En este trabajo haré un repaso a las distintas formas que a lo largo de la historia ha adoptado el escudo de Navarra y de sus reyes; de si siempre hemos sido representados por cadenas, y de la importancia que en su diseño tuvo la batalla de las Navas de Tolosa, de la que el 16 de julio del año en que elaboro este trabajo se cumplen 800 años. Una advertencia previa: Navarra, como comunidad, como reino, como provincia, sólo tiene escudo desde el año 1910. Hasta ese año, las distintas formas en que se ha representado el escudo de "Navarra" correspondían, exclusivamente, a sus dinastías y reyes.
En el siglo XII, en el norte de Francia y el sur de Inglaterra nace la heráldica. Hasta esa fecha, ningún rey, noble o caballero llevaba en su armadura —o poseía— unos dibujos y unos colores que lo distinguieran y diferenciaran de sus iguales.
Nobles y caballeros pronto sintieron la imperiosa necesidad de distinguirse en los torneos y en los combates. En los primeros —como ahora sucede en el deporte—, para que los espectadores los reconocieran; en los segundos, para saber contra quien peleaban, pues embutidos en sus trajes de combate todos parecían iguales y hasta los rasgos de su rostro quedaban ocultos bajo el yelmo.
Y dadas las características del equipo militar que llevaban, el escudo que embrazaban, y las cubiertas del caballo, eran, con su amplia superficie, los lugares más adecuados para mostrar su diferencia, y los colores la forma más visible de hacer patente esa individualidad.
Por eso, entre los caballeros y gentes de guerra es donde antes y con más extensión se desarrolló el mundo del emblema en la Europa de mediados del siglo XII, lo que obligó a crear un código de signos al que la realeza se mostró al principio refractaria, pues, únicos en su territorio, todos reconocían su autoridad y tenían otros medios de mostrarla: corona, cetro...
A la Península Ibérica tardó en llegar esa moda. El primero en sumarse a ella fue Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, pero los reyes hispanos siguieron aferrados a la Cruz de la Victoria que desde el comienzo de la Reconquista habían adoptado los reyes asturianos.
También los reyes de Pamplona (así se llamaban) usaron esa cruz como signo jerárquico distintivo, reconociendo una primacía a Asturias, tanto por haber iniciado la lucha contra el Islam como por ser la heredera de la sociedad goda a la que ellos se sentían pertenecer.
La vemos en los descendientes de Sancho el Mayor, tanto navarros como aragoneses, que grabaron en el reverso de sus monedas una cruz, e iniciaban sus documentos con un crismón.
Cruz que por figurar en las antiguas monedas del reino aragonés, su rey Pedro el Ceremonioso consideraba que era un emblema propio de Íñigo Arista, adoptado por todos los reyes de Aragón de la dinastía navarra.
Lo cierto es que ningún rey navarro ni aragonés anterior a Sancho el Sabio usó de emblema alguno. Algo incomprensible para los navarros del siglo XV, los cuales consideraban que los rasgos característicos de su sociedad habían existido en siglos anteriores.
Por ello, ya en tiempos de Carlos III crearon para los primeros monarcas navarros armas parlantes imaginarias, totalmente inventadas, que hacen referencia a los sobrenombres de esos antiguos monarcas. Así, la Genealogía Latina de los Reyes de Navarra describía las armas de esos reyes como de gules (rojo) llano, excepto para Sancho Abarca y su hijo, al que le adjudicaban dos abarcas de oro sobre campo rojo (observemos que desde siempre el rojo se ha asociado con Navarra).
Años más tarde, el Príncipe de Viana en su Crónica, y Juan de Jaso (padre de San Francisco Javier) en la suya, mantienen las abarcas para Sancho (están representadas en Irache, Leire, Laguardia y Nájera), y sobre campo rojo ponen ariestas o aristas solas para Íñigo Arista, o acompañadas por otros elementos para sus sucesores.
¿Por qué ariestas? En el medievo, y hasta época reciente, no se pensaba que el sobrenombre de Arista procediera del roble (en vasco, aritz, lo que nos llevaría a Arizta, no a Arista), sino de la raspa o filamentos de la espiga (conocidos como ariestas o aristas), elemento que se consideraba altamente inflamable (la espiga ya figuraba en alguna moneda antigua navarra, aunque la interpretación que se hizo de ella pudo no ser correcta).
Para ellos, el sobrenombre del legendario rey no estaba relacionado con la dureza del roble (no sabemos a qué se asociaba entonces la dureza; pudo ser al pedernal, al hierro, al roble o a otro elemento), sino con la combatividad y belicosidad representada por ese elemento que tan fácilmente ardía. Combatividad y belicosidad mucho más valoradas en la Edad Media que la dureza.
Volviendo a la historia real, no hay certeza del momento en que los monarcas navarros empezaron a utilizar sellos para cerrar objetos o validar documentos.
En los primeros no incluían su imagen, y fue Sancho el Sabio el que por primera vez la trasladó a un sello, en cuyo anverso y reverso aparece su figura ecuestre, vista por su lado izquierdo (era el tipo común en el ámbito mediterráneo, mientras que el anglo-francés se mostraban por el lado opuesto), con la leyenda + SANCIVS : DEI GRATIA : REX NAVARRE en el anverso, y + BENEDICTUS : DOMINVS : DEUS : MEUS : en el reverso.
No lleva emblema heráldico, sino la bloca (conjunto de refuerzos que desde uno prominente y central partían en forma de barras radiales, generalmente ocho, que terminaban en remates floronados o ancorados y a veces llegaban hasta otra barra perimetral) que era común a todos los escudos.
Con el tiempo, la bloca o umbo (prominencia que había en el centro del escudo) pasó a dar nombre a la totalidad de los refuerzos, y la primera diferenciación pictórica de los escudos consistió en dar colores diferentes a las partes comprendidas entre las barras radiales.
Y cuando la bloca, decorada con piedras preciosas pasó a tener carácter emblemático, se le denominó carbunclo, nombre que recibía el rubí (en realidad debía ser un granate) que iba engastado en el centro, del que se decía que era como un carbón encendido cuya claridad alumbra a quien lo lleva, y que al iluminarse en la noche era capaz —si se llevaba en el yelmo— de guiar en la oscuridad a un ejército de mil hombres.
Rubí que en el escudo de Navarra, en el siglo XIV pasó a ser esmeralda, como consta en la descripción que de él se hace en el Armorial de Urfé (1360-1370): «de gules (rojo), un carbunclo de oro pomelado (perlado) iluminado de sinople (verde) en el medio a manera de esmeralda».
A la muerte del rey Sabio, esa forma de representarse había quedado totalmente obsoleta (era el único de los cinco monarcas hispanos que no tenía emblema, lo que resultaba totalmente anómalo), por lo que Sancho el Fuerte, al sucederlo (1194), adoptó el águila (con el pico plateado, según Oihenart) como emblema propio.
¿Por qué el águila? Porque era el emblema de feudo normando de su abuela Margarita de L´Aigle (en latín L´Aquila) —único miembro de la familia que poseía emblema—, a la que tan vinculado estaba y que tan importante papel había desempeñado en la familia.
Margarita era una normanda que llegó a Tudela de la mano de su tío Rotrou, conde de Perche, que con otros caballeros de su tierra bajó en ayuda de Alfonso el Batallador, del que era primo-hermano, recibiendo en recompensa el señorío de Tudela (Gilbert de L´Aigle, hermano de Margarita, recibió del mismo rey el señorío de Corella, razón por la que esta ciudad lleva el águila en su escudo).
Cuando Rotrou regresó a Normandía, dejó Tudela a Margarita, casada con García Ramírez, que al acceder al trono de Navarra vinculó ese territorio a su corona, y es conocido con el sobrenombre de el Restaurador.
Esta águila figura en documentos como el fuero de Viana, en una clave del monasterio de la Oliva, y en un poema provenzal, lo que indica que se había internacionalizado.
Al final de sus días, Sancho el Fuerte modificó el reverso de su sello, y bajo las garras del águila puso dos leones que tomó del emblema de su abuelo Alfonso VII de Castilla (por las mismas fechas se labraron en Las Huelgas dos sepulcros gemelos para la madre y el hermano de Sancho el Fuerte, en las que también figuran el águila y el león).
Sancho el Fuerte y sus sucesores nunca utilizaron cadenas, y tuvo que llegar el año 1400 para que por primera vez se nombraran.
Lo dice la citada Genealogía Latina al afirmar que el escudo de Navarra está compuesto por un «campum rubeum e catenas dauratas» (campo rojo y cadenas doradas).
También Carlos III las cita en el Privilegio de la Unión que en 1423 otorgó a Pamplona: el «campo sera de gueulas et la cadena que yra alderredor de oro».
Desde entonces ha sido comúnmente aceptado, y casi ininterrumpidamente se ha venido afirmando que las cadenas que hoy lleva el escudo de Navarra están tomadas de las que Sancho el Fuerte trajo de las Navas de Tolosa.
No es cierto. Tampoco lo es que la esmeralda del escudo que se conserva en Roncesvalles proceda del botín de aquella batalla, pues recientes análisis han demostrado que es de origen colombiano.
Por otra parte, ni el papel de Sancho el Fuerte fue tan importante y decisivo como se dice en nuestra historia (acudió a regañadientes al mando de 200 caballeros navarros), ni es un rey que merezca especial consideración: enemistado con Castilla, buscaba ayuda en tierra de moros cuando los castellanos conquistaron Vitoria y recibieron el vasallaje de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado, por cuya recuperación no movió un dedo.
Fue también, por decirlo de alguna manera, un usurero. Con la reforma de su hacienda, la apropiación de patrimonios sin herederos directos y las campañas que con el consentimiento de la monarquía aragonesa (Navarra no tenía frontera con los moros) realizó sobre tierras musulmanas, acumuló una gran fortuna que utilizó para continuar sus aventuras territoriales, consolidar su patrimonio y proporcionar préstamos a monarcas y nobles, por los que recibió en garantía castillos de otros reinos de los que sólo siguen vinculados a Navarra los de Javier, Peña y Petilla.
Fallecido sin descendencia directa, los navarros nombraron rey a Teobaldo, hijo de Blanca, hermana de Sancho el Fuerte y viuda de Teobaldo III, conde de Champaña y Brie.
Teobaldo IV de Champaña y I de Navarra añadió a su patrimonio (su condado, situado al norte de París, era uno de los territorios más prósperos y cultos del reino franco) el reino navarro, agregando a sus títulos condales el de rey.
Cuando el nuevo rey llegó a Navarra, nuestros antepasados debieron exigirle que adoptara un emblema que representara el reino. En esa tesitura, no queriendo utilizar el águila de su antecesor (era el emblema de otro territorio francés), para salir del paso adoptó las armas de su abuelo Sancho el Sabio. Esto es: un escudo blocado.
En ese sello, adaptado a los modelos usuales en el norte de Francia, cambió la orientación del jinete, redujo la longitud del escudo, y en una leyenda recogió sus atributos reales y condales.
No es un escudo heráldico, ni la bloca es un emblema, aunque se cree que su color rojo le daba un carácter pre-heráldico que lo diferenciaba de otros escudos blocados.
Carácter heráldico y emblemático le da la modificación que introdujo su hijo Teobaldo II al llenar de besantes (monedas de oro bizantinas que dieron nombre en heráldica a los círculos dorados) la bloca.
Como un carbouncle besancié, describen este nuevo escudo los armoriales anglo-franceses.
Este diseño de Teobaldo II tuvo éxito, y desde entonces (con su adaptación a creencias y modas) ha representado a Navarra, por lo que todos los monarcas que le han sucedido lo han respetado, agregándole las armas de su linaje.
Así, en los sellos reales de Teobaldo II, en la mitad izquierda figura el escudo de Navarra, y en la derecha el de Champaña, combinación que también la utilizaron en sus posesiones francesas, y hasta Felipe el Hermoso de Francia, rey consorte de Navarra, en su primera época llevó las armas de Navarra y de Champaña con las lises de Francia en la parte superior, al estilo del sello del Châtelet de la Prebostería de París que incluyo en la foto siguiente.
Cuando los champaña dieron paso a los capetos, y reinaban a la vez de Francia y Navarra —con la excepción antes expuesta—, en la mitad del escudo figuran las lises de Francia, y en la otra mitad el carbunclo de Navarra.
Y al ceñir la corona los Evreux, las lises francesas, con una banda que las diferenciaba de las del rey galo, continuaron formando parte de nuestro escudo.
Armas que siguió utilizando Carlos III de Navarra al renunciar al condado de Evreux y recibir a cambio el de Nemours, porque ellas lo vinculaban a la familia real francesa.
Aclaremos que los Evreux, al igual que los Valois, eran descendientes de Carlos el Calvo, rey de Francia. Al morir éste sin descendencia, Felipe de Evreux y Felipe de Valois, primos entre sí, llegaron al siguiente acuerdo: el primero fue nombrado conde de Evreux (y rey consorte de Navarra por su matrimonio con la heredera de nuestro reino), y rey de Francia el segundo.
Acuerdo que con los años saltó por los aires, lo que dio origen a la aventura francesa del rey de Navarra Carlos II el Malo.
El último de los Evreux fue Blanca de Navarra, casada en segundas nupcias con Juan, infante de Aragón, de familia castellana, que con el nombre de Juan II ocupó los tronos de Navarra y Aragón.
Como su esposa era reina viuda de Sicilia, Juan II acumula (verlo en la foto siguiente) las armas de Navarra y Evreux, las de Aragón y Sicilia, y las de Castilla y León.
A este rey le sucedió Leonor de Navarra, casada con el primogénito del condado de Foix, que en su escudo llevó las armas de Navarra y Evreux, Foix y Bearne, Aragón, Castilla, León y Bigorra.
Con estas armas vemos a su nieto Francisco Febo, y más tarde a su hermana Catalina de Navarra, que, al casar con Juan de Albret o Labrit, a las armas anteriores añadió las del esposo.
Y cuando Navarra quedó dividida en dos partes, los sucesores directos de los reyes navarros, y los monarcas castellanos, siguieron llevando las "cadenas".
Cadenas que no eran tales, sino, como se ha dicho, besantes. El primero que las cuestionó fue el suletino Arnaud Oihenart en su documentada obra Notitia Utriusque Vasconiae, editada en París en 1637.
En ella defiende que las antiguas armas de Navarra no representan cadenas, sino el carbunclo; por considerarlas imaginarias desmonta las armerías atribuidas a nuestros primeros monarcas; afirma que hacia 1587 se representaron por primera vez como cadenas; y dice que sólo el Príncipe de Viana menciona las cadenas, mientras que autores mucho más antiguos lo describieron como un carbunclo radiado de oro, dividido con esferillas y el centro verde.
Hoy todos los autores reconocen que Oihenart tenía razón, pero en su época provocó la reacción de los navarros, que ofendidos y encabezados por el Padre Moret se opusieron a la tesis del suletino.
A pesar de que Oihenart estaba en lo cierto, la navarra popular y oficial siguió y sigue considerando que el escudo de Navarra está formado por cadenas.
Así, cuando el 22 de enero de 1910, aproximándose la celebración del aniversario de las Navas de Tolosa, la Diputación de Navarra fija por primera vez y de forma oficial el escudo, y regula su uso, resuelve que desde después de las Navas «el escudo de armas de Navarra tiene como elementos esenciales, según tradición constante, cadenas de oro sobre fondo de gules con una esmeralda en el centro de unión de los ocho brazos de eslabones».
Y para fijar definitivamente su forma, incorpora al acuerdo un dibujo en el que los eslabones se parecen a los que Sancho VII había entregado a Irache, custodiados desde la Desamortización en el salón de sesiones del Palacio Provincial.
En la misma sesión convienen «subsanar la falta de existencia de la Bandera de Navarra», encargando una para poner en las solemnidades (conviene saber que pocos años antes Sabino Arana había creado la ikurriña).
Así, el 15 de julio del mismo año, tras consultar a Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y José Altadill, significados miembros vascófilos de la Comisión de Monumentos, aprueban que la nueva bandera sea de «tela roja (...) con las cadenas del escudo de Navarra y sobre ellas la corona real bordadas o pintadas de oro en el centro, más la esmeralda que forma parte de dicho escudo en el centro de las cadenas», y deciden que sea izada «el 16 de julio corriente en conmemoración de la gloriosa batalla de Las Navas de Tolosa».
Para saber más:
—El escudo de armas de Navarra, de Faustino Menéndez-Pidal y Javier Martínez de Aguirre.
julio de 2012