Primeras representaciones
En mi trabajo anterior (El Escudo de Navarra y la batalla de las Navas de Tolosa) hice un repaso sobre el origen del escudo de Navarra y las distintas formas en que ha sido representado. En este, trataré de demostrar que la primera representación en piedra que se conserva en Navarra no está en Tudela, como defiende Faustino Menéndez Pidal, y han hecho suya todos cuantos últimamente han tratado el tema, sino en el convento estellés de Santo Domingo, levantado en tiempos del rey Teobaldo II de Champaña. Para ello, hago mío lo que a finales del XVIII dice Juan Antonio Fernández en su polémica con Joaquín Ruiz de Conejares a cuenta de este mismo asunto, de la que daré buena cuenta: «No hay medio mas poderoso para dar lucimiento y realce a la verdad que la discordia y oposición, pues con él se han fijado con solidez muchos puntos que siempre serían inciertos o dudosos si la contradicción no los hubiera examinado y probado (...). De haberlos seguido ciegamente nada sabríamos (...) con verdad, porque no hicieron sino copiarse los unos a los otros, sin apoyar los últimos con razones o instrumentos lo que voluntariamente convinieron los primeros».
Faustino Menéndez-Pidal, experto heraldista al que por economía citaré como "el autor", dice en El escudo de armas de Navarra (salvo que señale lo contrario, todas las citas serán de esta obra), del que es coautor Javier Martínez de Aguirre: «Los testimonios plásticos más antiguos del escudo de armas del rey de Navarra, ya no llevado sobre su propia persona, se hallan en Santa María de Tudela y en los adornos de una arqueta procedente del Monasterio de Nuestra Señora la Real de la Lis ("cassette de Saint Louis") y conservado hoy en el Museo del Louvre (...). La presencia repetida, tanto esculpida y policromada como sólo pintada, atestigua el interés del monarca (Teobaldo I) por la obra, que habría quedado sin terminar a la muerte de Sancho el Fuerte (...). Durante todo el siglo XIII, la entonces colegiata (de Tudela) recibió una especial atención de los monarcas, que (...) costearon buena parte de las obras.
La misma forma de los escudos, triangulares de lados curvilíneos, delata que estamos ante la obra de un maestro venido del norte, ajeno a las tradiciones (...) habituales en el ámbito hispano-occitano. El maestro escultor vino de allí, posiblemente llamado por el nuevo monarca».
Y sigue: «Los escudos de los capiteles se presentan en parejas: uno es de color rojo, con su bloca de barras lisas cerrada, análoga en todo a la que vemos en la figura ecuestre de los sellos reales. El otro escudo está partido, esto es, dividido verticalmente por mitad. Su parte diestra (la izquierda del observador) es de color rojo y la siniestra de color azul con la banda blanca cotizada de Champaña colocada como si hubiera alcanzado a la otra mitad del escudo. Una bloca cerrada, igual que la del otro escudo, cubre ambas mitades (...). Pero lo interesante para nosotros es que el artista (o quien le proporcionó el diseño) creía que la bloca no constituía un emblema, sino sólo un refuerzo estructural del escudo: por eso la pasó también sobre la mitad correspondiente a Champaña».
Opinión coincidente con la que expone Javier Martínez de Aguirre en el libro colectivo La catedral de Tudela (en adelante; La catedral...), publicado con motivo de las obras de restauración.
Analicemos las afirmaciones de la larga cita. Dar por cierto «el interés del monarca (Teobaldo I) por la obra», afirmar que la colegiata «recibió una especial atención de los monarcas», y asegurar que estos «costearon buena parte de las obras», son afirmaciones que desmiente la documentación conservada.
Fermín Miranda dice (La catedral...): «Más allá de la dotación inicial realizada por Alfonso I el Batallador, el apoyo de la Corona a la colegiata no generó una especial actividad en el plano económico. Apenas constan un par de donaciones de menor entidad por parte de García Ramírez (...). De Sancho el Sabio, se documentan tan sólo una donación de pequeñas heredades (...). En adelante, la Corona se limitará a la constitución de donaciones pías, con rendimientos económicos sin duda limitados (...). Cabe recordar que los soberanos de la segunda mitad del siglo XII y del siglo XIII prefieren volcar sus donaciones en las nuevas órdenes religiosas».
Y continúa: «Incluso la principal vinculación económica establecida entre la monarquía y la colegiata desde 1124, los diezmos de las rentas y tributos regios, parece diluirse con el tiempo (...). Los registros contables de la segunda mitad del XIII apenas señalan el pago sobre algunas heredades, sin duda de aprovechamiento directo (...). Las heredades de la Corona entregadas a censo antes de 1290 eran muy escasas».
Por su parte, Martínez de Aguirre señala (La catedral...) que «El reinado de Teobaldo I (1234 y 1253) resulta pobre en documentos referentes a Santa María (...). En cambio con Teobaldo II (1254-1270) volvemos a encontrar diplomas de interés», como «la manda testamentaria de 1270, en la que el monarca dejaba sólo 500 sueldos a las obras de Santa María» de Tudela.
En una nota dice respecto a esa manda: «esta cantidad resulta muy inferior a lo que destina a muchas otras instituciones religiosas del reino, como Roncesvalles, Urdax, Leire, La Oliva, Iranzu, Marcilla, Tulebras, etc. Y especialmente en comparación con los tres lotes de 20.000 sueldos legados a los predicadores de Estella, Tudela y Sangüesa, o los dos de 15.000 para los francos de Laguardia y San Juan de Pie de Puerto».
Y tras reconocer que los reyes de la estirpe pirenaica (hasta los Teobaldo) no «han dejado a la posteridad documentación que demuestre haber propiciado la edificación de un nuevo templo», ni emblema alguno en el mismo, se pregunta qué pudo motivar la inclusión de escudos de Teobaldo I, a lo que contesta aportando dos suposiciones: «Es posible que se deba a una participación más directa en las obras, aunque en ningún documento lo precise. Otra hipótesis es que la presencia de los emblemas de los Baldovín (los mulos que aparecen en algunos capiteles -de los que subo una fotografía- se consideran emblemas de esta familia) incitaron al monarca a reivindicar que la colaboración que ya antes sus antecesores habían prestado se manifestase de modo visible».
Por su parte, Carlos Martínez Álava (Del románico al gótico en la arquitectura de Navarra) señala referente a la colegiata tudelana: «Teobaldo II es el único monarca del que conservamos alguna referencia documental sobre su aportación pecuniaria a la obra».
Pero a pesar de que ninguno de los autores que ha estudiado la catedral de Tudela, o el reinado de los Teobaldo, ha encontrado rastro documental del interés real por la obra, o de sus aportaciones monetarias, de lo que se deduce que no hay motivos para atribuir a estos reyes o a los tudelanos la colocación masiva de escudos con las armas del reino y del rey, en Emblemas heráldicos en el arte medieval navarro (en adelante, Emblemas...) afirman lo contrario: «Lo que vemos en las parejas de escudos tudelanos constituye la presentación de las armas adoptadas por Teobaldo I. Uno lleva las armas como rey de Navarra, con sentido territorial, de gules llano. Junto a éstas, el otro escudo trae las armas con sentido personal: partición dimidiada de las del reino con las que seguía usando como conde de Champaña».
Lo pretende justificar Martínez de Aguirre al decir en Tudela, el legado de una catedral, (a partir de ahora, El legado...) que cuando Teobaldo I vino a tomar posesión del reino, «los navarros le exigieron disponer de emblema propio como monarca de Navarra», eligiendo éste el escudo preheráldico de su abuelo Sancho el Sabio, y no el emblema del águila explayada de Sancho el Fuerte.
Escudo preheráldico -conviene señalar- que no deja de ser un comodín, igual al utilizado por los caballeros que no tenían emblema propio. Esto es, la representación del escudo utilizado en los combates, con los refuerzos correspondientes, y sin ninguna señal que identifique a su portador.
"El autor" lo reconoce: «El escudo que lleva la figura de Teobaldo (I) en su sello como rey de Navarra no es heráldico: es un escudo de guerra blocado, como corresponde a la fuerte defensa del caballo. La bloca no era todavía emblema, por eso no es trasladable a otras superficies y no aparece en las cubiertas del caballo, a pesar de que el propio Teobaldo representaba la banda cotizada en las cubiertas de la montura en su sello como conde de Champaña».
¿Por qué el nuevo rey puso en su sello el escudo de Sancho el Sabio, y no el águila de Sancho el Fuerte?, debemos preguntarnos. ¿Lo hizo por sentir mayor afinidad hacia su abuelo que hacia su tío?
Situémonos en el momento. Teobaldo I, desconociendo los Fueros que apresuradamente juró tres días después de su llegada a Navarra, ante los primeros enfrentamientos con las villas y los ricoshombres nombró una comisión para que pusieran por escrito las obligaciones del monarca respecto de sus súbditos, y de éstos para con él, comprometiéndose el 25 de enero de 1238, en Estella, a reconocer «aqueyllos fueros que son e deven seer entre nos et eillos, ameillorandolos de la una part et de la otra como nos con el bispo et aquestos esleitos vieremos por bien».
Fruto de aquella comisión se redactaron doce capítulos, conocidos como Fuero Antiguo, -base y fundamento del Fuero General que años más tarde se redactó-, en el que tras el prólogo, se señala: «Aqui comienza el primer libro de los fueros que fueron fayllados en Espanya assi como ganavan las tierras sin rey los montaynneses».
Y en el primer capítulo, para evitar que el reino fuera absorbido por otra entidad política, se establece «que aya sieyllo pora sus mandatos, et moneda iurada en su vida, et alferiz, et seyna caudal...». Esto es: que el rey adopte para Navarra un sello, una moneda, un alférez y un estandarte distinto al de Champaña.
En mi opinión, Teobaldo I, ante esta exigencia, y viéndose en la disyuntiva de adoptar el escudo de Sancho el Fuerte, su tío, que lo había tomado del feudo normando de L´Aigle, o inventar uno nuevo, salió del paso adoptando el escudo preheráldico de Sancho el Sabio, su abuelo, conocido y aceptado por el reino, lo que podía facilitar su reconocimiento como nuevo rey.
Lo viene a decir "el autor": «Teobaldo (I) no podía desconocer que el escudo blocado no constituía un signo diferenciador, pues lo habían llevado en los sellos sus propios antepasados antes de adoptar la banda (...). Probablemente ni siquiera se pensó en nuevas armas en el momento de grabar la matriz, sino sólo en cumplir la exigencia de tener un sello como rey de Navarra, para el que se tomó como modelo el de Sancho el Sabio, con su escudo blocado y sus cubiertas lisas».
Entonces, si ese escudo carece de valor emblemático, y no hay antecedentes de su colocación en obras civiles o religiosas, ¿cómo pueden utilizarlo profusamente los tudelanos en la decoración de su colegiata?
Tengamos en cuenta que Tudela fue la única villa navarra que inquietó al monarca, viéndose obligado a enviar al senescal francés Ponz de Duyme para asegurarse que la ciudad, partidaria del rey de Aragón, permaneciera bajo su autoridad.
¿Qué motivos podía tener Tudela para sentirse agradecida al nuevo monarca, cuando no consiguió la redacción de su fuero local hasta el periodo comprendido entre 1247-1271?
Por otra parte, los refuerzos radiales y el perimetral de los escudos tudelanos carecen de remaches de sujeción, mientras que el umbo está formado por una flor cuatripétala que anula su posible relación con los escudos blocados utilizados por Sancho el Sabio.
Y si esos escudos no responden a un modelo único, y no se ajustan al sello real, ¿qué valor emblemático pueden tener? ¿Cómo pueden representar al rey o al reino?
Algunos podrán argüir que debido a su novedad e improvisación el artista no supo plasmar fielmente el escudo del reino.
Aceptemos esa posibilidad. Lo que no se puede aceptar es que siendo, según "el autor", «artistas franceses», posiblemente llamados «por el propio Teobaldo I de tierras champañesas?» (Emblemas...), quienes los labraron, ignoraran los emblemas del escudo condal de Champaña, perfectamente conocido en toda Francia, y fijado a través de varias generaciones condales.
No es admisible en los "artistas" ese desconocimiento, como tampoco que lo permitiera el rey o sus representantes en Navarra.
Por ello, despachar el tema de la bloca que invade el escudo de Champaña, diciendo que «ha de entenderse como refuerzo estructural del escudo, no como emblema significativo porque todavía no existe el carbunclo de Navarra como elemento claramente emblemático (...). Para entendernos, la bloca está como refuerzo-adorno por encima de las armerías representadas en el escudo; de ahí que cubra las dos mitades del escudo, tanto la que tiene las armas de Navarra como la decorada con las de Champaña» (Emblemas...), no tiene sentido, y es inaceptable, como bien ponen de manifiesto los escudos partidos de los tiempos de Teobaldo II, y el de la cassette de Saint Louis.
Pensemos también que en Heráldica los detalles tienen gran sentido, pues se basa en normas estrictas, formas y colores, que en determinada combinación representan a los distintos linajes.
Como "el autor" señala, «en las primeras etapas de su desarrollo (hasta fines del siglo XIV) se da un claro predominio de lo formal: donde reside la significación, lo que se repite y se transmite, es realmente una forma plástica, no lo que aquélla representa, si se trata de algún ser o cosa. De aquí la permanencia de los diseños de las figuras. La importancia de la percepción visual es una constante en toda la historia del sistema, porque los emblemas heráldicos son signos que han de ser captados y comprendidos rápida y fácilmente de una ojeada. De acuerdo con los caracteres expuestos, las composiciones heráldicas, las armas o armerías, se ajustan a una estética propia».
También lo demuestra la cassette de Saint Louis que se conserva en el Louvre parisino, cuyos escudos de Champaña y de Navarra unánimemente han sido considerados como la primera plasmación plástica del escudo partido de Navarra y de Champaña.
Pues bien, como esta cassette contradice la afirmación de "el autor", éste, a falta de mejores argumentos, retrasa su datación a la época en que en Navarra se esculpe correctamente el escudo de Champaña.
Y dice: «El escudo, dividido verticalmente, la mitad de Navarra y la mitad de Champaña, pero con la bloca limitada sólo a la mitad navarra, aparece en uno de los esmaltes del cofre llamado cassette de Saint Louis, que guarda el Museo del Louvre. Para esta pieza se ha propuesto la fecha de 1236; sin embargo, son varias las razones que inducen a considerarla posterior. Aparte de otras que no sería oportuno exponer aquí, diremos que la disposición indicada se ve abundantemente en sellos y monumentos en tiempo de Teobaldo II, cuando ya la bloca se toma como emblema heráldico (...), adorna ya las cubiertas del caballo en la representación ecuestre y cuando se figura el escudo partido de Navarra y Champaña ya no corre sobre la banda».
Y cuando en vez de la bloca cuatripétala aparece una flor de lis, dice que el cambio será «probablemente por gusto ornamental del escultor». Aceptado este supuesto, ¿no sería lo correcto extender el «gusto ornamental del escultor» a todos y cada uno de los capiteles, considerando los escudos como simple decoración y no como motivos heráldicos?
Finalmente, si por la razón que fuera el "artista" no supo plasmar fielmente los escudos de Navarra y de Champaña -sobre todo este último-, ¿cómo se justifica que Teobaldo II no corrigiera esos escudos, o no colocara los correctos en la parte de la colegiata construida durante su reinado?
En un mundo tan puntilloso como el de la Heráldica no cabe esta tolerancia, lo que demuestra que esos escudos eran meros elementos decorativos sin significación heráldica.
Otra de las razones argüidas está en que alguno de esos capiteles está pintado: «En varios capiteles vemos una pareja de escudos. Uno con el campo rojo y sobre él una bloca cerrada constituida por barretas lisas resaltadas. Son las armas del rey de Navarra que empezó a usar el monarca champañés».
El otro aparece partido: «la primera mitad está pintada de rojo y la segunda es azul con una banda blanca; una bloca idéntica a la anterior se extiende a ambas particiones. Se trata de una combinación de las armas de rey de Navarra y de conde de Champaña» (La catedral...).
Igual valor le dan a los escudos pintados encima del cimacio del pilar nº 8 (fotografía superior).
Es curioso cómo su policromía le sirve para datarlos, y en vez de fechar los capiteles y atribuirlos al monarca en ejercicio, se adjudican a un monarca y se datan en el periodo de su reinado: «aquellos capiteles en que bajo la bloca se vea el partido dimidiado de Navarra y Champaña tuvieron que ser realizados en tiempos de Teobaldo I (...). No así necesariamente los dos últimos pilares anejos al muro occidental: no son triangulares (fotografía superior) sino clásicos apuntados, uno es un escudo blocado y el otro liso, y ambos carecen de policromía, por lo que no podemos tener certeza de que se dispusieran en el mismo impulso constructivo, pues ¿por qué abandonaron la combinación que se repite en los pilares anteriores? (...). Respecto a los escudos sin policromía bajo la bóveda mayor, no podemos asegurar su vinculación con Teobaldo I, aunque sí la repetición de formas similares» (Emblemas...).
Si corresponden a otro impulso constructivo, ya en tiempos de Teobaldo II, cuando el escudo de Navarra estaba totalmente fijado, ¿cómo es posible que se siga con el modelo anterior? ¿Cómo se justifica que si en tiempos del padre se pusieron las Armas reales de forma incorrecta, el hijo no colocara las suyas, las correctas?
Desde cuándo están pintados los escudos tudelanos. ¿Se ha hecho algún análisis para datar la antigüedad de sus pigmentos? ¿Hay alguna evidencia de que fueran pintados en el medievo?
Hago estas preguntas porque llama la atención que los únicos restos de policromía en la obra medieval de la colegiata estén en estos escudos, que por su superficie plana es más fácil que el tiempo los borre, mientras que en el resto de los capiteles, con recovecos profundos en su decoración, apenas se perciba algún rastro pictórico. No es lógico que esto suceda.
Otra anomalía es su presentación por parejas: «los usos heráldicos del siglo XIII (...) asociaban la presencia de parejas de escudos normalmente a la idea de matrimonio que mostrara conjuntamente sus armerías. Así, a primera vista creeríamos ver aquí el matrimonio entre un rey de Navarra (de gules llano) y una condesa de Champaña (que partiría las suyas con las de su marido a las que dejaría precedencia). Pero tal matrimonio nunca existió. ¿Puede ser (...) una combinación de armas personales y territoriales? ¿Una especie de disposición sello-contrasello (...)? ¿Una simple solución para evitar lo repetitivo en un capitel doble originado en las dobles columnas (...)?».
«Es más que dudoso -continúa- que entonces se percibiera esta idea»: la de ver en los capiteles el «escudo de armas del reino (el escudo rojo blocado) y del rey (el escudo dividido de Navarra y Champaña)».
Entonces, si no percibían esa representación, ¿qué sentido tiene el que las esculpieran? Demasiadas dudas, demasiadas hipótesis, demasiadas contradicciones, demasiadas preguntas para justificarlo.
En este tema llueve sobre mojado. El deseo de ver en ellos, como ahora defiende Faustino Menéndez Pidal (personaje muy vinculado a la merindad de Tudela, de uno de cuyos pueblos procede su familia materna), los escudos de Navarra y de Champaña, viene de lejos, por lo que a partir de ahora me referiré a la polémica que a finales del XVIII se suscitó en Tudela sobre quién fue el fundador de la colegiata, y qué representan los escudos de sus capiteles.
Polémica entre el Doctoral Joaquín Ruiz de Conejares y José Antonio Fernández, cortés en las formas, pero demoledora en el fondo, en la que mucho de lo que dice el segundo es de aplicación en la actualidad (a partir de ahora todas las citas corresponden a esta polémica).
Cuando la colegiata de Tudela fue elevada a la categoría catedralicia, el canónigo Ignacio Lecumberri encargó seis retratos, que colgó en la sacristía, para que recordasen la memoria de los Príncipes que la habían distinguido, dotado y ennoblecido.
En base a un trabajo que presentó José Antonio Fernández, como fundador de la colegiata se colocó un cuadro de Sancho el Sabio y otro de su esposa. «Lo mismo fue saber algunos que (...) se atribuía la fundación de esta Iglesia al rey D. Sancho el Sabio, que difundirse por toda la ciudad como una novedad intolerable e injuriosa a su hijo el rey D. Sancho el Fuerte, que según la común opinión (...) quieren que sea quien la construyó» después de su regreso de la batalla de las Navas de Tolosa. Opinión que, hay que reconocer, era compartida por Garibay, Sandoval, Argáiz y Moret.
La oposición fue tan fuerte, incluso dentro del cabildo, que se paralizó la colocación de los cuadros, y Joaquín Ruiz de Conejares, Doctoral de la colegiata, presentó un trabajo breve, apresurado y escaso de razonamientos y contenido, que leyó a viva voz en la sacristía, con el cual pretendía demostrar que «los escudos que hay en esta Santa Iglesia son cadenas, y por consiguiente armas del rey D. Sancho el Fuerte», a quien, en consecuencia, correspondía el honor de ser el fundador.
Conejares convenció a los ya convencidos canónigos, y los retratos de Sancho el Fuerte y de Felipe II, el primero como fundador, y el segundo como responsable de la elevación de la colegiata a catedral, se colocaron en sustitución de los de Sancho el Sabio y su esposa.
En su trabajo, Conejares repetía el error -del Padre Moret- de atribuir al Fuerte el sello de su padre, en el que aparece con un escudo preheráldico blocado, y buscar la relación formal entre el escudo de este sello y los de los capiteles.
Como respuesta, Juan Antonio Fernández presentó (año 1784) un riguroso y documentado trabajo, en el que dice que «una de las cosas que a mi parecer ha hecho que se atribuyese a D. Sancho el Fuerte la fábrica de la Iglesia, es la de verse en ella diez y seis escudos esculpidos en los capiteles de las columnas».
Desmonta punto por punto los argumentos de Conejares, y señala que «no alcanza con qué razón» se piensa que son cadenas, «pues el escudo de las armas que suponen tomó el rey por esta acción fue una cadena puesta en orla, en cruz, y en sotuer, y no las barretas lisas sin nudos, ni botones, que se enlazan en una flor que está en el centro con cinco botoncillos».
Cita donaciones, documentos e inscripciones que demuestran que la colegiata existía antes de la llegada al trono de el Fuerte, expone la documentación descubierta por Oihenart, que confirma su opinión, y señala que cuando a la muerte del citado rey se quiso enterrar su cuerpo en la colegiata, en ningún momento se argumentó ante la Santa Sede que fuera su fundador o benefactor.
Y sobre el carácter benefactor de el Fuerte, dice: «Preguntémosle también (a Conejares) por los monumentos eternos con que honró este D. Sancho a Tudela. Lo que yo sé es que apenas ha habido rey en Navarra de quien menos instrumentos haya en Tudela desde su conquista (...). Después de su muerte todo fue clamores de agravios en esta ciudad, tanto que fue preciso que su sobrino y sucesor en el cetro, D. Teobaldo I, nombrase jueces para deshacer las fuerzas de injurias que a esta ciudad, iglesia y vecinos había hecho su tío».
Respecto a la lectura que Conejares hace del símbolo de unas monedas, Fernández dice: «Gloríese pues enhorabuena el Sr. Doctoral, supuesto que con un modo tan fácil y con sola una palabra lo allanó todo, dándonos ejemplo de que creamos sin repugnancia todo aquello que pudo ser; pero debemos hacerle caritativamente la preciosa advertencia con que el continuador de la célebre obra de La España Sagrada amonesta a este Prebendado y a cuantos le siguen en el modo de escribir, de no ser propio de un historiador dar por ciertos los sucesos solo por lo que tiene de posibles (...). En comprobación de que la configuración de las cadenas Armas de Navarra, es muy distinta de los 16 escudos que hay en la Iglesia de Tudela, cité (omitiendo otros muchos autores que pudiera alegar) al Marqués de Avilés... (que ha) estado muchas veces en esta Sta. Iglesia a reconocer con sus mismos ojos los escudos de sus columnas».
Se extiende citando documentos en los que figura el Sabio como donante de la colegiata, preguntándose si Conejares los omite porque contradicen su tesis. Y ante la afirmación de que esos escudos representan cadenas, pregunta: «¿Cómo probará este docto Prebendado con los 16 escudos (...) que las armas de Navarra se representaban antes en figura de Cadenas, cuando (...) estos representan barras...?».
Pero no obstante los argumentos que exponen, y los exponen todos, uno de los detalles más llamativos es que en las más de cien hojas manuscritas de que consta la polémica, en ningún momento se hace alusión a la pintura de los escudos, lo que demuestra que a finales del siglo XVIII no estaban pintados.
¿Se pintaron para hacer ver que la decisión del cabildo había sido correcta? Así lo creo, pues ni el año 1924, cuando se limpiaron 108 capiteles, ni pocos años más tarde, cuando se rascaron muros y bóvedas, consta que se descubrieran los colores bajo otras capas de pintura, noticia que hubiera causado asombro en el ámbito local, y hubiera trascendido al resto de la comunidad, lo que en mi opinión indica que la pintura de los capiteles estaba a la vista desde el 1800, año arriba, año abajo.
Demostrado -eso creo- que en lo referente a los capiteles de Tudela Faustino Menéndez Pidal no tiene razón, cabe preguntarse dónde se conservan en Navarra las primeras representaciones en piedra de los escudos del Reino y de Champaña.
La respuesta es que en Estella, en la fachada exterior e interior de la iglesia del convento de Santo Domingo.
Otros escudos, sólo de Navarra, de la misma época, pero posteriores a los de Estella, pueden verse en la bóveda de la iglesia de Miranda de Arga y en el coro alto de Nuestra Señora de Legarda en Mendavia.
Fuera de Navarra, en San Urbano de Troyes (Champaña) hay un impresionante conjunto de vidrieras con las armas de Navarra y Champaña de hacia 1270-1275.
Para saber más:
El escudo de Navarra, de Faustino Menéndez Pidal y Javier Martínez de Aguirre.
La Catedral de Tudela, VV. AA.
Tudela, el legado de una catedral, VV. AA.
Emblemas heráldicos en el arte medieval navarro, de Faustino Menéndez Pidal y Javier Martínez de Aguirre.
Fundación de la Real Iglesia de Tudela, de José Antonio Fernández y Joaquín Ruiz de Conejares.
octubre 2012