El vuelo
El Plus Ultra es el primer gran vuelo español, y el primero del mundo que consiguió cruzar el Atlántico Sur con un único avión. Realizado entre el 22 de enero y el 10 de febrero de 1926, al mando de Ramón Franco Bahamonde iban dos navarros: el Capitán de Artillería y piloto estellés Julio Ruiz de Alda Miqueléiz, y el soldado mecánico Pablo Rada Ustárroz, de Caparroso. En este trabajo, cuando se cumplen 85 años de aquel histórico vuelo, trataré de los motivos del viaje, de su desarrollo, y en un próximo trabajo haré una semblanza de sus protagonistas. Todas las frases entrecomilladas están sacadas del libro “De Palos al Plata”.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) puso de manifiesto la gran importancia que para los países y sus ejércitos tenía la aviación, lo que motivó que se entrara en competencia para desarrollarla y deslumbrar con proezas deportivas a los vecinos.
Se nos adelantaron los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral, volando en 1922 entre Lisboa y Río de Janeiro, pero al tener que cambiar dos veces de aparato dejaron pendiente la travesía del Atlántico Sur con un sólo avión.
Al constituirse en 1925 el Directorio Civil de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (2º Marqués de Estella), pacificado el Protectorado de Marruecos con la rendición de Abd-el-Krin, y apaciguados los graves conflictos sociales de 1917 (el llamado trienio bolchevique), el Gobierno volcó hacia Latinoamérica la política exterior española, para así compensar la escasísima participación de nuestro país en el expansionismo colonial europeo, el fracaso en la pretensión de ocupar un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de las Naciones, y la pérdida de influencia en la América española.
En este contexto, y como nuestra de nuestra capacidad para modernizarnos, Miguel Primo de Rivera pensó aprovechar el proyecto de vuelo España-Argentina que en la base militar de Mar Chica (Melilla) preparaban los oficiales Ramón Franco y Mariano Barberán.
Vuelo con el que se quería dar una imagen opuesta a la de país decadente y atrasado que arrastrábamos, ayudaría a que Latinoamérica pusiera en nosotros su mirada, recuperaríamos nuestra influencia en ese continente, y se reafirmaría la legitimidad del régimen mediante la consolidación de la unidad nacional y la exaltación de los valores hispánicos.
En ello incidía el lema Plus Ultra (más allá), símbolo del resurgir del país y del carácter de la raza hispana. Por eso, acabado el raid, el dictador creó la Agencia Plus Ultra, con sede en París, para que canalizara la propaganda hacia Latinoamérica.
Campaña que coincidió con un movimiento similar en Argentina, donde la gran afluencia de inmigrantes europeos no hispanos había producido un desequilibrio ideológico que amenazaba la identidad nacional forjada por la oligarquía dirigente.
Por otra parte, el hecho de que sus protagonistas fueran militares, permitiría al dictador controlar todos los aspectos del viaje y aprovecharlo en su beneficio personal.
Además, actuando como embajadores, los pilotos llevarían mensajes del Rey a los presidentes de Uruguay y Argentina. También de Brasil, para darle, junto con la escala en las islas portuguesas de Cabo Verde, un carácter ibérico.
Autorizado el raid, y encargado el hidroavión a una fábrica italiana, Franco se dedicó a profundizar en los detalles, buscar el periodo del año más favorable, y proveerse del material auxiliar adecuado, como el radiogoniómetro, aparato que hasta la fecha no se había usado en ningún viaje aéreo importante.
Al abandonar Barberán el proyecto y quedar Franco «compuesto y sin novia», buscó un compañero que fuera piloto, «radiotelegrafista práctico y teórico; que supiera arreglar en vuelo cualquier avería (…), conocer todas las cuestiones de la navegación astronómica, practicarla en vuelo con sus instrumentos (sextante, cronómetro, taxímetro, compás magnético, radiogoniómetro y derivómetro), y tener el espíritu de sacrificio necesario para venirse a Melilla» a practicar y estudiar sin descuidar sus obligaciones militares.
Eligió a Julio Ruiz de Alda, que, aunque no era radiotelegrafista, fue el primero en mostrar su deseo de acompañarlo, y el que más insistencia había puesto.
Otra dificultad consistía en encontrar un mecánico que conociera los motores y no se mareara, lo que no era sencillo. «Un día se me acercó Rada, que era a la sazón el mecánico de mi hidro de batalla, y me preguntó qué mecánico llevaría; le pregunté si él quería venir, y si se creía capaz de llevar bien dos motores Napier (…). Me respondió que quería venir, y que el motor Napier no tenía dificultades para él».
Franco confiesa que podía haber encontrado mecánicos mejores, pero Rada tenía todo lo que necesitaba: «confianza ciega en mí, salud fuerte, inteligencia, peso reducido, desinterés, sacrificio, arrojo hasta la temeridad (…). Y por otro lado necesitaba recompensar a este muchacho, que conmigo había compartido los peligros de la guerra, a quien en vuelo muchas veces las balas contorneaban su silueta; que otras veces, con grave peligro, se salía en vuelo por las alas y cubierta a evitar que una pequeña avería reparable pudiera convertirse en algo irreparable, sin preocuparse ni de quemaduras (…), ni que la hélice pudiera alcanzarle, ni que pudiera a la velocidad de la marcha precipitarlo en el espacio».
Por las mismas fechas conoció que la Italia de Mussolini estaba preparando un viaje a la Argentina, donde residía una potente colonia italiana. «Ya en agosto, estando yo en plenas operaciones, me escribieron de la Dirección de nuestra Aeronáutica, diciéndome que un italiano, el marqués de Casagrande, había solicitado autorización para pasar por España en vuelo a la Argentina.
Esta noticia me cayó como un rayo, por inesperada, y porque si él llegaba a la Argentina, yo no debía exponerme a que una avería nos colocara a los españoles por debajo de los italianos.
La época escogida por él no era la más conveniente, y esto me dio a entender que el viaje no lo tenía muy estudiado».
A mediados de octubre, Franco y Ruiz de Alda, en su visita a la fábrica de Marina di Pisa, Italia (el aparato era alemán, pero el tratado de Versalles no permitía que fuera montado en Alemania), encontraron «el avión sin terminar, los aparatos de radio sin montar, y parecía que había especial interés en retrasar nuestra salida el mayor tiempo posible».
Allí conocen la partida de Casagrande, y su detención en Barcelona por el mal funcionamiento de la radiotelegrafía.
Su salida, en una época inadecuada, y el retraso en la terminación de su avión, les confirma en su sospecha de que los italianos obstaculizan su marcha a la vez que facilitan la de su competidor.
Una vez terminado el hidroavión, salen de Pisa, y el exceso de peso les obliga a hacer escala en Barcelona. En el trayecto observan que no funcionan los cuentarrevoluciones, y al acuatizar y revisar el avión «observamos que los capots del motor trasero, demasiado débiles para la velocidad de este avión, habían roto sus enganches y estaban a punto de marcharse, lo que hubiera roto la hélice, tal vez los timones, y habría podido originar una catástrofe».
Al salir de Barcelona con los motores a tope, el avión no despega por llevar el peso muy adelantado. No hay tiempo para detenerse ni para cambiar de rumbo, y el peligro de colisión es muy grande.
Entonces, «Franco deja el volante en su posición más retrasada y pone de golpe los motores a su menor marcha; el avión, al cesar una de las causas de desequilibrio (…), se eleva rápidamente a causa de su gran velocidad, y nos encontramos a más de 10 metros de altura entre los palos de los barcos que estaban en el puerto».
Ordena retrasar la carga, y ven que los mecánicos han llenado de combustible los depósitos delanteros dejando vacíos los traseros. Equilibrado el aparato, entran en el golfo de Valencia en medio de un temporal que los zarandea sin piedad.
Se apartan de la costa, y «en el momento que pasamos al borde de la nube, una fuerza sobrenatural levanta la proa del avión en dirección al cielo y nos hace subir a no sé qué altura, tal vez a más de 400 metros (iban a unos 100), de una manera inesperada y rapidísima». Están asustados, y Franco reconoce que nunca se ha enfrentado a un remolino tan fuerte.
El remolino causa averías en el sistema de alimentación de un motor, lo que obliga a pararlo para evitar que arda.
No pueden volar con un solo motor; no encuentran puerto en el que resguardarse, y continúan la marcha alimentándolo con la bomba de mano. Trabajo agotador que corresponde a Ruiz de Alda, que lo sufre cantando, pues cuando cantaba se cansaba menos que cuando dejaba de hacerlo.
Volando de forma ondulante, al ritmo marcado por la bomba de mano llegan a Los Alcázares. Al acuatizar, el hidroavión queda al costado del Alcione de Casagrande. Intercambian impresiones, y el italiano les propone hacer juntos el viaje, lo que no aceptan al comprobar que su aparato no es el adecuado para efectuar la travesía.
A la mañana siguiente, después de esperar durante treinta y cinco minutos a Casagrande, parten para Melilla «haciendo una salida tan bonita que tenemos la seguridad de que el Alcione no es capaz de igualar».
Llegados a Mar Chica, terminan de montar los aparatos de navegación, lo revisan profundamente, realizan los cambios necesarios, y se disponen a esperar la fecha prevista para iniciar el raid.
El Ministro de Marina muestra su interés en que les acompañe algún oficial de la Aeronáutica Naval, por lo que se decide que el Teniente de navío Juan Manuel Durán les acompañe en las etapas en las que el hidroavión irá más ligero de peso, haciendo el resto de la travesía en el buque de apoyo.
El 22 de enero de 1926, después de repetir el ritual colombino, el hidroavión Plus Ultra, como una Santa María del aire, parte de Palos de la Frontera (puerto del que cuatrocientos treinta y cuatro años antes salió Cristóbal Colón para descubrir América) y emprende el vuelo acompañado de los buques de guerra Blas de Lezo y Alsedo. Despegue que Radio Madrid transmitió en directo.
Con el horizonte completamente cerrado, y el cielo cubierto de nubes bajas acompañadas de fuertes remolinos, ponen rumbo a Las Palmas.
Una vez en tierra, los agasajos les impiden inspeccionar el hidroavión, lo que les obliga a retrasar un día la salida.
Por el estado de la mar la demoran otro día más, viéndose obligados a llevar el hidroavión hasta la bahía de Gando, despegando al segundo intento después de aligerar en 400 kilos el equipaje.
Salen para Porto Praia, en la isla de San Thiago (Cabo Verde), con cielo muy nuboso, muy poca visibilidad, y un mar muy rizado que representa un gran peligro en caso de avería. Para evitar perderse en el Océano ponen rumbo a la isla de la Sal.
A Rada le preocupa el roce de los cables que tuvieron que cambiar y, en un gesto temerario, en pleno vuelo los revisa para cambiarlos si lo ve necesario.
«La única posibilidad de hacer esto era introducirse por la cola hasta su final, y allí esperar a que el piloto hiciera dos virajes muy cerrados a ambos costados para que pasaran las partes rozadas de cada cable al interior del avión y poder revisar cómo se encontraban. Entrar por la cola hasta su extremo final es casi imposible, porque es muy estrecha, formando embudo y con las costillas muy próximas, de cantos muy finos».
Reciben señales del barco alemán Arthus, que los acompañará hasta Buenos Aires y les prestará grandes servicios trasmitiendo sus noticias y situación. Al llegar al puerto, donde les espera el Blas de Lezo y el Alsedo, en medio de fuertes remolinos hacen un acuatizaje magistral.
El gobernador del archipiélago los atiende de forma inmejorable, los llena de atenciones, y los pasea en automóvil por la isla en un viaje accidentado en el que «hemos corrido más peligros que en todo nuestro vuelo; los caminos bordean profundos barrancos, y los conductores se creen en la necesidad de demostrarnos su habilidad y valentía (…) a riesgo de despeñarnos».
Debido a las malas condiciones de la mar, para poder despegar tienen que reducir nuevamente la carga, y repuestos, cartas, señales, brújula del cuarto de derrota…, pasan al Alsedo, dejando en cinco kilos el equipaje de todos los tripulantes. Embarca Durán en el barco, y éste parte.
La mala mar exige que el hidroavión sea llevado a remolque, en condiciones muy difíciles, a una zona sin viento conocida como Barrera do Inferno, y tras un fallido intento que obliga a tirar al mar casi toda la carga que queda (herramientas, repuestos, víveres y botiquín, bombas y embudos, ropas, cajas y estuches, cuadernos, botellas, el ancla con su cabo y el ancla flotante), despegan a las seis y diez de la mañana.
Es la etapa más larga y difícil. En el plan inicial estaba previsto llegar a Pernambuco, pero el retraso que sufrieron en Canarias les hizo perder la luna llena, lo que les impide «poder despegar por la tarde, volar toda la noche y llegar de mañana».
Dos son las opciones que tienen: «despegar a medianoche para recalar durante el día, o salir al amanecer, recalar atardeciendo en Fernando Noronha, y salir al siguiente para Pernambuco».
Las dos son peligrosas, bien por salir con poca luz, en el primer caso, o por volar con escasa visibilidad, y en caso de avería tener que acuatizar en plena noche y sin luz, en el segundo.
Durante las tres primeras horas escuchan las señales de las estaciones de tierra y mar, pero de las nueve y media a las catorce no oyen ni ven nada. La visibilidad es francamente mala, nadie habla, y una sensación de silencio absoluto lo invade todo, «pues el ruido de los motores a las pocas horas desaparece y sólo se oyen las variaciones del sonido».
A las catorce la radio empieza a dar señales de vida, y establecen contacto con varios barcos que les confirman que llevan buena dirección. A las dieciséis, estando a 900 kilómetros de Pernambuco, comienzan a escuchar las señales de su estación. Veinticinco minutos después pasan el Ecuador, celebrándolo con una copa de brandy.
Al oír la señal de Noronha, Franco pone rumbo a ella, empezando «una verdadera carrera con el sol que se ponía, para ver quién llegaba antes, si el sol a su ocaso, o nosotros a Noronha». Son veinte minutos de vuelo, «los más hermosos y emocionantes que pasaremos en la vida».
Ganó el astro rey su carrera, y acuatizaron a las seis treinta y cinco, con un mar fuerte que provocó en el «Plus Ultra más contorsiones que un compadrito bailando el tango». Llevan en pie desde las doce de la noche en que comenzaron a remolcar el avión, y aún les quedan dos horas para recorrer los 45 kilómetros que les separan del puerto.
«Para Ruiz de Alda el trabajo había terminado con gran alegría, pues los teléfonos de la radio, después de doce horas, eran como dos tenazas que causaban un fuerte dolor, y el negrero de Franco no le permitió quitárselas ni un minuto en las últimas horas del vuelo. Tuvo que aguantarlo encorvado, sin sentarse y tropezando con la cabeza en la parte superior del avión».
El secretario del gobernador llega hasta ellos con una frágil barca, en la que montan, pero la mala mar no les permite desembarcar. Vuelven al hidroavión para pasar la noche, la barca queda a su costado, y sus tripulantes pescan hasta que amanece.
Mientras la isla les espera engalanada y dispuesta a agasajarlos, con el hidroavión lleno de agua, y la cubierta sucia de aceite, Rada busca cobijo en los motores, Franco se mete en la cola, y Ruiz de Alda se sienta en uno de los puestos de mando, teniendo que aguantar las continuas borrascas que caen. «Todos los papeles relativos a la derrota y a las observaciones, quedaron casi desechos con la mojadura».
Al amanecer llega el Alsedo, al que pasan para asearse, comer algo, recoger equipajes, herramientas y repuestos, y recuperan a Durán para que continúe la travesía en el hidroavión.
Su comandante les dice que han provocado en el Océano un silencio absoluto, milagro no conocido hasta la fecha, pues de barco a barco se comunicaba la necesidad de guardar silencio y estar atentos a las emisiones del Plus Ultra, lo que explica que en el avión, durante varias horas, no pudieran captar ninguna señal.
El hidroavión se ha portado: «Parece increíble que nuestros motores, después de trabajar a un régimen forzado durante muchas horas y mojarse con agua del cielo y del mar, que entra por carburadores, escapes, válvulas y encendido, sigan marchando perfectamente y se pongan en marcha cuando se quiere (…), pero todavía en esta nueva etapa a Pernambuco nos han de demostrar que siguen rivalizando en méritos y calidad».
Continúan ruta en medio de grandes y numerosos chubascos, acompañados de viento que «produce fuertes remolinos que nos zarandean y al mismo tiempo nos mojan (…). Cuando llevamos más de dos horas de vuelo (…), una gran trepidación en el avión nos indica que se ha roto una de las hélices».
Comprobado que se trata de la trasera, ante la dificultad de llegar a la costa navegando en superficie, Franco para ese motor y embala el delantero. «La altura de vuelo disminuye poco a poco, y nos encontramos escasamente a 20 metros cuando Franco ordena que se tire toda la carga del avión».
Pasan a la cola Ruiz de Alda y Durán, lo que desnivela el avión y le hace perder más altura. «Hay momentos que parece que va a tocar agua (…). El mar está bastante rizado y el viento es fuerte y sopla de costado a la ruta. Franco, que en estos momentos divisa la costa por estribor, cambia de rumbo y se dirige a ella mientras Ruiz de Alda y Durán, que han tirado al mar todas la herramientas, bastantes repuestos, todos los víveres, equipajes, botiquín y cuanto pudieron encontrar, (…) le consultan si deben tirar los aparatos de radio y las magnetos de repuesto».
Cuando se rompió la hélice estaban a 112 kilómetros del final de la etapa, y los cuarenta minutos de vuelo normal se convirtieron en cerca de dos horas.
«El avión, más que sostenido por el motor delantero parecía sostenido por la voluntad de Franco, que con la mirada fija en el cuentakilómetros y toda su habilidad en los mandos, le obligaba a ganar poco a poco altura más prudente (…). A veces, cuando arreciaba el viento, viraba el avión hacia él. Así aprovechaba este aumento de velocidad para aumentar la sustentación del avión y ganar algunos metros de altura, dando la sensación de que se estaba en un vuelo a la vela (…). Tres o cuatro metros menos de altura y hubiéramos tenido que entrar por la boca del puerto como un vulgar navío».
Llegados a puerto, reciben atenciones oficiales que rara vez se otorgan. La colonia española les entrega un grueso medallón conmemorativo, y una hermosa placa de oro para colocar en la proa del avión, que acabado el raid la depositan en el museo del arma de Infantería.
Pero no todo es alegría: «empezamos el martirio de ser glorificados en vida. Las señoritas los llenan de flores y besos, lo que compensa de los apretones, palmadas, abrazos y estrechones de mano, que parece nos van a descuartizar. Unos nos agarran por un brazo y nos llevan hacia un lado; del otro brazo nos arrastran para otro, mientras las mareas de gente que viene detrás nos empujan…
Empezamos a arrepentirnos de haber acometido una empresa en la que salimos preparados para volar, y no hemos previsto en el equipo una armadura metálica para poder resistir los afectos y la simpatía que despierta España en estos países».
Al día siguiente llega el Alsedo con los repuestos y herramientas. Pero otras, que tiraron al agua, como las llaves para desmontar las hélices, es necesario hacerlas en talleres.
El día 4 llega el Blas de Lezo, que regresa a España por haber terminado su misión, y esa misma mañana despega el Plus Ultra para Río de Janeiro. En su recorrido costero la gente sale a las playas y los saluda con banderas y cohetes.
Dan varias vueltas sobre la ciudad de Bahía, con el puerto y las azoteas abarrotadas de gente, y «era tal la cantidad de cohetes que nos disparaban, que a pesar del ruido de los motores se oían perfectamente y parecía que estábamos en Marruecos en algún día de operaciones».
A la entrada de la bahía de Río de Janeiro varios aviones de la armada brasileña esperan su llegada, pero el Plus Ultra, para demostrar que aún le queda brío, acelera a más de 200 kilómetros la velocidad y los deja atrás.
La ciudad les encanta, la gente los espera, y tras dar varias vueltas acuatizan en la Isla d´as Enxadas. Una vez en el agua, infinidad de barcos y canoas los rodean dificultando el paso y poniendo en peligro el avión. Próximos a la boya, «Franco, muy enfadado, corta el remolque para evitar la rotura de las alas y manda echar el ancla.
Cuando vamos a desembarcar, un remolcador (…) cargado de fotógrafos y periodistas se acerca por la popa, y a pesar de la celeridad de Rada, que (…) trata de parar el golpe con sus pies, no puede evitar que roce con su proa los timones del hidro, produciendo averías y roturas.
Franco, muy excitado, no hace más que llamarles cien mil cosas y lamentarse de esa avería que le produjeron unos señores, que, mientras les dice cosas desagradables, aplauden a rabiar.
En los muelles nos espera una multitud ávida de nuestra sangre. No hacemos más que desembarcar y nos levanta en vilo, ayudando a ello los mismos policías encargados de mantener el orden y proteger nuestras vidas».
Llevados a la tribuna, donde cabrían 50 personas se apiñaban más de 300, «que no caían fuera de la plataforma porque no había espacio vacío para poder caer».
Después de soportar varios interminables discursos, son conducidos a coches que el público zarandea y abolla con su frenética alegría. «Imposible describir el entusiasmo de la multitud» que ocupaba en toda su extensión la principal avenida, en la que se concentran cerca de un millón de personas que a su paso casi los entierran con los millares de ramilletes de flores que les arrojan.
Declarados huéspedes oficiales del Gobierno brasileño, no pueden descansar en las habitaciones del hotel, llenas de «representantes de todas las clases sociales brasileras y un gran número de personas de la colonia española (…). Ni solos pudimos dormir. La Comisión del homenaje nos había constituido unas guardias de honor, y los miembros de ella pasaban la noche en nuestras habitaciones, pendientes de nuestros menores deseos» e impidiendo el paso de periodistas y curiosos.
«A media noche nos asomamos a la terraza, y (…) en la puerta del hotel, ocupando media Avenida del Río Branco, una multitud (…) parecía que esperaba la venida del Mesías (…). No hicimos más que asomarnos, y recibimos otra ovación de tanta categoría como la de nuestro desembarco.
Lector, si alguna vez te sientes con arrestos de (…) ejecutar alguna hazaña, desiste de ello. Acuérdate de aquellos desgraciados tripulantes del Plus Ultra, que después de luchar con los elementos, sufrieron todas las torturas y martirios que representa la glorificación en vida».
El día 5 lo pasan recibiendo comisiones de las poblaciones del interior, arreglando la avería del timón, y visitando autoridades. «Existe en este país una manía, que no conocíamos ni preveíamos (…). Consiste en que toda persona desea tener y conservar el autógrafo de quien se distingue por algo». Responder a estos requerimientos les resulta pesado y molesto.
Al día siguiente acuden a misa, y en la aglomeración «Franco perdió los botones del uniforme». Revisan el aparato y vuelan varias veces sobre la población. Al tomar agua se les incendia la magneto, y, por falta de extintores, Rada, que «se había quitado la ropa para apagar con ella el incendio, sufrió leves quemaduras en el vientre». Hecho que recogía la canción: si no por la tripa de Rada se incendia el avión.
Son tantos los agasajos, que no tienen tiempo de «llegar al aeródromo de la Aviación Brasilera a recibir sus homenajes y estudiar su organización». Pero se despiden simbólicamente de Santos Dumont, brasilero y uno de los padres de la aviación mundial.
Rada está tan desmejorado «debido a las malas noches que le hacen pasar los españoles y españolas de la colonia, que no da pie con bola en su trabajo». Por la tarde, al ser presentados a la colonia española, «pasamos los mayores peligros del raid. Si no salimos a toda velocidad en nuestros automóviles, nuestros huesos se quedan en el Brasil».
Después acuden a un té ofrecido por la colonia portuguesa, donde «había hermosas chicas que nos convirtieron en verdaderos profesores de machicha» (baile típico).
Ruiz de Alda y Rada, «derribados por el exceso de agasajos», se quedan en el avión. Pero a las doce de la noche siguen sin aparecer, y a Durán no lo han visto desde que se perdió el día de la llegada. Situación que obliga a retrasar un día la salida.
«No tiene Rada la culpa en esto; la tiene la colonia española, que ve en él a un hijo del pueblo y se desvive por obsequiarlo». Al anochecer del día 8, Franco envía a un teniente de policía «a incautarse de Rada y traerlo al hotel al objeto de que descansara para el día siguiente (…). Falta le hacía, (…) porque su aspecto físico denotaba que había llegado al límite de sus fuerzas».
Pero su habitación está llena de admiradoras, y, tras desalojarlas, colocan en la puerta «un policía para que no le permitiera salir fuera del hotel e impidiera la entrada en ella». Franco toma la decisión de impedir que, en lo sucesivo, Rada abandone el avión.
El día 9, con la primera luz del alba, parten para Montevideo utilizando gasolina de automóvil, de menor potencia que la de avión, y con una hélice de dos palas en el motor trasero (llevaban de cuatro palas), que le da 50 HP menos de potencia. Tras cinco intentos de despegue, y con más de dos horas de retraso, aprovechan el viento que empieza a soplar.
La etapa a Montevideo es una lucha contra el cronómetro, al que se alía el viento con sus numerosos torbellinos. A las dieciocho cuarenta pasaron sobre Puerto de Maldonado (Uruguay), «cuyos habitantes hicieron a nuestro paso demostraciones de alegría».
Poco después lo hacen por Punta Brava, «teniendo a nuestros pies la hermosa capital uruguaya, con sus grandes ramblas y hermosos ensanches». Ciudad de «gran extensión, formada por edificios bajos (…) sobre los cuales se eleva, desentonando como una blasfemia, la enorme torre de su único rascacielos».
Al acuatizar, las sirenas de los barcos y las bocinas de los diarios hacen un ruido ensordecedor, y una multitud de más de 200.000 almas prorrumpe en estruendosas aclamaciones. Alertadas las autoridades de las incidencias de Río, la llegada se verifica en medio del mayor orden, y el Plus Ultra descansa tranquilo.
El cordón de 900 policías a caballo que protege la comitiva no puede evitar que desde los balcones les arrojen «palomas y enormes ramilletes de flores, que al caer sobre nosotros nos producían más daño que un bombardeo».
El Presidente de la República los espera, y muestra su deseo de «que no nos olvidemos de llevar a Rada, cuya prohibición de bajar ha tierra le ha creado una aureola, sobre todo entre las damas».
Despegan a las doce y tres minutos, y tras sobrevolar varias veces la ciudad, ponen rumbo a Buenos Aires en vuelo sin riesgo sobre las aguas tranquilas del río de La Plata. Todos los ciudadanos de Buenos Aires, excepto los enfermos, están en la Avenida Costanera esperando su llegada. Es un punto que se acerca en el horizonte. El griterío, los cohetes, las sirenas de los barcos..., arman un barullo atronador, cuando la pérdida de unas gotas de gasolina le obliga a acuatizar en medio del Plata, lo que causa gran alarma que inmediatamente se trasmite por cablegrama a España.
«A las doce divisamos la atmósfera negra que se extiende como un manto sobre Buenos Aires y se eleva hasta cerca de 500 metros». Catorce minutos después se hallan sobre la ciudad, y dan varias vueltas escuchando «la inmensa algarabía y el intenso clamoreo que escapa de pechos y bocinas.
Descendemos sobre las aguas del antepuerto, y el avión se posa en su superficie, deteniéndose un momento para marcarlo en la historia. Navegando para no ser alcanzado por las canoas, entra (...) por la boca del puerto y se dirige a la boya (…). Mientras tanto, la muchedumbre, entusiasmada, confunde sus gritos y aplausos con los sonidos de las sirenas y el estallar de las bombas».
Una vez amarrada, suben a la cañonera Paraná, donde les rinden honores y son recibidos por el Ministro de Marina y el Intendente de la ciudad. Ya en tierra, «no pensábamos que en el recinto de la Marina, donde la entrada era por invitación, íbamos a pasar los momentos de más peligro de nuestra estancia en Buenos Aires».
Todos querían verlos de cerca, y tienen que abrirse paso con el concurso de los marineros. El Ministro de Marina, que los acompaña, sufrió en tal forma los apretones, «que le arrancaron una de las mangas del uniforme».
«A la salida hacia la calle, (…) todos querían subir a los automóviles para abrazarnos». El Intendente defendía con su bastón a Franco, y la multitud, que había rodeado los coches, «pretendía sacarnos de ellos para llevarnos en andas (…). La copa de los árboles, las columnas de alumbrado y los monumentos, parecían racimos humanos que se apiñaban para contemplar nuestro paso».
Recibidos por el Presidente Marcelo Torcuato de Alvear, que había interrumpido sus vacaciones en Mar del Plata, al abrazar a Franco lanza la frase ¡Así, querida España!, mientras la famosa actriz Lola Membrives rompe a llorar. La salida al balcón es «saludada con una ovación imponente de la multitud que se apretaba abajo (…), compuesta de cientos de millares de persona, en la que desembocaban por todas las avenidas ríos humanos. (…). Los sombreros, agitados en el aire, daban la impresión de un frenesí delirante. (…). Para nosotros ha sido este saludo del pueblo argentino el momento más emocionante de nuestro raid».
Desde los balcones de La Prensa contemplan una manifestación en su honor. En medio de un entusiasmo indescriptible, «las personas que formaban la columna no querían seguir adelante, en su afán de contemplarnos, mientras los que venían detrás empujaban desesperados para colocarse frente a nuestros balcones».
A la mañana siguiente asisten a un Tedeum en la catedral, frente a la cual se congrega un gentío que abarrota el amplio espacio. «Duras habían sido las ceremonias religiosas celebradas en Pernambuco y en Río de Janeiro, pero esta de Buenos Aires no tenía comparación. A Franco le estropearon una mano, y a Rada le dislocaron un brazo».
Al día siguiente visitan las redacciones de los periódicos. Invitados por el Presidente almuerzan en la Casa Rosada, pero no tienen tiempo de atender a las más de 300 sociedades españolas que rivalizan por agasajarlos. También en España se celebra su llegada, y de Chile acuden varios aviones con la invitación de su presidente para visitar la nación.
Todas las poblaciones del interior quieren recibir su visita, envían delegaciones portadoras de regalos, y organizan grandes fiestas. Son miles las cartas y telegramas que tienen que contestar, y muchas de ellas se quedan sin poder abrir.
Aproximándose la fecha de la marcha, se comprueba el buen estado del Plus Ultra y se ultiman detalles para subir por el Pacífico hasta los Estados Unidos. Pero las sociedades españolas y porteñas, creando un gran estado de opinión, envían telegramas a Madrid solicitando que el avión se quede en Argentina.
Lo acepta el Gobierno, y Franco recibe la noticia con gran disgusto. En un arrebato de mala educación, interrumpe el programa oficial de agasajos y se encierra en su habitación, donde permanece hasta el día siguiente, y desairando a sus anfitriones regresa sólo a Buenos Aires mientras se despacha en declaraciones contra el régimen español, ampliamente difundidas por la prensa bonaerense.
En realidad, con su decisión, el Gobierno español ha querido castigar a Franco por haber visitado Uruguay antes que Argentina. También quería evitar que el viaje de regreso sufriera problemas que empañaran el éxito de la travesía atlántica, y estaba molesto por el carácter vanidoso y rebelde de Franco, al que consideraba un embajador extravagante.
Pero si hasta entonces la población bonaerense quería que el hidroavión se quedara en su país, la cancelación del vuelo divide y enfrenta a la colonia española, que mediante una Comisión Popular de Homenaje abre una suscripción para regalar a Franco un avión con el que regresar por la ruta andina. Lo que choca con la Suscripción pro hidroavión El Argentino, abierta por la Comisión oficial para entregarlo al Gobierno español como detalle por haber donado el Plus Ultra.
Siguiendo el programa previsto, Franco visita Montevideo, donde permanece cinco días en medio del entusiasmo de la población, recibe del Parlamento la ciudadanía uruguaya para los cuatro españoles, y él es nombrado piloto ad honorem del Ejército uruguayo.
Recibida la orden del Gobierno español, el día 11, realizada la entrega del hidroavión a la República Argentina, regresan en el crucero Buenos Aires, puesto a su disposición por el Gobierno argentino.
Regresados a España el 5 de abril, el crucero Buenos Aires es recibido por cinco hidroaviones y una flotilla de submarinos, y, ya en tierra, Alfonso XIII preside una gran fiesta de signo militar, concebida como homenaje a los héroes del aire y a la nación argentina.
Según Álvaro Alcalá Galiano (ABC 10-02-26), el raid había hecho en tres semanas mucho más a favor del americanismo que muchas conferencias, libros y celebraciones del 12 de octubre.
Y la revista España y América decía, con sorna, que «Los tripulantes del Plus Ultra han conseguido en unos días más que nuestros flamantes cónsules y diplomáticos en siglos; y más que todas las embajadas y comisiones científicas y comerciales con sus cascabeleros y fastuosos viajes». Pero el régimen no le supo sacar provecho, y fracasó en su deseo de hacer surgir en los pueblos hispanos un frente diplomático común.
Fonda de Anastasio Sanz, conocido como El Fanfa, en los años 20 del pasado siglo. Los postes de madera hincados en el suelo indican que la foto fue tomada en fechas próximas a las Ferias de San Andrés, en diciembre.
Nota: (Datos tomados de La Merindad Estellesa, año 1926) Al conocerse en Estella la llegada del Plus Ultra a Buenos Aires, "toda la ciudad se echó a la calle ostentando en las solapas banderitas españolas y argentinas" que se repetían en casi todos los balcones.
Hubo dianas, gigantes, misa, Te Deum, concierto y bailables. Las calles se llenaron de forasteros, llenándose "la plaza de los Fueros como en las fiestas de Agosto", mientras que las murgas y rondallas no cesaron en toda la noche. En la calle donde vivía la familia se levantó un arco de follaje, y las autoridades acudieron a felicitarla.
En el Casino Español se celebró un banquete de 150 comensales, presidido por el abuelo y dos sobrinos de Julio, y en el hotel Vicuña, con 130 comensales, se celebró una comida popular que presidieron un hermano y un tío del aviador.
A la tarde hubo una velada en la Teatral Estellesa, en la que se pronunciaron varios discursos y se leyó una poesía de Alberto Pelairea: "Alzó el Plus Ultra su vuelo / -el sol por verlo salía- / y diciendo Ave María / marcó una Cruz en el Cielo..."
El viernes 22 de abril de 1926, a las 8, 35 horas, con tres de retraso, motivadas por las paradas que tuvo que hacer para corresponder a los agasajos de los pueblos, llega Julio con sus compañeros Carrillo, Alau, Martínez de Pisón, Laviña, Bermúdez de Castro, Berda, Ansaldo, Pita y Avellau.
En la intersección de las carreteras de Logroño y Lodosa le esperaba su padre, un tío, hermanos, amigos, y numerosos estelleses que llenaban la carretera hasta el portal de San Nicolás, donde, acompañadas de gigantes, cabezudos y banda de música, le esperaban las autoridades. Desde este punto se dirigió a pie hasta la iglesia de San Miguel, donde asistió a un Te Deum.
El sábado hubo dianas, misa, y las autoridades acudieron a su casa para entregarle el pergamino que lo declaraba Hijo Predilecto y descubrir la lápida. Cuando Julio salió al balcón, flanqueado por el Obispo y el Alcalde, "una gran ovación saluda su aparición", destacando "el chin-pum de los platillos y el bombo de una alegre cuadrilla". Hubo banquete en el Ayuntamiento, amenizado por la banda, y el Alcalde concede la anulación de multas que le pide Julio.
Por la tarde, la lluvia obliga a suspender los partidos de pelota. Concierto y bailables se celebran bajo el agua, y Julio y sus compañeros cenan (a estilo estellés) en la fonda de Anastasio Sanz. A la noche asisten a un baile en el Casino Español.
El domingo, lluvioso y frío, se escapan las vacas del encierro, cruzan el río por Los Llanos, y se pierden en el monte. La novillada se suspende, y a estelleses y forasteros no les queda otro recurso "que merendar bien y empinar el codo para tener bríos para aguantar el baile" bajo la lluvia.
Después de comer, Julio y sus acompañantes se trasladan al Casino Dinástico, en el que "de pronto, el gran Leandro Nagore (con su hijo mayor fue fusilado en 1936), se pone encima de una mesa (...) y dice: En nombre de los trabajadores de Estella quiero saludar a Ruiz de Alda y leer estos versos que acabo de escribir y que han nacido del corazón: Eres joven ilustrado / que amas tu profesión, / entusiasta del trabajo, / de hábil disposición..." . Por la tarde, en la Teatral Estellesa se proyecta la película "En alas de la gloria", en la que se reviven los homenajes y agasajos que los del Plus Ultra recibieron en América.
El lunes, se desplazan a Puente la Reina, donde comen con unos militares que estaban de maniobras, y por la tarde son obsequiados con "un magno ajoarriero en casa de Anastasio Sanz", alias El Fanfa, animado con jotas y gaita. Al día siguiente, sale para Pamplona, donde le tributan un homenaje.
Resumiendo su visita, La Merindad Estellesa decía: "Dos días de regocijo y entusiasmo nos ha proporcionado la venida de nuestro paisano (...). Para quien nos conozca no habrá sorpresa al saber que mejor que todos los festejos oficiales (...) han sido esos entusiasmos callejeros que se resuelven en los bombos y tambores de los alegres murguistas, y en esas estupendas cuadrillas de chicas estellesas capaces de alegrar con sus canciones y donosuras al más grande de los censores".
Para saber más:
- De Palos al Plata, por el Comandante de Aviación Ramón Franco y el Capitán de Artillería, Julio Ruiz de Alda. Hay una edición de 1926, y otra, facsímil, con motivo del 75 aniversario. Ambas de Espasa Calpe.
- La Santa María del aire…, de David Marcilhacy, Casa de Velázquez, Madrid.
- El vuelo del Plus Ultra, de José Warleta Carrillo, Ejército del Aire, Madrid.
febrero 2011