Expuesto en el trabajo anterior lo relacionado con el nombre y situación de los castillos estelleses, en este trabajo trataré de sus características.
En 1985, dirigidos por José Andrés Fernández y Carlos Echávarri, un grupo de estelleses comenzó a excavar en la peña mayor, poniendo al descubierto el valor de los restos que ocultaban los escombros.
Paralizada la excavación por el Gobierno de Navarra, el año 2000 la retomó un gabinete de arqueología y, con el concurso de un campo de trabajo, retiró escombros y reconstruyó muros hasta que hace dos años volvió a ser paralizada porque, según se filtró, no se realizaba con el rigor necesario.
Fruto de estas excavaciones ha quedado al descubierto parte de la cimentación del castillo, en la que se aprecian cuatro fases constructivas.
La primera -sigo a Martinena-, de finales del XII, consiste en un donjón, o torre del homenaje, de unos 10 por 3 metros, situado en lo alto de la roca y protegido por dos recintos defensivos dispuestos en terraza y de planta triangular, que conformarían una zuda (así se llamaba el espacio central de los castillos) de unos quinientos metros cuadrados distribuidos en dos o tres plantas, reforzada en sus ángulos con torres circulares.
En una segunda fase se construyó un recinto de planta rectangular situado en un nivel inferior (ignoro a qué recinto se refiere Martinena, y creo que esta segunda fase podría ser reconsiderada).
En la tercera, de la segunda mitad del XIII, se sustituye el donjón rectangular por otro ultrasemicircular, se forran los muros de los tres recintos, se añaden más torres, se construye un aljibe, y se abre la bodega en la roca.
A la cuarta fase corresponden reparaciones y añadidos realizados de finales del XIII a mediados del XVI, reordenándose el espacio inferior y la muralla que lo unía al castillo de Belmecher.
El Castillo Mayor tenía catorce torres, todas circulares, al estilo moro, cuando lo normal en Navarra eran las cuadradas, como fueron las de Belmecher y se ven en Artajona.
De alguna de ellas se conoce el nombre: la de Malaivas (en ella se hallaban las mazmorras), la del Forme, la torr mayor de la Çuda, la de la capilla de San Salvador, la del Portero, la de la Gaita (o Garita) «do suelen veyllar», la torreta «do solían ser las sobreseynnales de los de Baztán», y otra «en do está la artillería».
Torres que contaban con varias salas repartidas en dos o tres pisos separados mediante estructuras de madera.
En la zuda estarían las cámaras del rey y de la reina con sus correspondientes chimeneas, salas de guardarropía y la bañera que se usaba en 1338.
Junto a ellas se ubicarían las salas de las nodrizas -una de ellas se transformó en molino el año 1361-, así como habitaciones destinadas a usos complementarios a la cocina, como frutería, chanzonería, botellería, salsería, etc.
Y un aljibe que mediante canales de madera impermeabilizada con betún recibía el agua del tejado y la distribuía mediante túneles por las estancias.
El betún utilizado era una pasta preparada con «hueuos, pez, seuo, calcina, teilla molida et sangre de dragón pora fazer el betún del dicho aljup». Mezcla que se cocía en una caldera, y en cuya aplicación se empleaban cuerdas de esparto.
Para casos de sequía y escasez, Baltasar de Lezáun nos dice que, sin dejar la muralla, se llegaba «hasta el río, y por la parte occidental se bajaba (...) por pasadizo hecho artificiosamente, que aún se reconoce, para subir agua».
Una sala con su horno servía de panadería, y cerca de ella había un molino -el castillo poseía dos- de características industriales, con «...coluendas de robre, vigas de robre, ceillos de fierro, gorrones de fierro, planchas de fierro con sus clauos, tablas, un rodet, paynnones e palanca de fierro», etc.
Además, contaba con los correspondientes graneros para guardar el grano y la harina, tres cocinas [la mayor -seguramente dentro de la zuda-, la chica y la de afuera], bodegas, arsenales, cuadras y mazmorras.
Excluido el armamento, en un inventario de 1277 consta que había once robos (medida navarra de capacidad) de sal, quinientos de ordio (cebada), veinte de garbanzos, veinte de habas, veinte de nueces y doscientos de avena. Dos docenas de pebre (pimienta negra), veinte de candelas de sebo, dos de jengibre, siete de cera, treinta de hilo para ballestas, treinta y tres de almendras, ciento setenta y una cocas de vino, sesenta y seis cahíces de trigo, dos cargas de aceite, una libra de azafrán, diez de canela, una de giroflé (nombre francés de la especia que llamamos clavo), cien de liz (hilo de cáñamo), dos millares de arenques, cien puercos (supongo que en sal), una libra y cuarterón de azúcar, doscientos pares de zapatos, quinientas escudillas, doscientos vasos y cincuenta pellizas de ballena.
Y especificando su coste -que no reproduzco-, cita estopas e hilo de estopas, manteca, cáñamo y cuerdas, algodón, leña, carbón, huevos y queso, ajos y cebollas, lardo fundido (manteca o tocino), gallinas, tanailla (tinaja) por tener aceite, paño para calzas e otras cosas, hachas y costillas de hierro, ostilla (¿costilla?) de cocina, linternas, vinagre, cebollas, y dos dineros sanchetes.
Contaba con varias puertas falsas para ser utilizadas en casos de emergencia, y su acceso principal estaba protegido con rastrillo y puerta levadiza.
En las almenas se colocaban andamios de madera, o cadalsos (especie de balcones volados para facilitar la defensa), cubiertos por la parte de arriba para proteger de la lluvia a los soldados.
Este castillo mayor, que vengo describiendo, era uno de los preferidos de los reyes, y antes de su llegada se limpiaba y acondicionaba la zona palatina, decorándola con tapices, paramentos, muebles y otros efectos que se traían desde el depósito donde se guardaban las guarniciones del hostal real.
Junto a la cámara del rey, en la base del donjón, se habilitó un comedor de verano (en 1400 se trabajaba en «fazer el losado de piedra en el logar do el Rey suele cenar en el verano en el castiello») que contaba con una hermosa galería de arcos desde la que se veía la ciudad, evocada por Francisco de Eguía como «las vistosas galerías de que lo compusieron los reyes».
También contaba con una gran sala decorada con lujo (la Cambra de Parament), en la que se celebraban las reuniones principales.
En ella se reunieron las Cortes de Navarra en numerosas ocasiones, y en 1396 se juró y tomó juramento, como sucesoras a la corona, a las princesas María, Blanca, Beatriz e Isabel, hijas de Carlos III. También estaban las dependencias del Merino, con sala comedor, y dormitorio privado.
«En cualquier caso -dice Martinena-, a pesar de los grandes esfuerzos arquitectónicos para conseguir dar calidad de habitación al palacio del castillo, los reyes prefirieron en numerosas ocasiones alojarse en el convento de Santo Domingo, (junto al que) construyeron unos baños para hacer más placenteras sus estancias en Estella».
En 1412, buscando más comodidad, la familia real se alojaba «en ciertas casas de la villa d'Esteilla».
Tengamos presente que en Pamplona, ciudad en la que el obispo, hasta el siglo XIV, era el auténtico amo, el palacio episcopal era el único techo digno de acoger al rey, y en él residía cuando visitaba su «buena ciudad» de las montañas.
Hay que esperar hasta mediados de ese siglo para que esa ciudad tenga un palacio real y se pueda considerar una verdadera capital. A pesar de eso, no sintiéndose cómodos en Pamplona, los soberanos prefieren residir en otras ciudades (Martinena).
Para las prácticas religiosas había dos capillas dotadas con sus respectivos capellanes: la de Santa María (¿Jus del Castillo?), y, la más importante, la de San Salvador, ubicada en una de las torres más altas de la zuda.
Sin que se sepa la fecha, la capilla de San Salvador pasó a denominarse de San Miguel. Nombre que tenía tras la incorporación de Navarra a la corona de Castilla, por lo que es probable que el cambio de advocación se produjera tras la conquista.
En la capilla, dentro de un arca, se guardaba la documentación de los siglos XII y XIII (constituía el núcleo del Archivo Real) que hoy es la parte más antigua del Archivo de Comptos.
El arca tenía dos llaves y, debido a su importancia, a la capilla le pusieron doble cerradura «pora la dicha arca fincasse mejor goardada», cuyas respectivas llaves guardaban el capellán y el merino.
El castillo era uno de los lugares de Navarra en el que más Cortes se celebraron y más juramentos se recibieron. Y, junto con el de Tudela, donde se guardaba el depósito de seguridad del trigo que se recaudaba, al que llamaban el pan del rey.
Era uno de los ocho castillos mayores con que contaba Navarra, y su importancia queda también reflejada en los salarios que percibían sus alcaides. Así, en 1294, 1306 y 1351, el del castillo de Estella está entre los tres que más recibe.
Junto con el de Tudela y Sangüesa solía estar al cargo del merino respectivo, que lo habitaba cuando no lo ocupaban los reyes. En él se alojaron personajes importantes, como el Patriarca de Alejandría en 1396.
Acostumbrados a las películas ambientadas en la Edad Media, pensamos que las tropas expedicionarias y las dotaciones de los castillos eran muy numerosas. No es esto lo que nos dice la documentación.
En esa época, en Navarra, sólo los castillos de Estella, Tudela y San Juan de Pie del Puerto tenían una guarnición permanente, formada por la gente del séquito del merino, y los castillos fronterizos contaban con una pequeña vigilancia.
Nos lo dice Martinena: «En tiempo de paz, la guarnición de los castillos era muy reducida e incluso nula, si descontamos al propio alcaide, su ayudante -si lo tenía-, sus hijos y, si acaso, algún servidor o subalterno».
Llegada la guerra, o cuando se avecinaba un ataque, a cambio de la costa (pan, vino, tocino, carnero y pescado en salazón), y algo de dinero, se enviaba gente de armas a los castillos.
Así, cuando en 1305 murió la reina, se enviaron refuerzos de entre 3 y 10 hombres, y la guarnición del Castillo Mayor de Estella se aumentó con 15 hombres durante 236 días, a los que hay que sumar 10 en Belmecher.
En 1378, con motivo de la guerra con Castilla, la dotación del castillo de Estella era de 10 hombres, y en 1429, en otro conflicto con el mismo reino, su guarnición contaba con 25, más 5 del merino y 8 en Belmecher. Guarnición que en tiempos del Emperador Carlos V ascendía en Estella a 50 infantes.
Como puede suponerse, las guarniciones de los castillos dependían de la fortaleza que habían de guardar, destinándose las más numerosas a los castillos fronterizos y a los situados en el extranjero, como el de Cherbourg (Normandía).
Eran tiempos revueltos, y tan codiciada era la posesión de los castillos fronterizos que, aun cuando no hubiese guerra declarada, se procuraba apoderarse de ellos por medio de sorpresas ó sobornos, lo que se llamaba furto.
Quizá por eso, uno de los cargos de más confianza y responsabilidad era el vigilante o goai (torre de la Gaita o Garita, «do suelen veyllar»), encargado de velar día y noche por su seguridad, avisando de los peligros y dando la señal de alarma.
En 1515, en cuanto a armas de fuego, el castillo contaba con un carro serpentino con su carreta, un sacre, una cabrita, cinco ribadoquines (otro contaba el de Zalatambor), siete pasavolantes, media bombardeta, tres arcabuces, cinco burzanos y treinta escopetas, muchas de ellas incompletas, así como sesenta barriles de pólvora, cincuenta y ocho pelotas (proyectiles de piedra) para el cañón serpentino, ochenta y seis para el sacre, y quinientas de plomo para los ribadoquines.
A ello se añaden treinta trozos y una escala de cuerda, sesenta y cinco picas, tres de ellas sin hierros; cuarenta y cinco lanzas de caballería, de las que cuatro estaban en Zalatambor; veintitrés ballestas, una caja de saetas, y treinta y seis docenas de madejuelas para cuerdas de ballesta.
Años atrás, en 1305 se repararon doscientas treinta y ocho ballestas de cuerno, y treinta de madera (se empleaba tejo de la sierra de Urbasa). Y en 1339 se inventariaron ciento nueve ballestas de cuerno pintado (debido a sus terribles efectos, mortales a cien pasos, fueron prohibidas por el concilio de Letrán, en 1139, al menos contra ejércitos cristianos), y dos grandes de torno (alguna, como la llamada Larragua, era tan enorme que para ser accionada requería la fuerza de varias decenas de hombres).
Pero el arma más utilizada era la saeta, de las que en 1360 se hicieron o repararon seis mil seiscientas cincuenta.
En cuanto a caballería, en 1338 había cinco lorigas y una pechuguera. Respecto a armaduras, no parece que hubiera completas, pues lo que más se cita son cascos y refuerzos de brazo.
Esta gran desigualdad entre guarnición, armamento e infraestructura [Carlos II el Malo, en guerra con Aragón (1366) sólo pudo concentrar cuatrocientos veinticinco caballeros y ochocientos cincuenta y cinco infantes], sólo se explica por el hecho de que cuando el peligro acechaba, los vecinos y comarcanos, con sus enseres, bienes, víveres y ganados, se ponían a resguardo de los recintos amurallados (les era exigido por el rey), pasando a engrosar voluntaria o forzosamente la dotación de defensores.
También recaía en ellos la reparación de sus muros. Así, Carlos II mandó que no se obligase a los de Sorlada a trabajar en la fortaleza de Estella, ya que se habían trasladado a la de Los Arcos, que la tenían más cerca. La misma medida se tomó con los de Berbinzana, a los que se obligó a trabajar en las murallas de Larraga.
En 1366, nos dice Martinena, «se eximió a los vecinos de Lácar, Alloz, Murugarren, Azcona, Abárzuza y otros lugares, de ir a las labores, hacer la guardia nocturna y suministrar leña al castillo de Estella, pagando en cambio el impuesto semanal, para que pudieran de ese modo labrar sus campos». Y en 1429, los estelleses se vieron obligados a pagar la mitad de las reparaciones de Belmecher.
Los castillos ejercían de presidio y de patíbulo. En 1339 se inventariaron quince collares de hierro para sujetar presos, y en 1408 se hicieron diez pares de listeles, «que son fierros pora poner los presoneros».
Con ellos se ataba a presos de guerra, curanderos y alquimistas sin éxito, defraudadores, asesinos, falsificadores de moneda, espías, ladrones o adúlteros.
Muchos, por culpas tan leves como robar unos quesos, si tenían suerte eran azotados y desorejados; pero otros, por haber robado ropas en domicilio ajeno -por ejemplo-, eran ahorcados, ahogados o despeñados desde lo alto del castillo.
Según el Fuero, el monarca estaba obligado a otorgar a sus barones los beneficios materiales necesarios para conservar su estado de nobleza y disponer de gentes armadas para la defensa del reino. Para ello los ponía al gobierno de una tenencia o distrito, cuyas rentas disfrutaban, y de cuya defensa debían responsabilizarse con su vida y patrimonio, residiendo en el castillo con sus huestes.
Para evitar que se apropiaran de esos bienes, el mandato era por un periodo de tiempo limitado y en diferentes lugares, lo que evitaba que las tenencias pasaran a ser hereditarias y dieran paso a un régimen feudal.
Con la llegada de la casa de Champaña, las tenencias tienden a desaparecer, dando paso a la merindad, cuyo responsable residía en el castillo principal. A partir de entonces los otros castillos pasan al cargo de un alcaide con funciones militares y policiales.
Pero Carlos II y sus sucesores invirtieron la tendencia mediante la entrega de villas y castillos a la nobleza (principalmente a los bastardos reales), lo que dio paso a una feudalización que con el tiempo originó la división del reino en bandos (agramonteses y beaumonteses) cuyas luchas favorecieron la pérdida de la independencia.
El último castillo levantado en Estella fue el de Belmecher, construido hacia 1276 por el gobernador Eustaquio de Beaumarchais (Eustace de Biau Marchez, o de la Bella Marca), del que toma el nombre a través de una adaptación local de su apellido.
Fue uno de los últimos que se construyeron en Navarra. Posteriores, de nueva planta, lo fue el de Pamplona, iniciado en 1308, y el Castel Renaut, en Ultrapuertos, en 1341.
En cuanto a reconstrucciones casi completas, la torre de Leiza, en 1347, cuya estructura primitiva era de madera, y la zona palacial del castillo de Tudela, a finales del siglo XIV.
Fue construido al Este del Castillo Mayor, a 495 metros de altura, sobre un afloramiento de conglomerados y areniscas que descienden en pendientes más suaves que en los otros castillos.
Como dice Martinena, era «un castillo de función puramente militar, más moderno en su concepto defensivo que el Mayor (...). Tras las necesarias labores de explanación, se erigió una estructura casi rectangular, con torres cuadrangulares en sus extremos, que conformó un castillo muy espacioso y apropiado para dar cabida a un gran número de soldados con sus armas».
Este hecho llevó a Altadill a afirmar que «por su máxima importancia sobre los demás, acabó por titularse en términos generales Castillo de Estella». Aseveración que debe ser rechazada.
Se sabe que tenía una torre (la grant torr) que por sus dimensiones sobresalía del conjunto, reforzada con un importante talud, en la que dormía el alcaide y su familia.
Otras torres eran la Joyosa, la del Palomar, reforzada con andamios de madera o cadalsos, y dos medianas y tres chicas, de las que una era la torr sobre la cava.
En 1284 se documenta en él un aljibe; uno de los dos primeros de que se tiene constancia en Navarra. También se documenta la existencia de dos cocinas.
Según Altadill, para facilitar el acceso de los reyes a la iglesia del Santo Sepulcro, entre el templo y el castillo se construyó una «amplia galería de comunicación que fue descubierta durante el siglo XVIII (...), como lo atestiguaban las numerosas Cruces que se hallaron en (su) interior». Dudo que este dato sea cierto.
La cantera de los castillos estaba en el mismo recinto, junto al Castillo Mayor, en su parte más vulnerable, y, así, a la vez que se extraía la piedra se formaba un foso.
Pero en el de Belmecher se utilizaron, en una de sus reformas (1360), las piedras del molino de Noveleta, para lo que fue necesario construir un puente de madera por el que pasaran los carros.
Este hecho me suscita una pregunta: si el puente del Maz estaba junto al convento de la Merced, ¿qué necesidad había de un puente provisional en Zarapuz?
En otra de las reparaciones (1343), los canteros se ocuparon «en rancar piedra en los casales de la dicha judería que eran viejos e desenparados».
De la procedencia de estos materiales, y de las importantes obras que en algunas torres se tuvieron que hacer para evitar su ruina, deduzco que su construcción no debió ser de gran calidad.
A mediados del XV, Belmecher fue entregado al obispo Nicolás de Echávarri, que lo cedió a Juan de Egúrbide, canciller de Navarra. Este canciller puso sobre la puerta del castillo el blasón de su familia, en el que constan las armas de los Paleólogos de Constantinopla (este linaje compartía ese honor con el de los Echaide y Mayora) en recuerdo de la breve conquista de Grecia por los navarros.
Según el historiador aragonés Jerónimo Zurita, este castillo fue demolido, por orden de Cisneros, el año 1512.
Nota
: Preparado este trabajo, leo en la prensa (Diario de Navarra 25-02-11) que este año no habrá excavaciones en el Castillo Mayor, lo que le permitirá al Ayuntamiento un ahorro de 50.000 euros.
Lo triste es que la paralización de las excavaciones está motivada por la penuria económica que atraviesa nuestra Administración local, y no por buscar un mejor y global proyecto arqueológico que ayude a recuperar el castillo y revalorizarlo.
(continuará)
marzo 2011