornos».
Sobre su antigüedad, Estrabón, refiriéndose a las mujeres ibéricas, dice que «se pelan el cabello de junto a la frente para tener ésta más despejada; otras, por fin, se colocan en lo alto de la cabeza una columnilla (de hierro en su época, de mimbre siglos después) de cosa de un pie de altura, alrededor de la cual entrelazan el cabello, que cubren después con un velo negro».
Mª Elena Arizmendi (Vascos y trajes) lo cree surgido «de las ideas de generación y reproducción simbolizadas por el falo en todas la mitologías (...). De ahí que fuese tocado propio de casadas. Probablemente fue el más antiguo entre las vascas de tal condición».
Caro Baroja ve claro el significado fálico de muchos de ellos. Y Pierre de Lancre, el inquisidor responsable de los procesos de brujería en el Labort (1609), los denostaba llamándolos l'armes de Priape (armas de Príapo, dios griego, símbolo de la fuerza fecundadora de la naturaleza, que se representaba con un enorme falo o pene en perpetua erección), viendo en ellos una forma de «manifestar su deseo, pues las viudas llevan el morrión sin cresta, para significar que han perdido al esposo».
El año 1600 fue herido de muerte por una orden del visitador del obispado de Pamplona que se conserva en la parroquia de Lesaca. Dice así: «se manda a las mujeres que traen tocados con aquellas figuras altas a modo de lo que todo el mundo entiende, hábito indecente de mujeres honradas, como ellas lo son, y de que entren en la iglesia con él por ser figura indecente y escandalosa, se manda a las dichas mujeres con pena de excomunión...».
Como parece que la orden no tuvo el efecto deseado, treinta y cuatro años después el visitador emitió otra, dirigida a la Ulzama: «mandamos a las mujeres que traen el tocado que llaman tontorra (pináculo) se lo quiten y pongan el que se usa de nuevo por la mucha fealdad que causa».
A partir de entonces, esa tontorra fue sustituida por la toca, parecida a la que usan las monjas, que «en lo antiguo -dice Gorosábel refiriéndose a Guipúzcoa- era un signo de las mujeres casadas, de las viudas, y de las solteras que habiendo tenido algún desliz hubiesen parido». Y teniendo en cuenta «que muchas mozas que habían tenido semejante flaqueza andaban sin tocas, en hábito de doncellas», las Juntas Generales celebradas en Cestona (1581), decretaron que esas madres solteras «no trajesen manto ni ropa que llevase seda alguna, a fin de que fuesen distinguidas de las doncellas, personas honradas y casadas». Años después la toca fue sustituida por el pañuelo o la mantilla con que se cubrían las casadas, mientas que las madres solteras usaban un pañuelo de rayas negras y verdes.
Las solteras, «bien peinadas», lucían dos trenzas que caían sobre las espaldas, y vestían «corbatas muy blancas y de fino lienzo, y aun de gasa, pendientes de buena apariencia, crucecita, o un embelequito redondo de plata con cinta negra del cuello al pecho, casaca muy justa y con agujeta de seda, que hace red sobre la corbata blanca; sayas hermosas y de precio y de colores sobresalientes, que con sayas cortas (a)colchadas interiores remedan a los tontillos (armazón con aros de ballena que servían para ahuecar las faldas); zapaticos polevies (de tacón muy alto y curvado hacia delante, arqueaba mucho el pie); medias, no de las bastas».
Si en el interior de Guipúzcoa se vestía de esa guisa, ¿se vestiría igual en Estella? No lo sabemos, aunque en lujo no andarían muy lejos.
Iribarren, en su obra Espoz y Mina el guerrillero nos dice que en los años de la Guerra de la Independencia «el tocado de las clases populares variaba mucho. En unas comarcas predominaban los sombreros de copa; en otras, los sombreros redondos o de medio queso con ala corta o ancha; y en algunas (...), las monteras de paño. No faltaban los gorros de lana, a manera de capirote, cuya punta caía sobre el hombro. Bajo el sombrero usaban generalmente una toca o pañuelo ceñido a la cabeza...
Los hombres (...) usaban pelo largo, ya en forma de melena o de guedejas, ya recogido con una cinta bajo la nuca, formando castaña o coletilla. Por excepción, en el valle de Roncal se usaba el pelo corto.
Las camisas solían ser de lienzo, y los jubones (o chalecos) de paño, de maraña o de pana, con botones de plomo o estaño. El ceñidor o faja (de lana o estambre, en negro, azul o rojo) se arrollaba sobre el calzón corto...
Se cubrían las piernas con medias, sobre las cuales se ceñían polainas o peales (...). El calzado solía consistir en abarcas de cuero y en alpargatas valencianas. Los días de fiesta se ponían zapatos.
Sobre el chaleco vestían chamarretas (chaquetas), generalmente negras o de color marrón, y chupas (especie de levitas). Y las prendas de abrigo más comunes eran la ongarina o capote, la capa de paño, y en las aldeas de la Montaña el capusay, especie de dalmática de lana con capucha».
«Los riberos se tocaban con tocas o zorongos de color (...), y su prenda de abrigo era la manta a rayas, que, de no hacer mal tiempo, la llevaban al hombro.
Las mujeres de la Montaña llevaban toca, de tela blanca o negra, y el pelo en una o dos trenzas rematadas con cintas. Se ceñían la cintura y parte del pecho con el jubón o justillo, y usaban sayas de estameña o bayeta, con refajos o basquiñas de paño de diversos colores.
Las ribereñas llevaban el moño alto, una toca o pañuelo en la cabeza sujeto a la barbilla, justillo de mahón, pañuelo de colores o a cuadros cruzado sobre el pecho, saya interior de francesilla o de percal, y exterior de bayeta; medias de lana y alpargatas abiertas o zapatos».
«Antes de que Javier Mina uniformase a su guerrilla, la indumentaria y el tocado de sus componentes era de una folklórica variedad.
Roncaleses y salacencos se distinguían por sus sombreros redondos, de ala ancha, sus trajes negros, con las medias de luto, y sus zapatos de piel de cabra.
Los de los valles próximos a Pamplona, por sus monteras de paño en punta, sus pantorras al aire y sus toscos peales sobre la abarca.
Los de la Ribera, por sus zorongos aragoneses, sus anchas fajas rojas o moradas, sus alpargatas de cinta negra y sus mantas de lana siempre al hombro.
Y los de la Zona Media, por sus sombreros de copa alta, sus chalecos de punto rojinegros y sus pantalones desabrochados junto a las rodillas».
Sobre estos chalecos de punto, que proceden de Tierra Estella, Mª Elena Arizmendi, en su obra Vascos y trajes, dice: «de punto tejido a mano, con adornos encarnados y los cordones rematados en borla para cerrarlo.
No encuentro una explicación para que ahora se le llame kaiku, que es un utensilio doméstico: el cuenco de madera que se usaba antes para recoger la leche. También se le llama kaiku a la persona que se tacha de paleto o de atontado.
En fin: que no hay por dónde agarrar a este disparate introducido no se sabe cómo, pero sin duda por alguien poco conocedor de la lengua vasca».
Confusión que aumenta día a día, pues un paseo por Internet nos muestra que el nombre de kaiku también le dan a la chaqueta mendigoizale (montañero), y viceversa. Y que donde unos, con uno de esos nombres designan a una prenda, otros designan a la contraria.
Mañe y Flaquer, dice que «el pastor ribero viste camisa de cáñamo grueso, chaleco de pana negra (...), faja ancha de lana morada, calzón de piel de cabra (...), de color de ante achocolatado con refuerzos pespunteados de la misma piel en la entrepierna, calzoncillos de algodón blanco de tela, medias de lana negra, cubriendo el pié y hasta la mitad de la pierna con un calcetín de bayeta blanquecina que llaman peal, y alpargata abierta de cáñamo, sujeta a atada con cintas de algodón negro a la aragonesa. Al hombro lleva una elástica (...) de lana azul turquí ribeteada de encarnado, pero en invierno usan zamarra.
En la cabeza (...) un pañuelo de seda de cuadros de diversos colores muy vivos, preponderando el rojo. Este pañuelo doblado de tres dedos de ancho, le ciñe las sienes y cae ladeado dejando descubierta la coronilla, como si fuera la reducción de un turbante, en la misma forma que nuestros montañeses del Priorato de Cataluña (...). Los ancianos de la misma tierra y profesión gastan aun sombrero».
«El jornalero o bracero de la Ribera (...) viste camisa de cáñamo grueso, chaleco de pana negra, chaqueta y pantalón de pana verde-oscuro botella, faja de lana morada, alpargata abierta a la aragonesa con cintas o listones negros, y solo en lo crudo del invierno usa medias de lana azul.
En la cabeza lleva en todas las estaciones boina azul pequeña, algo echada para atrás, sin servirse de ella para darse sombra en los ojos (...); antes usaban el zorongo o el sombrero que aun gastan los pastores.
La joven (...) viste jubón de percal oscuro, muy cerrado por el cuello y ajustado con botones en las muñecas; un pañuelo de lana de color oscuro doblado en punta le cubre la espalda, hombros y pecho; la saya o falda y delantal son también de percal azul oscuro; las medias de lana azul turquí y los zapatos de becerro negro. Gasta pendientes de metal dorado, pero ninguna clase de collar.
Habitualmente va con la cabeza descubierta, la que cubre con pañuelo de seda o algodón de colores vivos cuando hace frío, y es el mismo que ahora lleva en la mano. Para ir a la iglesia usa mantilla negra de lana, ribeteada de terciopelo negro. Se peina con todo el pelo hacia atrás, que recoge en moño de picaporte».
Los hermanos Zubiaur, en su libro sobre San Martín de Unx dicen que a finales del XIX y principios del XX «los hombres iban vestidos con blusa, negra los festivos y azul los días de labor. Era una prenda ancha y floja, abierta hasta medio pecho, con un cordoncito y dos borlas para ceñir el cuello y un gafete para cerrarlo, dos bolsillos en el pecho y unas "gateras" más abajo para comunicar con los bolsillos del pantalón, ya que la blusa llegaba hasta la rodilla y por los brazos hasta las muñecas, abrochándose las mangas con ojal y botón...
Las prendas interiores del hombre eran la camiseta de felpa y el calzoncillo largo, llamado "pulguero". El calzoncillo corto comenzó a usarse sobre 1925.
El "pelele", prenda más antigua, consistía en camiseta y calzoncillo de una pieza, propio de los "muetes". Eran abiertos por delante y por detrás, con grandes "gateras" para facilitar la evacuación de necesidades sin enfriarse».
«Las mujeres emplearon el "justillo" hasta 1910. Era una especie de corpiño que llegaba hasta la cintura y disponía de unas "perezosas" para ajustar la prenda a la talla de cada una. Su finalidad era la de ceñir el busto (...). Otra parte del vestido era el "jubón", blusa interior, por lo general de tela blanca, que se ponía por dentro bajo la chaqueta. No acostumbraban a usar bragas, pero llevaban un pantalón ancho, con abertura de lado a lado que facilitaba el orinar, incluso de pie...
El labrador usaba blusa, "ongarina" (gabán de color marrón, sin botones, que llegaba hasta los pies, con mangas cosidas que llevaban un ruejo en su extremidad, pues el peso facilitaba el que fueran echadas por el cuello (...), y si algún "muete" molestaba se llevaba un ruejazo, pues así se defendían los viejos; esta prenda hacía también de manta).
Los niños llevaban "jubón" (batica de tela blanca), y después, hasta los doce o trece años, usaban pantalón con gatera, delantera y trasera, que facilitaban la evacuación de las necesidades».
Reyes Yániz nos dice que a principios del siglo XX se vestía en Zúñiga de esta manera: las mujeres «utilizaban los corpiños, unas prendas de tela muy gruesas que por medio de unos cordones se ajustaban todo lo posible alrededor del talle, por debajo de pecho, de forma que conseguían dar una impresión de esbeltez (...). No se usaban sujetadores porque se pretendía no dar realce al pecho (...); incluso se ponían una cinta de tela ciñéndolo para disimularlo totalmente.
Las bragas eran hasta la mitad del muslo y con la entrepierna abierta (...); les permitía aliviar la vejiga de pie, simplemente separando las piernas. Sobre las bragas y el corpiño se colocaba el refajo, que era una especie de combinación de punto (...). Sobre el refajo iba la camisa, que estaba a medio camino entre la ropa interior y la exterior...
Las más sencillas eran totalmente fruncidas en el cuello y las mangas, con un pequeño reborde como terminación; otras tenían canesú desde el que salían los frunces; las había más elaboradas, con toda la pechera llena de chorreras, puntillas, diminutas lorzas en vertical o bordados, con los cuellos similares a los adornos del pecho, que sobresalían por fuera del cuello de la chambra. Las camisas eran blancas, en contraste con la ropa interior que era oscura, generalmente negra».
«Las faldas tenían mucha tela y de ninguna forma marcaban la figura de la mujer (...). La chambra es una chaquetilla corta de manga larga, atada con botones. Tenía un corte a la altura de la cintura y un pequeño añadido con más vuelo que tapaba toda la cintura de la falda. Tenía unos cuellos pequeños y sin solapas. Las más elegantes llevaban ribetes o cordoncillos por los cuellos, los puños y a lo largo de la botonadura.
El delantal, en esa época, era más que una prenda para la cocina; se empleaba para la mayor parte de las labores que se realizaban fuera de casa. Las medias llegaban hasta la rodilla (...), por lo general eran de punto y siempre con costura.
Solían llevar el pelo recogido, sobre todo a partir del matrimonio. En las ocasiones (...) usaban una mantilla negra sobre la cabeza, que colgaba a ambos lados de la cara y caía ligeramente sobre la frente, de forma que apenas se les veía la cara».
Los hombres vestían en invierno «con un pelele, que es un mono con aberturas delante y detrás. En verano utilizaban los pulgueros. Sobre el pelele, la camisa (...) se llevaba bajo una blusa negra, de manga larga con canesú y frunce (...). Posteriormente, la camisa comienza a emerger cada vez más, bajo las chaquetas de tela o los chalecos. La blusa negra, cuando comenzó a estar en desuso, quedó como prenda distintiva de los tratantes. Los pantalones eran muy anchos y la cintura se tapaba con un cinturón de tela, al estilo de las fajas...
La cabeza siempre iba cubierta por una boina, que con el verano defendía del calor y en el invierno del frío. Para el frío, aunque existían abrigos y capas, la prenda más utilizada por hombres y mujeres eran una especie de bufanda o tapabocas gigante.
Lo más común eran las alpargatas, que podían ser de tela normal, o las ribeteadas, utilizadas mucho en las romerías como calzado cómodo a medio camino entre alpargata y zapato. Se usaban zapatos, pero era más utilizado el botín a media pantorrilla, atado con botones o cordones. Algunas mujeres también calzaban botas hasta la rodilla».
Sobre la boina, Rafael García Serrano, en su Diccionario para un macuto, dice que «al parecer es de origen escocés, y a través de un bearnés que estuvo prisionero en Escocia pasó a su tierra a finales del siglo XVIII, desde donde se extendió a toda Navarra y a las provincias vascas (...). La boina de los artistas, flamenca, borgoñona (...), estuvo en la testa imperial de Carlos I de España y V de Alemania (...); Jorge Sand usaba mucho la boina, y no digamos Wagner...
En el mundo infantil, capar una boina (...) significaba una ofensa de tal tamaño que a menos que mediara un poquito de sangre procedente de las narices -propias o adversarias-, el dueño de la boina mutilada se clasificaba automáticamente en la clase social de los estigmatizados».
Utilizada como signo de identidad por los baztaneses (ha sido el valle más abierto a Francia), el rey carlista Carlos V quiso limitar su uso en el Ejército, respondiéndole el general García con una comunicación en la que decía: «Teniendo presente que los habitantes de la montaña (de Navarra) inmediata al Reyno de Francia, como V. E. no ignora, usan de mucho tiempo a esta parte de la boina, que es su distintivo nacional, no se puede a aquellos pueblos privarse del uso de dicho distintivo».
Le respondió el general liberal Baldomero Espartero, con un bando fechado en 1838, que decía: «Convencido de los males que causa el uso de la boina, distintivo particular de los que hacen la guerra contra los legítimos derechos de nuestra augusta Reina Doña Isabel II y la Constitución, y enterado al mismo tiempo de que algunos desafectos a la causa que defendemos hacen alarde de ese distintivo que, introducido por manía o moda, sólo tiende a la confusión y alarma de las que pueden originarse acontecimientos desagradables, con especialidad en los encuentros o persecuciones del enemigo, he venido en decretar lo siguiente:
Art. 1.° Desde la publicación del presente bando se prohíbe el uso de la boina en toda clase de personas y estados, así militares como paisanos...»
Según Pablo Antoñana, «se extendió primero por el Bearn, de donde la cogieron los revolucionarios camino de París (...), y los abés de los Pirineos la usan en lugar del bonete o solideo.
Zumalacárregui le da patente de uso en nuestra tierra, pues los voluntarios llegaban al banderín de enganche con boina de su propiedad, que era menos enojosa que el sombrero militar...
Sirvió de medida de áridos al abanderado: una boina de alubias, garbanzos o lentejas para cada boca de soldado».
«Zumalacárregui, Cabrera, el Quinto Batallón de Guipúzcoa (el resto de los guipuzcoanos la llevaban azul) y algunas unidades de Navarra, la llevaron blanca». El resto, como dice Almirante en su Diccionario, «la gorra circular, chata, de punto (...) con una gran borla en el centro».
Boina que los soldados tejían en los descansos, pues hasta 1859, con la puesta en marcha de la fábrica Boinas Elósegui de Tolosa, no se industrializó su producción. En un principio, una operaria no llegaba a fabricar más de dos boinas diarias, mientras que a partir de 1883, cuando se introdujo la máquina circular, la producción se elevó a las 200 al día (en Estella también tuvimos nuestra fábrica de boinas, montada por la viuda de Lorente, que acabó sus días en un incendio).
Durante la Guerra Civil del 36 la usaron, en diferentes colores, los requetés, muchas banderas falangistas, voluntarios de Renovación Española, algunas unidades de las Brigadas Internacionales, y los gudaris.
Boina roja llevan las policías autonómicas del País Vasco y de Navarra, y también la llevaba la policía municipal de Estella -los alguaciles- hasta que se modernizaron y adoptaron el atuendo de las policías locales del resto de España (los serenos de Pamplona la llevaban verde, por ser ese el color de su bandera).
Siglo y medio después, «el general británico Montgomery, la convertiría en la prenda militar del desierto», y hoy en día son muchos los ejércitos que la usan.
Rubén Darío la definió como «ese maravilloso champiñón decorativo», y Baroja dijo que «un vasco sólo se quita la boina cuando va a misa o pasa un entierro».
Al igual que antes me he referido a la incorrección de llamar kaiku al elástico de los carboneros, lo mismo se puede decir respecto a la boina -o boneta, como dicen los de Iparralde-, que ahora se ha dado en llamar chapela cuando este ha sido el nombre del sombrero.
Para quien tenga dudas, puede consultar a Resurrección María de Azcue, quien dice que chapela procede del francés chapeau, y en ambos casos significa sombrero.
Finalizo con una curiosidad que viene en el libro Nuestra boina, de José Mª Bereciartúa, para que cada cual se quede con etimología que más le guste: «Para el publicista J. M. Seminario, (...) boina es una palabra vasca, formada por las palabras "borobil" o "boroi" (adjetivo que significa "redondo") y "duna" (construcción de "duena"), que equivale a "que tiene". Es decir, "boroi-duena" o "boroiduna". Con el apócope de la sílaba "roi" y una aféresis de la sílaba "dun" se reduce el boroiduna a "boidna", resultando luego la boina...
Luis de Uranzu alberga otra opinión en cuanto a la etimología (...), procedente de los "bonnets", que consta llevaban los marineros bayoneses en 1660...
Igualmente, a boina se le hace emparentar con "bovina" (...): cuando en unas cañadas fueron sus oficiales (de Zumalacárregui) despojados de sus morriones por el viento (...), destocaron a unos boyeros de sus tocados para cubrirse con éstos, que el caudillo adoptó en lo sucesivo.
Hay otra hipótesis (Corominas), para quien boina es una palabra vasca emparentada con el bajo latín, como si fuera corrupción del adjetivo castellano "buena" ».
Nota: Mi agradecimiento a Javier Lana, que puso a mi disposición su biblioteca.
septiembre 2011