Después de tratar sobre los castillos de Estella y sus características, relataré algunos hechos de los que fueron testigos. Las fotografías muestran lo poco que se conserva de la murallas de la ciudad.
Mediante el tratado de Carrión (1140), el rey de Castilla y León, Alfonso VII, y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y gobernador de Aragón, se propusieron el reparto de Navarra, acordando que Estella y su comarca pasaran a Castilla. Pretensión castellana que permaneció viva hasta finales del siglo XV.
Alfonso, receloso de que dos terceras partes de Navarra se incorporaran a Aragón, desistió tras acordar que la infanta Blanca se desposara con su primogénito.
Once años después, Alfonso y Ramón volvieron a acordar el reparto de Navarra, pero las excesivas pretensiones del conde catalán rompieron el acuerdo, y Blanca casó con el infante castellano, que tras el fallecimiento de su padre fue nombrado rey de Castilla con el nombre de Sancho III el Deseado.
Su nieto Alfonso VIII, y el rey Pedro de Aragón, el año 1200 invadieron Navarra aprovechando la ausencia de su rey, Sancho el Fuerte, desplazado a Sevilla para pedir auxilio almohade.
Tras conquistar la zona de Sangüesa y Roncesvalles, Álava y Guipúzcoa, Alfonso VIII se apropió de más de veinte castillos y fortalezas navarras, «y creído que (...) no había de encontrarse con seria resistencia -dice Altadill-, intentó apoderarse de Estella; apenas hecho acto de presencia (...), pudo darse cuenta de su error, pidió refuerzos, y estableció un formal asedio; los de Estella (...) no solo opusieron tenaz resistencia (...), sino que con salidas frecuentes rompieron el cerco y originaron grandes estragos en las filas de los derrotados» castellanos, que levantaron el cerco.
Y dice el historiador aragonés Abarca: «la heroica resistencia de los habitantes de Estella fueron las causas por las que el rey Sancho (VII el Fuerte) no perdió la mayor parte de su reino»
En 1206, los reyes de Castilla y de León, persiguiendo a Diego López de Haro, Señor de Vizcaya, pusieron sitio a Estella.
Nos lo cuenta el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada en De rebus Hispanie gentis: «y habiendo los reyes de Castilla y de León puesto sitio a Estella, pueblo nobilísimo, D. Diego López, Señor de Vizcaya, que se hallaba dentro del lugar con algunos nobles, se resistía con sus habitantes en los asaltos; y entre las viñas sucediéronse varios encuentros y muertes; pero porque el pueblo con su gran fortaleza quebrantaba las filas de los sitiadores minorando su número y alejando las esperanzas de su conquista, levantaron los reyes el sitio, quemando y arruinando todas las campiñas y comarca, con gran daño de sus vecinos, volviéndose a sus reinos».
Este fracaso -reconocieron los atacantes- marcó el límite al que podían llegar las armas castellanas.
Buscando una paz duradera con Castilla, Teobaldo I propuso a Fernando III la boda de su hija Blanca con el futuro Alfonso X el Sabio, llegándose al siguiente acuerdo: Alfonso heredaría Navarra, quedando para otros hijos del champañés sus condados franceses; si Teobaldo moría sin descendencia, Blanca heredaría el reino y los condados; si Alfonso fallecía antes de contraer matrimonio, Blanca se casaría con el hermano del difunto; si Blanca moría antes de casar, el acuerdo valdría para otras posibles hijas de Teobaldo; y sólo si Blanca moría sin descendencia Navarra pasaría a los herederos del champañés.
En la dote de Blanca figuraban, entre otros, los castillos de Inzura, Estella, Los Arcos, Marañón y Buradón, todos ellos en la merindad de Estella. Pero este acuerdo contradecía las leyes navarras, y cuando Teobaldo consideró consolidado el trono, lo olvidó y casó a Blanca con el hijo del conde de Bretaña, a quien también prometió la sucesión al trono navarro, lo que quedó sin efecto al nacer su heredero (Teobaldo II). El rey de Castilla, ofendido, juró pasar a sangre y fuego a todo el reino de Navarra.
En agosto de 1254, Jaime I el Conquistador, rey de Aragón y custodio de Navarra por ausencia de Teobaldo II, se entrevistó en Estella con Diego López de Haro III, Señor de Vizcaya y alférez real de Castilla, que junto con otros castellanos había jurado vasallaje al rey aragonés.
Poco después, fallecido Diego, el infante Enrique quiso disputar el trono a su hermano Alfonso X, y, tras huir de Castilla, se presentó en Estella acompañado de Lope Díaz de Haro III (hijo de Diego) y un numeroso cortejo de caballeros. Rindieron vasallaje al rey de Aragón, y se juramentaron a hacer la guerra a sus enemigos.
Acuerdo que quedó sin efecto con la llegada de Teobaldo II, al que Luis IX de Francia, que negociaba la boda de su hija Blanca con un hijo de Alfonso X, había aconsejado que no hiciera guerra con Castilla.
En 1274, el infante Teobaldo, único hijo varón de Enrique I el Gordo, se soltó de los brazos de su cuidador, asomado a la galería del castillo, muriendo despeñado. Con su fallecimiento se extinguió la sucesión masculina de la dinastía de Champaña, dando paso a la unión de las coronas de Navarra y Francia.
García de Eugui, obispo de Bayona y confesor de Carlos III el Noble, lo relata así en su Chronica: «En vida deste rey don Enrich, don Tibalt su fijo era chico e su ayo teníalo en braços en la peynna del castillo mayor d'Estella e adelantólo en la peynna por tomar un esquirol e cayó el moçuelo de la peynna a juso, et el ayo lexóse caer faga del; et assi murieron los dos»
Al fallecer Enrique I el Gordo, y decidir la viuda casar a su heredera con un hijo del rey de Francia, se creó una compleja situación que dividió el reino en partidarios de Francia, a la que de facto fue incorporada Navarra, y de Castilla.
El obispo y la Navarrería pamplonesa pidieron apoyo castellano para oponerse a los francos de San Cernin y de San Nicolás, y al gobernador Eustaquio de Beaumarchais, hombre de gran talento, resolutivo y enérgico, llamado por los historiadores el Duguesclin de su tiempo, que entró en Navarra como elefante en cacharrería.
Senescal de Toulouse y hombre de confianza de Felipe III de Francia, al que había prestado juramento, Beaumarchais se presentó en Pamplona a finales de 1275. En enero del año siguiente, en nombre de la reina Juana, de cuatro años de edad y prometida del delfín de Francia, juró los Fueros en Estella, recibiendo el homenaje de los nobles y las buenas villas.
Las fuerzas castellanas se establecieron en Estella, pero regresaron a su tierra tras destacar una avanzadilla a la sierra del Perdón y observar cómo Beaumarchais, que se había refugiado en los burgos pamploneses, fue liberado por un potente ejército francés.
Las fuerzas galas le ayudaron a someter a los navarros, redujeron a escombros la Navarrería pamplonesa, y arruinaron la catedral románica, que décadas después fue reconstruida en forma gótica.
Sometida Pamplona, puso sitio a Estella, que plantó encarnizada resistencia antes de capitular. El acuerdo no se respetó, la ciudad fue saqueada, y sus habitantes sometidos a tormento.
A partir de ese momento Navarra se convirtió, de facto, en un apéndice de la monarquía francesa, y Beaumarchais, temeroso de la amenaza castellana, reforzó las defensas navarras y construyó el castillo de Belmecher (a él debe el nombre), por lo que no está claro si su construcción responde sólo a una necesidad defensiva, al deseo de proteger el Borc Nuel (Burgo Nuevo) que se había levantado en torno a la iglesia del Santo Sepulcro, a dar seguridad a la segunda judería de Estella, que estaba un tanto desprotegida, a adaptarse a las nuevas capacidades ofensivas, o, quizá, a todos esos motivos.
Sebastián Iribarren (Apuntes sobre la historia antigua de Estella) nos dice que «Enrique II de Castilla se alió con Francia, reunió un ejercito de cuatro mil caballos y crecidos escuadrones de infantería y tropas de gente noble de Castilla, y poniendo al frente a su hijo don Juan penetró por tierra de Navarra.
Asolando los campos (...), presentose el Infante (en Estella) el invierno de 1378, tomando algunas alturas que rodean a la población. Impacientes los sitiados al ver la calma con que preparaban el asedio, salieron destruyendo sus obras y haciendo sensibles bajas, no dejándoles un momento de reposo. Lleno de ira el Infante, (...) mandó talar todos los campos y echar abajo cuantas casas y palacios había en las afueras...», y levantó el asedio.
«Agradecido el Rey del heroísmo de sus estelleses, que solos habían sostenido el honor de su corona..., concedió un extenso privilegio, eximiéndoles, entre otras cargas, del tributo de peaje, pontaje, peso, barcaje y lezas por todo su reino».
Esta referencia a las «casas y palacios que había en las afueras», me recuerda a los cigarrales de la ciudad de Toledo.
El tratado de Briones (1378), que puso fin a las empresas bélicas de Carlos II el Malo, dictaminó, entre otras medidas, que a Castilla se le entregara en rehenes las fortalezas de Tudela y San Vicente de la Sonsierra.
Además, quince fortalezas de la merindad quedarían en poder de Castilla durante 10 años, y el castillo de Estella pasó al cargo de Remiro Sánchez de Arellano, previa su desnaturalización de fidelidad al monarca navarro.
Todas fueron devueltas en 1386, excepto los castillos de Estella, Tudela y San Vicente, que quedaron en manos castellanas hasta que en 1387 falleció Carlos II.
Dice Sebastián Iribarren, que en 1451 «Estella era cuartel general del bando agramontés, a donde se había retirado la reina Juana Enríquez, (madre de Fernando el Católico, había recibido el encargo de gobernar Navarra, excluyendo al Príncipe de Viana, al que profesaba un grandísimo odio), segunda esposa del rey de Navarra, por lugar más seguro para su defensa.
El príncipe Carlos de Viana, al frente de sus partidarios, a los que se agregaron fuerzas de Castilla, (...) pusieron sitio a Estella, estrechando el cerco a fin de apoderarse de la Reina. (...). Los estelleses, que habían jurado defender a la Reina, aguantaron los continuos asaltos de los sitiadores».
En su ayuda acudió Juan II, pero viéndose en inferioridad de condiciones regresó a Zaragoza en busca de refuerzos. Esta retirada fue malinterpretada por Carlos de Viana, que levantó el sitio.
Cuando Juan II regresó con refuerzos, hizo prisionero a su hijo Carlos, que en el presidio se enteró del nacimiento de su hermanastro Fernando (el Católico). Nacimiento que tuvo lugar en Sos, a donde desde Sangüesa fue llevada en andas Juana Enríquez para que su hijo no naciera en Navarra.
Luis XI de Francia, aliado del rey Enrique de Castilla, al que los catalanes habían proclamado rey del principado, facilitó a Juan II de Aragón y Navarra un ejército para someter a la rebelde Cataluña.
Para resolver esta contradictoria situación, Juan y Enrique decidieron someterse al arbitrio del francés. Éste, sabiendo que el rey navarro-aragonés no podía oponerse a su arbitraje hasta solucionar el problema catalán, dicto en Bayona una sentencia (1463) que fue aceptada por las partes.
Básicamente, consistía en que el castellano retiraría sus tropas, renunciando a Cataluña, cuyos habitantes volverían a la obediencia aragonesa, y serían perdonados. En contrapartida, el rey navarro entregaría a Castilla la merindad de Estella, una cantidad de dinero en monedas de oro, perdonaría a los navarros partidarios del Príncipe de Viana y del rey castellano, les devolvería los bienes secuestrados, y la reina Juana Enríquez quedaría en garantía, confinada en la villa de Larraga, que junto con las de Laguardia, Los Arcos y San Vicente de la Sonsierra eran rehenes de Castilla desde 1430.
Los Arcos -y las villas de su entorno- aceptó su entrega, pero Estella lo rechazó, y con mosén Pierres de Peralta al frente impidió su anexión. San Vicente de la Sonsierra, Laguardia, Labastida y todo lo que hoy conforma la Rioja alavesa ya no retornaron a Navarra, y Los Arcos y su partido estuvieron en poder de Castilla hasta 1753, en que se reincorporaron a Navarra.
Yánguas y Miranda ("Diccionario de Antigüedades del reino de Navarra") dice que cuando Enrique IV de Castilla «se presentó con su ejército para tomar posesión de Estella y su merindad. El pueblo, y Mosén Pierres de Peralta, lo resistieron, y el rey de Castilla se vio en la precisión de desistir de su intento después de haber destruido los campos, con lo cual se conservó para Navarra aquel país excepto los pueblos de Los Arcos y su partido, que no pudieron resistir.
La princesa Doña Leonor, en consideración a esto, (...) concedió a Estella un mercado franco de toda imposición el día jueves de cada semana», y la eximió a perpetuidad del impuesto de la alcabala sobre el pan.
Como reconocimiento a su labor, mosén Pierres de Peralta recibió un solar frente a la iglesia del Santo Sepulcro, donde se hizo una casa-palacio que tomó el nombre de Alcaicería, recibiendo del rey el nombre de honor y el privilegio de que ningún malhechor que se refugiase en ella, por grave que fuera el delito, pudiera ser perseguido hasta el tercer día.
De este palacio, Gustavo de Maeztu dijo (revista Pregón de 1945) «que a juzgar por su perímetro que aún conserva, frente a la iglesia del Santo Sepulcro, debía de preocupar por su grandeza a la propia fortaleza de la ciudad».
Para alejar la posibilidad de que la princesa Leonor de Navarra accediera al trono, su hermano Carlos de Viana se ofreció en matrimonio a Magdalena, hermana del rey de Francia.
Pero, fallecido Carlos, Magdalena contrajo nupcias con Gastón, hijo del conde de Foix y de Leonor de Navarra, al que asignaron en herencia el patrimonio de sus padres, en el que entraba Navarra, en el supuesto de muerte o renuncia de la legítima heredera, la princesa Blanca.
Ésta, conducida a Francia contra su voluntad, dejó heredero a su exmarido, Enrique IV de Castilla, en el supuesto de que falleciera sin descendencia, como sucedió al ser envenenada (1464) por orden de su hermana Leonor.
A mediados de 1478, como un episodio más de la guerra civil que vivía Navarra, el conde de Lerín y el merino de Estella, Pero Lope de Baquedano, que como otros muchos partidarios de los Beaumont había sido despojado de sus propiedades por la infanta Leonor, llegaron a ofrecer la fortaleza de Estella al rey de Castilla.
Desalojados del castillo por los agramonteses, lo volvieron a ocupar en 1484, pero no entraron en la ciudad por haber llegado tarde los refuerzos castellanos.
No obstante su enfrentamiento, ni agramonteses ni beaumonteses eran partidarios del matrimonio de Catalina de Navarra (hija de Magdalena de Francia, regente de Navarra) con Juan de Albret, mostrándose favorables a su matrimonio con el infante Juan de Castilla, lo que hubiera supuesto la reconciliación de ambos bandos, y es posible que la conquista (1512) y anexión de Navarra a Castilla no se hubiera producido.
Nos lo cuenta Iribarren, recogiendo de Eguía el relato: «El merino de Estella, D. Lope de Baquedano, ambicionaba hacia tiempo el gobierno del castillo, que tenía en su poder Mosén Pierres de Peralta. Pese a tener partidarios en la villa, y convencido de que por la fuerza sería imposible hacerse dueño de él, se valió de la astucia: se llegó al castillo pidiendo protección para su persona y sus bienes, alegando que ciertos sujetos trataban de hacerle molestia. El gobernador del castillo dio crédito a la fingida historia recibiéndolo y hospedándolo en lo más fuerte de él.
Lope, que había introducido (...) unas escalas (...), treparon por ellas soldados y adheridos, con los que se apoderó del mismo; y haciéndose fuerte en él, desterró de la ciudad al gobernador (...) junto con el mariscal D. Pedro y su esposa».
Dueño Lope del castillo -dice Francisco de Eguía-, introdujo a sus partidarios e hizo en la ciudad prisioneros. Mediaron varias personas, se sometió Lope al rey, y aceptó entregarlo.
Cuando el rey, que se encontraba en Zaragoza, llegó a Estella para tomar posesión del castillo, Lope cambió de opinión y se alzó arrastrando a varios alcaides.
Después de varias avenencias y alzamientos, Lope fue apresado por la gente de Leonor, que lo puso en libertad a cambio de la entrega del castillo. Pero una vez en él, se hizo fuerte, resistió varios asaltos, y trajo gente de Castilla que hicieron secuestros y saquearon parte de la ciudad.
No contento con ello, se apoderó de Belmecher, que entregó al conde de Lerín, y junto con todas las fortalezas de Tierra Estella se levantó contra el rey.
Alzado estuvo Lope muchos años, hasta que volviendo de intrigar en Castilla, la gente del castillo no le abrió la puerta. Avisados los reyes, se hicieron cargo de él y lo entregaron a Fernando de Urra, que nombraron merino.
Lope siguió maquinando, alcanzó la libertad, y con apoyo interior escaló las murallas, hizo preso a Fernando de Urra, y lo ejecutó en la plaza del mercado.
Después de ofrecerlo sin éxito al rey de Castilla, abandonó el castillo, y acabó sus días en Francia, donde casó noble y ricamente. Pasado siglo y medio, sus sucesores pusieron pleito reclamando las propiedades de media Estella.
Carlos III, entregado a una vida de placer y lujo, dejó en abandono los castillos y fortalezas, por lo que cuando el Duque de Alba entró en Navarra (1512), la mayor parte de las defensas del reino se encontraban arruinadas o en estado muy precario.
Las de Laguardia, San Vicente de la Sonsierra, Los Arcos, Asa, Bernedo, Ferrera, Labraza, Toloño, Toro, Artajo, Marañón y Punicastro -todas, en la merindad de Estella- estaban en poder de Castilla desde 1460, o abandonadas a consecuencia de esa guerra.
Otras muchas eran propiedad de la nobleza, y sólo las «de Pamplona, Tudela, Estella, Viana, Sangüesa, Lumbier y San Juan de Pie de Puerto estaban en condiciones de hacer frente a los embates de la artillería» (Martinena).
En esta guerra, el castillo de Estella, que había soportado con éxito tantos asedios, por primera vez se rindió, y lo hizo ante los navarros partidarios de Fernando el Católico, apoyados por fuerzas castellanas en las que abundaban los vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos.
Una vez conquistada Navarra, para afianzar el dominio castellano, evitar los gastos de mantenimiento y defensa, e impedir que las fuerzas leales a los Albret pudieran ocuparlos, unos veinticinco castillos de escaso valor militar fueron derruidos, y desmantelaron los elementos defensivos de las iglesias.
Nos lo dice Martinena: «Como acertadamente escribió Boissonnade, no escapó a la penetración del rey Fernando que contar con un excesivo número de fortalezas era multiplicar los puntos vulnerables en un país recién sometido, debilitar con la dispersión de fuerzas las posibilidades de defensa; y por otra parte, dar pie a que nuevamente surgiesen banderizos poderosos con sus luchas y rivalidades y, sobre todo, ofrecer posibilidades de éxito a intentonas y sublevaciones que pudieran producirse en el futuro.
Puede decirse que los castillos derribados en 1512 resultaban ya más perjudiciales que útiles para la defensa del reino, al menos desde el punto de vista de su nuevo poseedor (...).
Da la impresión de que lo que se hizo en 1512, más que una demolición gratuita, fue un intento de racionalización de la estructura defensiva del reino. En síntesis, su propósito era el de mantener en pie únicamente aquellos castillos que tenían interés estratégico y cuya dotación armada podía cubrirse con los efectivos disponibles».
Según Moret, en el año 1516, durante la regencia de Cisneros se derribó el castillo de Belmecher (lo que indica que no era el más importante de la ciudad) y se suprimieron los elementos defensivos de las iglesias de San Pedro de Larrúa y San Miguel.
Sólo quedaron en pie los castillos de Monreal, Lumbier, Tudela, confiados a caballeros beaumonteses, mientras que los de Pamplona, Estella, Sangüesa y Maya, de mayor valor estratégico, se pusieron al mando de castellanos y aragoneses, reforzando y reparando sus instalaciones. Pocos años después, a excepción de los de Pamplona y Estella, fueron derribados.
Cuando estuvo operativa la ciudadela de Pamplona, nuestro castillo dejó de tener importancia estratégica, y en 1572 fue minado y volado, cayendo parte de sus piedras sobre la iglesia de San Pedro de Larrúa, arruinando su nave central, el claustro, y ocasionando desperfectos que se valoraron en 1.000 ducados. A consecuencia de ello hubo de rebajarse la nave central, y dos de las alas del claustro románico desaparecieron para siempre.
Derruido el castillo, la guarnición, en la que había soldados de 60 y 70 años, se trasladó a la ciudadela de Pamplona. El mismo destino tuvo la capilla, con sus ornamentos, censos y rentas.
El capellán del Puy, al verse privado de los 10 ducados anuales que recibía por las tres misas semanales que celebraba para las gentes de armas, puso pleito ante la Real Corte, logrando que se le retornaran los estipendios.
Los despojos del castillo fueron tasados en 5.000 ducados, pero como nadie ofreció más de 850, «la piedra de cantería, madera, yerro, clavazón, teja y cubaje» fue entregada (1575) a la marquesa de Cortes para que los empleara en la reparación de la capilla mayor y bóvedas de la iglesia de San Pedro Larrúa. No es cierto, por tanto, que sus piedras sirvieran para levantar la ciudadela pamplonesa.
La piedra de los muros que parcialmente quedaron en pie, fueron poco a poco sustraídos y empleados en otras construcciones, como cité en mi trabajo sobre el palacio del Gobernador.
En vista de ello, el Fiscal y Patrimonial del reino interpusieron un pleito (1632) contra el cantero estellés Antonio Larrañaga, acusado de haber derruido parte de la muralla del castillo y tomado su piedra.
Ese fue el triste destino de un castillo que asombró a quienes lo conocieron, y en cuya recuperación no acertamos.
junio de 2011